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Hoy tocaba ruta sencilla, al menos sobre el papel. Aunque me quedaban bastantes kilómetros hasta Telavi todo el recorrido era asfaltado, lo que facilitaba mucho la marcha. Eso sí, los 100 kilómetros los había que rodar.

Qué mejor manera de empezar que con un puerto, no muy largo, pero con rampas duras. Tras coronar el puerto fui atravesando diferentes pueblos sin demasiado interés.

Afortunadamente, en uno de los pueblos encontré una gasolinera con manguera a presión donde le pude dar un buen lavado a mi bici. El polvo del día anterior había sido tan abundante que había creado una costra dura en todo el cuadro. Además, parecía casi imposible quitarlo de la transmisión. Afortunadamente la manguera tenía presión suficiente para arrancar la pintura. Dejé mi bici totalmente limpia y seguí viaje hacia Telavi.

 

En la parte final del viaje pasé por el imponente Monasterio de Alaverdi.

Y de ahí hasta el final, poco más que contar. Finalmente llegué a Telavi, donde pude relajarme en la ciudad más tranuila de todas las que he visto a mi paso por Georgia. He de reconocer que el viaje no funcionó como esperaba pero, con todo, me queda un gran sabor de boca de mi paso por Georgia. Unos paisajes maravillosos, una gente encantadora y una gastronomía que, si no la habéis probado, os la recomiendo.

 

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En Shatili tenía dos opciones: seguir hacia el sureste y atravesar el Atsunta, o bien volver sobre mis pasos. El paso del Atsunta parece espectacular, y sin duda merece la pena. Pero no voy equipado para la ocasión; hacer el paso en un solo día no parece factible, y no me he traido la tienda de campaña ni hornillo, así que habrá que dejarlo para otra ocasión.

 

Así pues, doy la vuelta rumbo a Zhinvali. Esta vez no haré parada intermedia, sino que haré el recorrido completo. Son muchos kilómetros, pero una vez se corone el puerto, el terreno es muy favorable. Siempre en ligero descenso. Pero claro, primero hay que coronar el larguísimo puerto que descendí hace ya dos días.

 

Al poco de empezar el puerto me encuentro la carretera cortada. Un coche, sin nadie dentro, se encontraba atravesado en la carretera y, poco más adelante, en la parte inferior de una subida en «zetas», encuentro un montón de piedras desperdigadas. Y lo que es peor, una lluvia de piedras que vienen de la parte superior, donde se encuentra una pala excavadora arreglando la carretera. ¿Y ahora?

Desde una zona más o menos segura, intento hacer señas y grito para que me oigan. Pensándolo bien, teniendo en cuenta la distancia a la que me encuentro, va a ser imposible que oigan. Afortunadamente, no pasa mucho tiempo hasta que la persona que maneja la excavadora me ve, deja de trabajar y me hace señas para que suba. Así que, poco a poco (muy poco a poco) voy subiendo. Las piedras que me encuentro en el camino me entorpecen muchísimo la marcha, y es que algunas son enormes y me cuesta pasar incluso caminando. Tardo unos diez minutos en llegar a la excavadora. Agradezco el gesto al conductor, que me pregunta: «England?» Tras intercambiar «Spain» y «Madrid» con él, continúo la subida.

 

El tiempo es fresco,  se agradece para una subida tan dura. Ésta cara es más corta y dura que la otra, y algunas rampas tienen tanta inclinación que tengo que echar pie a tierra y empujar la bici. Además, curiosamente, no siempre el terreno está bien pisado lo que hace que me hunda de tanto en tanto. En definitiva, es un terreno bastante pegajoso. Y así, entre piedras y empujones a la bici, llego a la cima.

 

Noto la subida de temperatura al cambiar de vertiente. De ahora en adelante, me limito a soltar frenos y dejarme caer. La bajada es muy larga y me obliga a pedalear durante un buen rato. Me cruzo con un buen número de camiones que levantan muchísimo polvo y acabo como si me hubiese revolcado por el suelo..

Antes de llegar a destino, paro en un pequeño bar para comer algo. Lo lleva una familia muy simpática. La mujer habla italiano, y así poco a poco nos vamos entendiendo. Me cuenta que trabaja varios meses al año en Italia, en la vendimia (o eso quiero entender) . Total, que pPensaba en pedir algo para llenar el estómago, sin más, pero acabo comiendo los mejores khinkalis de todo el viaje. Eso sí, he de reconocer que me dejé llevar por la gula y comí más de la cuenta. Afortunadamente, ¡el camino sigue siendo favorable!

Khinkali

 

El último tramo es un sube y baja de asfalto que se me hace bastante pesado. Después de más de 100 kilómetros llego al mismo hotel de Zhinvali donde he estado hace ya tres días.

 

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Georgia 4, Shatili
agosto 162019

Nada más llegar a Shatili me di cuenta de que estaba en un sitio mágico. Acercarse por la pista para contemplar cómo se abre el valle que da paso a esta histórica villa es una de esas imágenes que quedarán grabadas en mi retina para siempre. No me podría conformar con pasar un único día aquí, tenía que disfrutarlo un poco más. Y más aún cuando había conseguido alojarme en un guesthouse que habían habilitado en una de las casas de la villa. Era, sin duda, el menos glamuroso,  pero el más auténtico.

shatili center

Dicen que quien algo quiere algo le cuesta, y en este caso el dicho se cumplió a la perfección. Voy a intentar explicar mi periplo desde la llegada a Shatili hasta que conseguí entrar en el guesthouse. Shatili se encuentra situada en la ladera de una montaña y se extiende de arriba a abajo (o de abajo a arriba, según se mire) con lo que, vayas donde vayas, tienes que subir o bajar. Yo me acerqué por la parte alta, ya que había leído que el mejor acceso al guesthouse era por ahí. Cuando llegué (después de bajar un tramo de escaleras), la puerta estaba cerrada a cal y canto y nadie respondía. No se si por culpa de mi tarjeta telefónica o por mi escasa habilidad fui incapaz de llamar al número de teléfono que figuraba en el cartel, así que decidí acercarme a la parte baja de Shatili (arriba no había nadie con quien hablar). Y claro, no iba a dejar mi bici y mis alforjas en la calle… así que bajé por las callejuelas de Shatili hasta la parte baja. Inisito, callejuelas muy empinadas e irregulares.

Una vez en la parte baja de Shatili me acerqué a otro guesthouse a preguntar. Allí me hicieron el favor de llamar por teléfono a los dueños de mi guesthouse. Un chico llegó en poco tiempo y me dijo ¡Vamos para arriba! Pues nada, vuelta a subir. Eso sí, ésta vez que pedí que me ayudase con las alforjas, subir siempre es más duro que bajar.

Las habitaciones se manenían totalmente tradicionales, nada más que una cama y una bombilla llenaban su espacio. Afortunadamente sí que se había construido un baño con una ducha de agua caliente, así que no faltaba ninguna comodidad básica. Y qué decir de las vistas, ¡impresionantes!

shatili views

Una vez duchado me fui a dar una vuelta por la parte baja del pueblo, y a buscar algo de comer. Shatili, aunque pequeño y alejado, sí que tiene cierto turismo, así que no me fue muy difícil encontrar algo de comida y una cerveza. Eso sí, mejor beber con cuidado, no parece buena idea pasarse con el alcohol bajo éste sol de justicia.

Shatili tiene un enclave estratégico. Dado que es el pueblo georgiano más cercano a la frontera chechena, ha tenido (y sigue teniendo) control militar. Aquí, algunos ¿restos? de lo que parece una central de comunicaciones.

antenna

 

Al atardecer aproveché que bajó un poco la temperatura para dar un paseo por los alrededores. La pista continúa durante varios kilómetros hasta adentrarse en las montañas, cruzando a la parte este de Georgia por el paso de Atsunta. No tengo intención de cruzarlo, en este viaje no me he traido la tienda de campaña y este paso hay que afrontarlo en dos días. Además, no me atrae la idea de empujar la bici durante horas y horas, he leído que este paso es complicado hasta caminando.

shatili road

No obstante, merece la pena pasar un día más aquí para explorar el entorno.

Shatili

De vuelta al guesthouse, conozco a mis compañeros de habitación. Nathalie, una chica de Bruselas que viaja a dedo. Viajó desde su casa hasta Armenia en avión, y desde ahí llegó a Shatili haciendo autostop. Y Juanma, un canario muy majete que también viaja en solitario.

Me confirman que hay disponibilidad para una noche más (sólo una), así que busco algo para cenar y me preparo para un nuevo día por los alrededores de Shatili.

 

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Georgia 3, de Atabe a Shatili
agosto 152019

¡Qué bien se duerme cuando se está cansado! La noche ha sido fría, así que me he acurrucado y he dormido como pocas veces. Me levanto temprano y me encuentro con otro desayuno contundente, compuesto de prácticamente lo mismo que la cena del día anterior: queso casero, miel de sus abejas, verduras de su huerto… pero desgraciadamente, el único café que se consume por la zona es café soluble. Vaya, tampoco me voy a quejar por eso… pero mejor me tomo un té.

La mañana está fría, y la niebla mantiene un punto de humedad bastante alto. Además los primeros kilómetros son en bajada, así que hoy será el primer y único día que pondré algo de ropa de abrigo. Voy perdiendo altura rápidamente y voy saliendo de la niebla que está posada en lo alto de las montañas. La mañana me regala unas vistas maravillosas.

Atabe road

 

En poco tiempo pierdo 500 metros de altura que ayer tanto me había costado llegar en este tramo que va desde la pista principal hasta Atabe. Nuevamente en dicha pista, esta vez giro a la izquierda para continuar hacia Shatili. Tan sólo un puerto de 2.800 metros se interpone en mi camino. El día va a ser intenso, pero estoy seguro que las vistas merecerán la pena.

De momento veo que el sol aprieta y el calor se empieza a sentir, así que me quito toda la ropa de abrigo que me puse al salir de Atabe, que me ha protegido muy bien de la niebla durante un rato, y vuelvo a mi atuendo veraniego que a buen seguro me acompañará el resto del viaje.

La pista es ascendente en todo momento. La pendiente no es muy pronunciada y el firme es de tierra compacta, no excesivamente malo. Eso sí, es muy polvoriento, y cada vez que me adelanta un camión me veo envuelto en una nube de polvo blanquecino que no me deja ver nada. Y me pregunto, ¿a dónde se dirigen tantos camiones? La pista muere poco más allá de Shatili, y no me consta que haya ningún destino evidente para tanto camión. La mayoría son volquetes, me adelantan vacíos y vuelven llenos de piedras y tierra. ¿Una obra tal vez?

Pshav Khevsureti

La pista es tendida en algunas zonas y empinada en otras, y siempre muy polvorienta. La ruta me está deleitando con estupendas vistas, gracias a la altitud y a un día tan despejado. Eso sí, tengo ganas de llegar a Shatili.

Shatili es un pequeño pueblo histórico de Georgia, propuesto como patrimonio mundial por la Unesco. Se encuentra situado en la vertiente norte del cáucaso, en la región de Khevsureti, muy cerca de la frontera con Chechenia. Intentaré alojarme en un guesthouse en el centro de la fortaleza. Será, sin duda, uno de los puntos más interesantes del viaje, y también el más remoto (que no inaccesible). Llegar hasta allí, bien sea en bici o en coche, es un pequeño desafío.

Pshav-Khevsureti

Durante la subida me voy encontrando con varias máquinas que están trabajando en diferentes puntos de la ruta, arreglando derrumbes y mejorando algunas zonas con mal firme o mucho desnivel.

Después de unas horas llego a la cima. Aunque estoy a casi 3.000 metros y se nota la diferencia de temperatura, la brisa es tan agradable que ni me planteo abrigarme. Toca perder altura hasta el valle para encarar la última parte de la ruta hasta Shatili.

Parecía que llegaba un descenso vertiginoso hasta el valle, pero nada más lejos de la realidad. Había multitud de obras en la carretera para ensanchar el trazado, para alargar la pista quitando algún desnivel, para apartar algún derrumbe… pero no eran obras como a las que estamos acostumbrados. Lo más normal era encontrarte las máquinas cortando la carretera, y una caravana de vehículos y personas esperando a que acabasen lo que estaban haciendo para volver a abrir la carretera. Aunque el tráfico era más bien escaso, sí que te encontrabas a un buen puñado de coches esperando durante 15 o 20 minutos. Y nadie parecía impacientarse, ¡es lo que hay! Así pues, el vertiginoso descenso se convirtió en un pequeño descenso seguido de una parada, una y otra vez.

Pshav-Khevsureti downhill

Después de un buen rato llegué al valle, donde ya no me encontré con ninguna otra obra y pude disfrutar de varios kilómetros de una cómoda pista en un entorno muy bonito.

Pshav-Khevsureti valley

La pista discurre río abajo, cambiando de margen cada poco. Prácticamente no hay tráfico, tan sólo se oye el murmullo del agua y el canto de los pájaros.

Pshav-Khevsureti valley

Y casi sin darme cuenta, tras una curva, me encuentro con la maravillosa estampa de Shatili. Una ciudad de otra época  en lo más profundo del cáucaso que se conserva como en la antigüedad. No me puedo creer que hoy vaya a dormir ahí, dentro de una de esas casas.

Shatili

Y es que hay mucho que ver y que contar de Shatili. Pero eso lo dejo para mañana.

 

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Georgia 2, de Zhinvali a Atabe

Georgia 2, de Zhinvali a Atabe

Adentrándome en el Cáucaso

agosto 142019

El día no empieza nada bien. Me he despertado en mitad de la noche con migraña. Por la mañana la migraña continúa con la misma intensidad, con sus síntomas habituales de dolor de cabeza y nauseas. Desayuno un café y poco más, y arranco con bastante miedo… y el estómago casi vacío.

Mi plan para hoy es llegar a Atabe, lo que parece ser un pequeño pueblo en lo alto de las montañas del Cáucaso, en la parte norte de Georgia. Para ello, saliendo desde Zhinvali, seguiré la senda que discurre al lado de uno de los ríos que suministra agua al embalse de Zhinvali.

Embalse de Zhinvali

Es un lugar muy curioso. Al parecer, el auténtico Zhinvali está en el fondo del embalse, que fue construido en época soviética. Para reubicar a todos sus habitantes se decidió construir un nuevo Zhinvali, que está unos cinco kilómetros más al sur del original. Adentrarse en este nuevo Zhinvali es todo un viaje a la época soviética: grandes edificios cuadrados en medio de zonas verdes y grandes avenidas. Desgraciadamente, la situación económica del país se ve reflejada en el estado general del pueblo, muy descuidado (que no sucio) y viejo.

Empiezo por una carretera bien asfaltada que me lleva a lo alto del embalse… primeros quince minutos, primer calentón. A partir de ahí, sin mucha sorpresa. La carretera discurre al lado de un río, con lo que asciende contínuamente. La cabeza aún me molesta, así que aprovecho cualquier oportunidad para hacer un alto en el camino. Aquí, descansando con un nuevo amigo.

Por desgracia, este viaje lo estoy haciendo sin mi bolsa de manillar, la cual me es muy útil para tener a mano los objetos de uso común, como la cámara de fotos. La bolsa ha venido conmigo, pero se ha tenido que quedar en el hotel de Tblisi porque su soporte para el manillar se rompió durante el viaje. Lección aprendida, en el próximo viaje lo llevaré desmontado.

Rápidamente la carretera se convierte en una pista. Hay muy poco tráfico, la temperatura es agradable y la subida es suave. Además, el paisaje ha cambiado y es mucho más verde. Disfrute total.

La pista va cruzando, cada poco, de un margen al otro del río. Cuanto más voy ascendiendo, en peor estado se encuentra la pista. Los camiones que me adelanta, todos con muchos años, me lanzan una mezcla de polvo blanco del camino y humo negro del motor que hacen que mi aspecto sea de lo más cómico. Por fortuna para mis pulmones, el tráfico es muy escaso.

Poco más adelante llego a Kohmi, donde hay un albergue con restaurante. Sabía que me lo iba a encontrar porque, durante la preparación del viaje, fue uno de los posibles lugares que había elegido para dormir. Aunque es demasiado temprano para comer, sí que hago un pequeño alto para reponer fuerzas, hidratarme y comer algo de fruta. La migraña casi ha desaparecido y mi estómago se ha estabilizado, así que la comida sienta muy, pero que muy bien.

Roshka

 

Pero aún quedan un buen puñado de kilómetros de pista, y lo más duro está por llegar. Durante más de una hora, éste será mi paisaje:

La pista está más rota a cada paso, y tanto mis manos como mis posaderas van pidiendo un respiro. Desde hace muchos kilómetros hasta destino, sólo encontraré un único kilómetro de asfalto, justo al atravesar el pueblo de Korsha. Aprovecho para hacer una parada técnica, ya que éste es el último pueblo que voy a encontrar hasta llegar al final de trayecto en Atabe. Y calculo que no me faltarán menos de dos horas.

 

No se puede decir que el pueblo esté muy surtido… tan sólo encuentro ésta pequeña tienda donde esperaba encontrar algo más contundente que fruta o helados. Bueno, no nos engañemos, los helados siempre sientan bien, no hay queja. Pero no deja de llamarme la atención que, siendo la primera tienda que veo en varias horas, no estén un poco más surtidos. Refrescos y helados están bien para satisfacer las necesidades de los pasajeros de la matryoshka, nombre con el que se conoce a los minibuses en Georgia, pero no para los habitantes de la zona.

No obstante, tengo un buen pálpito con el guesthouse que me espera en Atabe. Estoy seguro de que me podré dar un buen homenaje para cenar.

Sigo la pista cada vez más ascendente y me voy encontrando, a cada poco, una fuente. En Georgia están muy orgullosos de su agua, y no es para menos. Hay fuentes de agua fresca y cristalina a cada paso. Pero no es la cantidad de fuentes lo que me llama la atención, sino su decoración. Suele haber, en cada fuente, una placa de piedra con una especie de fotografía incrustada. No es un relieve, es totalmente lisa. Parece una especie de lápida… desconozco el porqué, pero me gustaría saberlo. Como creo que no lo he explicado muy bien, os dejo un par de fotografías.

Finalmente llego al desvío que me llevará hasta Atabe. No tengo altimetrías ni mapa de la zona, así que voy un poco a ciegas. Cuando llego al desvío, me doy cuenta de llegar a Atabe va a ser más duro de que lo esperaba. La pista tiene buen firme y buen agarre, pero es tan empinada que tengo que echar pié a tierra y empujar la bici. Y será así a cada poco, aunque hay que reconocer que las vistas merecen la pena. A casi 2.000 metros de altura, Georgia luce estupenda.

No tengo muy claro a dónde voy, ya que no dispongo de cartografía de la zona y tampoco hay indicaciones. No obstante, me dijeron que el guesthouse sí que estaba señalizado, así que supongo que, tarde o temprano, veré una indicación. Y a juzgar por el paisaje, ya no puede quedar mucho… porque se me está acabando el monte!

Y así es. Poco más adelante, tras una hora de durísima subida en la que me ha tocado empujar la bici más de lo que me habría gustado, llego al guesthouse. Es una pequeña cabaña en la zona transitable más alta. De aquí para arriba, monte y rocas.

Una señora que no habla una palabra de inglés me recibe. Es muy difícil comunicarse verbalmente cuando no tienes ninguna palabra en común, ni tan siquiera parecida… pero por señas todos nos entendemos. Lo primero, poner la bici en lugar seguro.

A continuación me muestra la que va a ser mi habitación. Éstas son las vistas.

Y como no, toca asearse y hacer la colada.

Si algo llama la atención de éste lugar es la cantidad de lagartijas que te puedes encontrar en las zonas donde da el sol. Tanto es así, que tienes que tener cuidado para no pisarlas. En el interior del guesthouse me encuentro con algún dibujo de visitantes anteriores, y en todos ellos sale dibujada alguna lagartija.

No obstante, lo cierto es que tengo bastante hambre. Dije que tenía un buen pálpito con este lugar y no me va a defraudar. Y para muestra, la merienda.

La merienda casi se solapa con la cena, así que me paso un buen rato comiendo y charlando con el hijo del matrimonio que regenta el guesthouse. Es el único que habla inglés. Resulta que vive y estudia en Zhinvali, la ciudad de la que he salido esta mañana. Ésta es su casa del pueblo, a donde vienen en verano, cuando el tiempo lo permite, a hacer queso, recoger la miel y, si hay suerte, alojar a algún turista.

Sobra decir que pocas veces he dormido en un lugar tan tranquilo y confortable. El esfuerzo ha merecido la pena, y hay que mirar la parte positiva: Mañana, ¡los diez primeros kilómetros serán en bajada!

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Georgia 1, de Tblisi a Zhinvali
agosto 132019

Mi primera etapa comienza con poca confianza. Primero, de forma global, no me siento confiado con el viaje. Mi estado mental no es el mejor, y no por nada en concreto. Simplemente me cuesta pensar en todos estos días en solitario. ¡Ni que fuese la primera vez! Y segundo, el caos circulatorio de Tblisi me asusta un poco, escapar de la ciudad puede ser peligroso y me va a llevar un buen rato. Aunque, tal vez, este segundo miedo sea consecuencia de mi estado mental.

Pero aquí estoy, y toca empezar lo que tanto costó planear. Salgo del hotel y voy siguiendo la ruta que me he descargado de la web de bikepacking. Se nota que está muy trabajada. En casi ningún momento salgo a vías principales, y siempre me muevo por pequeñas calles donde el tráfico es menos denso. Aunque también es cierto que me paso el día subiendo y bajando, mientras que la vía principal discurre cómodamente por una zona llana. Pero puedo avanzar tranquilo, y eso es lo importante. Hasta un momento, en el cual me desvía mucho de la vía principal por un camino de tierra que encuentro bloqueado en la bajada, lo que me obliga a dar la vuelta. Revisando la ruta, observo que se vuelve un poco loca, así que decido probar suerte por la vía principal. Sí, el tráfico es muy loco y los conductores ven a las bicicletas como algo que no debería estar ahí… pero voy rápido y salgo de una pieza.

Tblisi

Los edificios desaparecen y llego a otra carretera con mucho tráfico, que abandono rápidamente para adentrarme en la primera emboscada del viaje. La ruta se desvía por el monte, donde apenas se aprecia lo que en algún momento debió ser un camino. Ni la pendiente ni el firme permiten pedalear, así que empujo la bici… durante demasiado tiempo. La vegetación es alta y está muy seca (¡y enfadada!) y se agarra a mis piernas desnudas clavándome toda suerte de pinchos largos, cortos, con forma de garfio… que me dejan las piernas como si un gato se hubiese afilado las uñas en ellas. Aunque ahora mismo, lo que más me preocupa es que el líquido sellante de mis ruedas resista, no me gustaría tener que empezar el viaje quitando los tubeless para montar una cámara. ¿He dicho ya que aprieta un sol de justicia? Ni una sombra, por supuesto.

Una vez finalizada ésta subida, el resto no mejora. La vegetación lo tapa todo, y hasta las bajadas las tengo que hacer andando. Después, un sube-baja criminal siguiendo el trazado de de una tubería de gas, con un firme horrible y unas cuestas imposibles. Desde luego esto no es lo que estaba buscando. No me apetece ni sacar una foto, aunque pensándolo bien tampoco hay mucho que fotografiar. Finalmente, en el GPS diviso la carretera principal y huyo hacia allá. Esta carretera tiene un firme aceptable y muy poco tráfico. No entiendo el sinsentido de atravesar el monte empujando la bici. De aquí a destino, seguiré la carretera.

Ya en la carretera, aprovecho para hacer una parada técnica, comprar algo de comida y cargar agua. De aquí a destino, nada digno de mención.

El hotel de Aranisi me sorprende. Modesto por fuera pero con un interior muy cuidado y una WiFi excelente. Una doy una ducha, me lamo mis heridas y me preparo para la etapa de mañana, donde espero ver zonas más bonitas.

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