Como ya comenté en la entrada anterior, la hospitalidad del alojamiento era casi insuperable. Y el desayuno… en fin, os dejo una muestra.
Menos de 60 kilómetros me separaban de Lieja. Esta sería la última etapa, sencilla a priori, que me llevaría de nuevo al punto de partida. Así me quedaría un día tranquilo para visitar la ciudad, antes de volver a casa. Durante el camino de vuelta atravesé varios pueblos.
Me sorprendió ver plantaciones de trigo como esta. Pensaba que una zona tan húmeda no sería la más adecuada para el cereal… pero al parecer, me equivocaba. Es algo que no estoy acostumbrado a ver y, la verdad, muy divertido de atravesar.
No hubo mucho digno de mención en esta etapa. Caminos, pueblos, y poco más.
Hasta que ya casi al final, cuando estaba a pocos kilómetros de Lieja, me metí en un sendero al lado del río que al principio era divertido, después estaba un poco cerrado, más tarde había algún árbol atravesado… poco a poco me fui metiendo en un lío, pensando que ya era demasiado tarde para dar la vuelta porque me quedaba poco para llegar al final. Y en parte era cierto, quedaba poca distancia. Lo que no sabía era lo mucho que me iba a costar esa pequeña distancia. Sin duda debería haber dado la vuelta, es fácil saberlo ahora. Pero allí, no veía más salida que avanzar. Superado el que consideraba el punto de no retorno escalé una pila de troncos pensando que ya era el final del camino. Pero me equivoqué. Un enorme derrumbe a continuación me cortaba el paso. Acabé escalando derrumbe arriba para sortear otra pila de troncos y arrastrarme nuevamente derrumbe abajo de forma totalmente desesperada, llegando incluso a pensar que tendría que abandonar allí la bicicleta para poder salir. Finalmente vislumbré, tras una nueva pila de troncos, una casa. Sólo quedaba escalar una última vez y conseguí salir de allí. Sucio, magullado y muy cansado. Pero pude salir.
Finalmente, sólo restaba un sencillo carril bici hasta Lieja para finalizar esta bonita ruta por las Ardenas. Belgica, ¡volveré!
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El siguiente fue el peor día de todos, sobre todo en el inicio. Me desperté con migraña. No terrible, porque no mme habría dejado continuar, pero sí bastante fuerte. Demasiado tarde par tomar algún medicamento. Desmonté la tienda con pocas ganas y bajé al pueblo, donde traté de desayunar algo. A duras penas me metí un café y medio croissant, ya que a mis migrañas les suelen acompañar las nauseas, e intenté continuar. A pesar de todo, aún me quedaron ganas de sacar algunas (pocas) fotos.
Por fortuna la migraña fue remitiendo poco a poco hasta desaparecer, lo que me permitió disfrutar de la ruta. Las fuerzas estaban justas, pero pude llegar a destino. Y en este caso, el destino mereció la pena.
Finalmente pude disfrutar de la hospitalidad de la familia francesa dueña de este alojamiento, de su comida (tremendo desayuno) e includo jugar hasta caer agotado (literalmente) con su perro. Un cachorro que, sin duda, tenía más energía que yo.
Pero, ¿Bélgica no era todo llano? Nada más salir de Houffalize (donde, por cierto, conviene llevar buena ropa de abrigo si vas a pasar la noche) la ruta me lleva por kilómetros de bosques y más bosques. De estrechos caminos a pequeñas pistas, me siento perdido en los bosques de Bélgica. Aunque hoy en día, con la ruta cargada en el GPS, lo de perderse se hace complicado.
Aunque sabía que hoy iba a pasar por La Chouffe, lo cierto es que encontrármela fue una pequeña sorpresa. Aficionado como soy a la cerveza en general, es curioso que mi primera visita a una fábrica sea tan lejos de casa. Aproveché para visitar el entorno de la fábrica y, como no, la tienda de regalos. Y por si queda alguna duda… ¡demasiados kilómetros por delante como para tomarme una! Ya habrá tiempo después.
En este punto empecé a encontrarme a gente corriendo, con dorsales. ¡Qué suerte la mía encontrarme con una carrera de montaña, en sentido contrario de mi marcha, por caminos tan estrechos! Afortunadamente nuestros caminos se separaron antes de provocar un accidente, y me dirijí rápidamente a La-Rocher-en-Ardenne donde volví a sucumbir a los encantos de la fritanga belga para la hora de comer. No lo voy a negar, ¡es todo un vicio!
A la postre fue un mal plan. Nada más comer tuve que enfrentarme a la rampa más dura de toda la ruta. Aún con el estómago lleno (¡y de qué manera!) tuve que pedalear primero, y empujar después, mi bici bien cargada hasta lo alto.
Afortunadamente, desde ahí, una sucesión de cortas subidas y bajas por single tracks me dejarían muy buen sabor de boca.
Según me voy acercando a Saint-Hubert, muy cerca de mi destino, el sol empieza a apretar muchísimo. Es llamativo el calor que puede hacer en esta zona. El sol golpea como un lanzallamas, y ya llevo un buen rato sin ver una sombra.
Mi plan es quedarme en un camping cerca de Saint-Hubert. Cuando llego al camping veo que, afortunadamente, hay buenas sombras y muchas plazas libres.
Para mi sorpresa, veo muchos coches que parecen venir del camping. Se acercan al restaurante que hay en la entrada, e incluso a los baños. Extrañado, pregunto sobre ello y me dicen: ¡Este camping tiene 22 hectareas! Me doy un paseo por el camping y, efectivamente, las parcelas son enormes y las distancias, interminables. Nada que ver con los campings a los que estoy acostumbrado.
¿Cómo iba a amanecer hoy? Sorpresa… de las buenas. Aunque frío, el día amanece despejado, lo que anima mucho a pedalear. Al poco de salir de Malmedy ya me meto en bosques. Discurro toda la mañana por estrechos senderos que me llevan de un bosque a otro, cruzados de tarde en tarde por una carretera, y vuelta al sendero. ¡El sueño de cualquier ciclista!
Me salgo de los senderos un momento para uno de los vicios ciclistas más extendidos: tomar un café con un pastel. Cual sería mi sorpresa cuando, una vez me había acostumbrado al bonjour, al entrar en la cafetería me saludan con un guten morgen. Sin darme cuenta había entrado en zona de habla alemana. Lo cierto es que, de cara al viajero, tiene su gracia.
Después de la pausa para el café vuelvo a los senderos. Esta zona es especialmente bonita. Los senderos están limpios, los árboles me permiten rodar a la sombra…
… y hasta tengo arándanos grátis.
Una cosa que me llama la atención es que, de las pocas veces que me salgo de los senderos, es para atravesar una carretera o un pequeño pueblo y rara es la vez que no paso al lado de un cementerio militar. Los cementerios militares belgas tienen su origen en los trágicos acontecimientos ocurridos durante las dos guerras mundiales del siglo XX. Bélgica fue un escenario importante de combates y conflictos durante ambas guerras, lo que llevó a la pérdida de muchas vidas de soldados de diferentes nacionalidades. Estos cementerios militares son lugares de gran importancia histórica y conmemorativa, y se mantienen como recordatorios de los horrores de la guerra y el sacrificio de quienes lucharon por la libertad y la paz.
El último de estos cementerios que visitaré se encuentra en Houffalize, destino final de mi ruta en el día de hoy. Tras montar mi tienda de campaña en el camping y antes de irme a dormir, aplaco mi hambre a base de freuduría belga. Sin duda, una mala elección para una cena. Pero había que probarla.
¿Vacaciones de verano?
Creo que esta era una deuda pendiente. No puede ser que mi afición al ciclismo aún no me haya llevado a Bélgica. Por un motivo u otro he visitado diferentes partes del mundo, pero me quedaba uno de los países con más tradición ciclista. Si no el que más.
No me costó mucho organizarlo. Con intención de partir desde Lieja, llegué con mis bártulos al aeropuerto de Bruselas. Para todo aquél que no lo conozca le diré que tiene, al menos, dos cosas buenas. Uno, taquillas grandes donde puedo dejar la caja de la bici. Y dos, acceso directo al tren. Y con estas, nada más llegar me dispuse a montar la bici, guardé las maletas en la taquilla y cogí el primer tren dirección Lieja.
En viaje es rápido. Aún haciendo cambio de tren a medio camino, llegué a Lieja en menos de dos horas. Por fin iba a estrenar mi nueva bici y mi nuevo sistema: adios alforjas, ¡hola bikepacking!
Me alojé en un pequeño hotel de Lieja y al día siguiente, bien temprano, arranqué mi viaje.
No puedo decir que el arranque haya sido el mejor. A primera hora llovía muchísimo. Así que hice un poco de tiempo tras el desayuno y, una vez hubo amainado, salí dirección Málmedy.
Los primeros kilómetros fueron sencillos, y pude disfrutar de primera mano de los famosísimos carriles bici que unen los pueblos de Bélgica. Kilómetros y kilómetros de de asfalto destinado únicamente a las bicicletas, muy transitados, que te llevan casi a cualquier lugar. Y además, muy cuidados.
Por fortuna apenas me llovió y, aunque el tiempo distaba mucho de ser bueno, la ropa no llegó a calarme. Abandoné los carriles bici para adentrarme en una red de bonitos senderos, muy divertidos. Y así llegué a Limburgo, donde pude esquivar los frietkoten o freidurías y agenciarme un dürüm para comer un poco más tarde. Con su forma cilíndrica, su envoltorio de papel de aluminio y lo bien que se conserva después de recién hecho, he descubierto en este viaje que son ideales para llevar en la bici y poder degustar más adelante.
Y así, poco a poco, fui haciendo camino mientras el cielo se oscurecía y las nubes cada vez se cerraban más. La temperatura comenzó a bajar, no a lo loco, pero si lo suficiente para plantearme… ¡porqué tengo que ir tan abrigado en pleno Julio! Ay, vacaciones de verano, ¿dónde estáis?
En este punto ya me empezaban a sobrar los kilómetros. Siempre trato de ir bien preparado en cuanto a la ruta a realizar, y nunca he considerado un deshonor el coger un atajo o evitar alguna zona si es difícil de transitar, se me hace tarde, o simplemente no me apetece. Y ese día había un trozo que se preveía totalmente encharcado (y seguramente embarrado) y, honestamente, no me apetecía comenzar así.
En esa situación, los últimos kilómetros los realicé por carretera. Tan sólo una pequeña parada en lo que parecía un bar de carretera pero se convirtió en un restaurante elegante a los que no les hizo mucha gracia que un tipo empapado con ropa de colorines les mojase el suelo por un mísero café. Dejé propina.
El plan para hoy era quedarme en el camping de Malmedy. Incluso me lo llegué a plantear, pero un pequeño vistazo desde la entrada me hizo reconsiderar mis planes. El camping estaba totalmente encharcado, y no parecía que fuese a parar de llover. Así pues, me busqué un hotel en Malmedy, donde pude lavar (y secar) mis ropas y dormir en una cómoda cama. Estoy acostumbrado a la lluvia, pero espero que mañana salga el sol. Eso sí, ¡me lo he pasado genial!
Siguiente etapa >Hoy tocaba ruta sencilla, al menos sobre el papel. Aunque me quedaban bastantes kilómetros hasta Telavi todo el recorrido era asfaltado, lo que facilitaba mucho la marcha. Eso sí, los 100 kilómetros los había que rodar.
Qué mejor manera de empezar que con un puerto, no muy largo, pero con rampas duras. Tras coronar el puerto fui atravesando diferentes pueblos sin demasiado interés.
Afortunadamente, en uno de los pueblos encontré una gasolinera con manguera a presión donde le pude dar un buen lavado a mi bici. El polvo del día anterior había sido tan abundante que había creado una costra dura en todo el cuadro. Además, parecía casi imposible quitarlo de la transmisión. Afortunadamente la manguera tenía presión suficiente para arrancar la pintura. Dejé mi bici totalmente limpia y seguí viaje hacia Telavi.
En la parte final del viaje pasé por el imponente Monasterio de Alaverdi.
Y de ahí hasta el final, poco más que contar. Finalmente llegué a Telavi, donde pude relajarme en la ciudad más tranuila de todas las que he visto a mi paso por Georgia. He de reconocer que el viaje no funcionó como esperaba pero, con todo, me queda un gran sabor de boca de mi paso por Georgia. Unos paisajes maravillosos, una gente encantadora y una gastronomía que, si no la habéis probado, os la recomiendo.
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En Shatili tenía dos opciones: seguir hacia el sureste y atravesar el Atsunta, o bien volver sobre mis pasos. El paso del Atsunta parece espectacular, y sin duda merece la pena. Pero no voy equipado para la ocasión; hacer el paso en un solo día no parece factible, y no me he traido la tienda de campaña ni hornillo, así que habrá que dejarlo para otra ocasión.
Así pues, doy la vuelta rumbo a Zhinvali. Esta vez no haré parada intermedia, sino que haré el recorrido completo. Son muchos kilómetros, pero una vez se corone el puerto, el terreno es muy favorable. Siempre en ligero descenso. Pero claro, primero hay que coronar el larguísimo puerto que descendí hace ya dos días.
Al poco de empezar el puerto me encuentro la carretera cortada. Un coche, sin nadie dentro, se encontraba atravesado en la carretera y, poco más adelante, en la parte inferior de una subida en «zetas», encuentro un montón de piedras desperdigadas. Y lo que es peor, una lluvia de piedras que vienen de la parte superior, donde se encuentra una pala excavadora arreglando la carretera. ¿Y ahora?
Desde una zona más o menos segura, intento hacer señas y grito para que me oigan. Pensándolo bien, teniendo en cuenta la distancia a la que me encuentro, va a ser imposible que oigan. Afortunadamente, no pasa mucho tiempo hasta que la persona que maneja la excavadora me ve, deja de trabajar y me hace señas para que suba. Así que, poco a poco (muy poco a poco) voy subiendo. Las piedras que me encuentro en el camino me entorpecen muchísimo la marcha, y es que algunas son enormes y me cuesta pasar incluso caminando. Tardo unos diez minutos en llegar a la excavadora. Agradezco el gesto al conductor, que me pregunta: «England?» Tras intercambiar «Spain» y «Madrid» con él, continúo la subida.
El tiempo es fresco, se agradece para una subida tan dura. Ésta cara es más corta y dura que la otra, y algunas rampas tienen tanta inclinación que tengo que echar pie a tierra y empujar la bici. Además, curiosamente, no siempre el terreno está bien pisado lo que hace que me hunda de tanto en tanto. En definitiva, es un terreno bastante pegajoso. Y así, entre piedras y empujones a la bici, llego a la cima.
Noto la subida de temperatura al cambiar de vertiente. De ahora en adelante, me limito a soltar frenos y dejarme caer. La bajada es muy larga y me obliga a pedalear durante un buen rato. Me cruzo con un buen número de camiones que levantan muchísimo polvo y acabo como si me hubiese revolcado por el suelo..
Antes de llegar a destino, paro en un pequeño bar para comer algo. Lo lleva una familia muy simpática. La mujer habla italiano, y así poco a poco nos vamos entendiendo. Me cuenta que trabaja varios meses al año en Italia, en la vendimia (o eso quiero entender) . Total, que pPensaba en pedir algo para llenar el estómago, sin más, pero acabo comiendo los mejores khinkalis de todo el viaje. Eso sí, he de reconocer que me dejé llevar por la gula y comí más de la cuenta. Afortunadamente, ¡el camino sigue siendo favorable!
El último tramo es un sube y baja de asfalto que se me hace bastante pesado. Después de más de 100 kilómetros llego al mismo hotel de Zhinvali donde he estado hace ya tres días.
Nada más llegar a Shatili me di cuenta de que estaba en un sitio mágico. Acercarse por la pista para contemplar cómo se abre el valle que da paso a esta histórica villa es una de esas imágenes que quedarán grabadas en mi retina para siempre. No me podría conformar con pasar un único día aquí, tenía que disfrutarlo un poco más. Y más aún cuando había conseguido alojarme en un guesthouse que habían habilitado en una de las casas de la villa. Era, sin duda, el menos glamuroso, pero el más auténtico.
Dicen que quien algo quiere algo le cuesta, y en este caso el dicho se cumplió a la perfección. Voy a intentar explicar mi periplo desde la llegada a Shatili hasta que conseguí entrar en el guesthouse. Shatili se encuentra situada en la ladera de una montaña y se extiende de arriba a abajo (o de abajo a arriba, según se mire) con lo que, vayas donde vayas, tienes que subir o bajar. Yo me acerqué por la parte alta, ya que había leído que el mejor acceso al guesthouse era por ahí. Cuando llegué (después de bajar un tramo de escaleras), la puerta estaba cerrada a cal y canto y nadie respondía. No se si por culpa de mi tarjeta telefónica o por mi escasa habilidad fui incapaz de llamar al número de teléfono que figuraba en el cartel, así que decidí acercarme a la parte baja de Shatili (arriba no había nadie con quien hablar). Y claro, no iba a dejar mi bici y mis alforjas en la calle… así que bajé por las callejuelas de Shatili hasta la parte baja. Inisito, callejuelas muy empinadas e irregulares.
Una vez en la parte baja de Shatili me acerqué a otro guesthouse a preguntar. Allí me hicieron el favor de llamar por teléfono a los dueños de mi guesthouse. Un chico llegó en poco tiempo y me dijo ¡Vamos para arriba! Pues nada, vuelta a subir. Eso sí, ésta vez que pedí que me ayudase con las alforjas, subir siempre es más duro que bajar.
Las habitaciones se manenían totalmente tradicionales, nada más que una cama y una bombilla llenaban su espacio. Afortunadamente sí que se había construido un baño con una ducha de agua caliente, así que no faltaba ninguna comodidad básica. Y qué decir de las vistas, ¡impresionantes!
Una vez duchado me fui a dar una vuelta por la parte baja del pueblo, y a buscar algo de comer. Shatili, aunque pequeño y alejado, sí que tiene cierto turismo, así que no me fue muy difícil encontrar algo de comida y una cerveza. Eso sí, mejor beber con cuidado, no parece buena idea pasarse con el alcohol bajo éste sol de justicia.
Shatili tiene un enclave estratégico. Dado que es el pueblo georgiano más cercano a la frontera chechena, ha tenido (y sigue teniendo) control militar. Aquí, algunos ¿restos? de lo que parece una central de comunicaciones.
Al atardecer aproveché que bajó un poco la temperatura para dar un paseo por los alrededores. La pista continúa durante varios kilómetros hasta adentrarse en las montañas, cruzando a la parte este de Georgia por el paso de Atsunta. No tengo intención de cruzarlo, en este viaje no me he traido la tienda de campaña y este paso hay que afrontarlo en dos días. Además, no me atrae la idea de empujar la bici durante horas y horas, he leído que este paso es complicado hasta caminando.
No obstante, merece la pena pasar un día más aquí para explorar el entorno.
De vuelta al guesthouse, conozco a mis compañeros de habitación. Nathalie, una chica de Bruselas que viaja a dedo. Viajó desde su casa hasta Armenia en avión, y desde ahí llegó a Shatili haciendo autostop. Y Juanma, un canario muy majete que también viaja en solitario.
Me confirman que hay disponibilidad para una noche más (sólo una), así que busco algo para cenar y me preparo para un nuevo día por los alrededores de Shatili.
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¡Qué bien se duerme cuando se está cansado! La noche ha sido fría, así que me he acurrucado y he dormido como pocas veces. Me levanto temprano y me encuentro con otro desayuno contundente, compuesto de prácticamente lo mismo que la cena del día anterior: queso casero, miel de sus abejas, verduras de su huerto… pero desgraciadamente, el único café que se consume por la zona es café soluble. Vaya, tampoco me voy a quejar por eso… pero mejor me tomo un té.
La mañana está fría, y la niebla mantiene un punto de humedad bastante alto. Además los primeros kilómetros son en bajada, así que hoy será el primer y único día que pondré algo de ropa de abrigo. Voy perdiendo altura rápidamente y voy saliendo de la niebla que está posada en lo alto de las montañas. La mañana me regala unas vistas maravillosas.
En poco tiempo pierdo 500 metros de altura que ayer tanto me había costado llegar en este tramo que va desde la pista principal hasta Atabe. Nuevamente en dicha pista, esta vez giro a la izquierda para continuar hacia Shatili. Tan sólo un puerto de 2.800 metros se interpone en mi camino. El día va a ser intenso, pero estoy seguro que las vistas merecerán la pena.
De momento veo que el sol aprieta y el calor se empieza a sentir, así que me quito toda la ropa de abrigo que me puse al salir de Atabe, que me ha protegido muy bien de la niebla durante un rato, y vuelvo a mi atuendo veraniego que a buen seguro me acompañará el resto del viaje.
La pista es ascendente en todo momento. La pendiente no es muy pronunciada y el firme es de tierra compacta, no excesivamente malo. Eso sí, es muy polvoriento, y cada vez que me adelanta un camión me veo envuelto en una nube de polvo blanquecino que no me deja ver nada. Y me pregunto, ¿a dónde se dirigen tantos camiones? La pista muere poco más allá de Shatili, y no me consta que haya ningún destino evidente para tanto camión. La mayoría son volquetes, me adelantan vacíos y vuelven llenos de piedras y tierra. ¿Una obra tal vez?
La pista es tendida en algunas zonas y empinada en otras, y siempre muy polvorienta. La ruta me está deleitando con estupendas vistas, gracias a la altitud y a un día tan despejado. Eso sí, tengo ganas de llegar a Shatili.
Shatili es un pequeño pueblo histórico de Georgia, propuesto como patrimonio mundial por la Unesco. Se encuentra situado en la vertiente norte del cáucaso, en la región de Khevsureti, muy cerca de la frontera con Chechenia. Intentaré alojarme en un guesthouse en el centro de la fortaleza. Será, sin duda, uno de los puntos más interesantes del viaje, y también el más remoto (que no inaccesible). Llegar hasta allí, bien sea en bici o en coche, es un pequeño desafío.
Durante la subida me voy encontrando con varias máquinas que están trabajando en diferentes puntos de la ruta, arreglando derrumbes y mejorando algunas zonas con mal firme o mucho desnivel.
Después de unas horas llego a la cima. Aunque estoy a casi 3.000 metros y se nota la diferencia de temperatura, la brisa es tan agradable que ni me planteo abrigarme. Toca perder altura hasta el valle para encarar la última parte de la ruta hasta Shatili.
Parecía que llegaba un descenso vertiginoso hasta el valle, pero nada más lejos de la realidad. Había multitud de obras en la carretera para ensanchar el trazado, para alargar la pista quitando algún desnivel, para apartar algún derrumbe… pero no eran obras como a las que estamos acostumbrados. Lo más normal era encontrarte las máquinas cortando la carretera, y una caravana de vehículos y personas esperando a que acabasen lo que estaban haciendo para volver a abrir la carretera. Aunque el tráfico era más bien escaso, sí que te encontrabas a un buen puñado de coches esperando durante 15 o 20 minutos. Y nadie parecía impacientarse, ¡es lo que hay! Así pues, el vertiginoso descenso se convirtió en un pequeño descenso seguido de una parada, una y otra vez.
Después de un buen rato llegué al valle, donde ya no me encontré con ninguna otra obra y pude disfrutar de varios kilómetros de una cómoda pista en un entorno muy bonito.
La pista discurre río abajo, cambiando de margen cada poco. Prácticamente no hay tráfico, tan sólo se oye el murmullo del agua y el canto de los pájaros.
Y casi sin darme cuenta, tras una curva, me encuentro con la maravillosa estampa de Shatili. Una ciudad de otra época en lo más profundo del cáucaso que se conserva como en la antigüedad. No me puedo creer que hoy vaya a dormir ahí, dentro de una de esas casas.
Y es que hay mucho que ver y que contar de Shatili. Pero eso lo dejo para mañana.
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El día no empieza nada bien. Me he despertado en mitad de la noche con migraña. Por la mañana la migraña continúa con la misma intensidad, con sus síntomas habituales de dolor de cabeza y nauseas. Desayuno un café y poco más, y arranco con bastante miedo… y el estómago casi vacío.
Mi plan para hoy es llegar a Atabe, lo que parece ser un pequeño pueblo en lo alto de las montañas del Cáucaso, en la parte norte de Georgia. Para ello, saliendo desde Zhinvali, seguiré la senda que discurre al lado de uno de los ríos que suministra agua al embalse de Zhinvali.
Es un lugar muy curioso. Al parecer, el auténtico Zhinvali está en el fondo del embalse, que fue construido en época soviética. Para reubicar a todos sus habitantes se decidió construir un nuevo Zhinvali, que está unos cinco kilómetros más al sur del original. Adentrarse en este nuevo Zhinvali es todo un viaje a la época soviética: grandes edificios cuadrados en medio de zonas verdes y grandes avenidas. Desgraciadamente, la situación económica del país se ve reflejada en el estado general del pueblo, muy descuidado (que no sucio) y viejo.
Empiezo por una carretera bien asfaltada que me lleva a lo alto del embalse… primeros quince minutos, primer calentón. A partir de ahí, sin mucha sorpresa. La carretera discurre al lado de un río, con lo que asciende contínuamente. La cabeza aún me molesta, así que aprovecho cualquier oportunidad para hacer un alto en el camino. Aquí, descansando con un nuevo amigo.
Por desgracia, este viaje lo estoy haciendo sin mi bolsa de manillar, la cual me es muy útil para tener a mano los objetos de uso común, como la cámara de fotos. La bolsa ha venido conmigo, pero se ha tenido que quedar en el hotel de Tblisi porque su soporte para el manillar se rompió durante el viaje. Lección aprendida, en el próximo viaje lo llevaré desmontado.
Rápidamente la carretera se convierte en una pista. Hay muy poco tráfico, la temperatura es agradable y la subida es suave. Además, el paisaje ha cambiado y es mucho más verde. Disfrute total.
La pista va cruzando, cada poco, de un margen al otro del río. Cuanto más voy ascendiendo, en peor estado se encuentra la pista. Los camiones que me adelanta, todos con muchos años, me lanzan una mezcla de polvo blanco del camino y humo negro del motor que hacen que mi aspecto sea de lo más cómico. Por fortuna para mis pulmones, el tráfico es muy escaso.
Poco más adelante llego a Kohmi, donde hay un albergue con restaurante. Sabía que me lo iba a encontrar porque, durante la preparación del viaje, fue uno de los posibles lugares que había elegido para dormir. Aunque es demasiado temprano para comer, sí que hago un pequeño alto para reponer fuerzas, hidratarme y comer algo de fruta. La migraña casi ha desaparecido y mi estómago se ha estabilizado, así que la comida sienta muy, pero que muy bien.
Pero aún quedan un buen puñado de kilómetros de pista, y lo más duro está por llegar. Durante más de una hora, éste será mi paisaje:
La pista está más rota a cada paso, y tanto mis manos como mis posaderas van pidiendo un respiro. Desde hace muchos kilómetros hasta destino, sólo encontraré un único kilómetro de asfalto, justo al atravesar el pueblo de Korsha. Aprovecho para hacer una parada técnica, ya que éste es el último pueblo que voy a encontrar hasta llegar al final de trayecto en Atabe. Y calculo que no me faltarán menos de dos horas.
No se puede decir que el pueblo esté muy surtido… tan sólo encuentro ésta pequeña tienda donde esperaba encontrar algo más contundente que fruta o helados. Bueno, no nos engañemos, los helados siempre sientan bien, no hay queja. Pero no deja de llamarme la atención que, siendo la primera tienda que veo en varias horas, no estén un poco más surtidos. Refrescos y helados están bien para satisfacer las necesidades de los pasajeros de la matryoshka, nombre con el que se conoce a los minibuses en Georgia, pero no para los habitantes de la zona.
No obstante, tengo un buen pálpito con el guesthouse que me espera en Atabe. Estoy seguro de que me podré dar un buen homenaje para cenar.
Sigo la pista cada vez más ascendente y me voy encontrando, a cada poco, una fuente. En Georgia están muy orgullosos de su agua, y no es para menos. Hay fuentes de agua fresca y cristalina a cada paso. Pero no es la cantidad de fuentes lo que me llama la atención, sino su decoración. Suele haber, en cada fuente, una placa de piedra con una especie de fotografía incrustada. No es un relieve, es totalmente lisa. Parece una especie de lápida… desconozco el porqué, pero me gustaría saberlo. Como creo que no lo he explicado muy bien, os dejo un par de fotografías.
Finalmente llego al desvío que me llevará hasta Atabe. No tengo altimetrías ni mapa de la zona, así que voy un poco a ciegas. Cuando llego al desvío, me doy cuenta de llegar a Atabe va a ser más duro de que lo esperaba. La pista tiene buen firme y buen agarre, pero es tan empinada que tengo que echar pié a tierra y empujar la bici. Y será así a cada poco, aunque hay que reconocer que las vistas merecen la pena. A casi 2.000 metros de altura, Georgia luce estupenda.
No tengo muy claro a dónde voy, ya que no dispongo de cartografía de la zona y tampoco hay indicaciones. No obstante, me dijeron que el guesthouse sí que estaba señalizado, así que supongo que, tarde o temprano, veré una indicación. Y a juzgar por el paisaje, ya no puede quedar mucho… porque se me está acabando el monte!
Y así es. Poco más adelante, tras una hora de durísima subida en la que me ha tocado empujar la bici más de lo que me habría gustado, llego al guesthouse. Es una pequeña cabaña en la zona transitable más alta. De aquí para arriba, monte y rocas.
Una señora que no habla una palabra de inglés me recibe. Es muy difícil comunicarse verbalmente cuando no tienes ninguna palabra en común, ni tan siquiera parecida… pero por señas todos nos entendemos. Lo primero, poner la bici en lugar seguro.
A continuación me muestra la que va a ser mi habitación. Éstas son las vistas.
Y como no, toca asearse y hacer la colada.
Si algo llama la atención de éste lugar es la cantidad de lagartijas que te puedes encontrar en las zonas donde da el sol. Tanto es así, que tienes que tener cuidado para no pisarlas. En el interior del guesthouse me encuentro con algún dibujo de visitantes anteriores, y en todos ellos sale dibujada alguna lagartija.
No obstante, lo cierto es que tengo bastante hambre. Dije que tenía un buen pálpito con este lugar y no me va a defraudar. Y para muestra, la merienda.
La merienda casi se solapa con la cena, así que me paso un buen rato comiendo y charlando con el hijo del matrimonio que regenta el guesthouse. Es el único que habla inglés. Resulta que vive y estudia en Zhinvali, la ciudad de la que he salido esta mañana. Ésta es su casa del pueblo, a donde vienen en verano, cuando el tiempo lo permite, a hacer queso, recoger la miel y, si hay suerte, alojar a algún turista.
Sobra decir que pocas veces he dormido en un lugar tan tranquilo y confortable. El esfuerzo ha merecido la pena, y hay que mirar la parte positiva: Mañana, ¡los diez primeros kilómetros serán en bajada!
Mi primera etapa comienza con poca confianza. Primero, de forma global, no me siento confiado con el viaje. Mi estado mental no es el mejor, y no por nada en concreto. Simplemente me cuesta pensar en todos estos días en solitario. ¡Ni que fuese la primera vez! Y segundo, el caos circulatorio de Tblisi me asusta un poco, escapar de la ciudad puede ser peligroso y me va a llevar un buen rato. Aunque, tal vez, este segundo miedo sea consecuencia de mi estado mental.
Pero aquí estoy, y toca empezar lo que tanto costó planear. Salgo del hotel y voy siguiendo la ruta que me he descargado de la web de bikepacking. Se nota que está muy trabajada. En casi ningún momento salgo a vías principales, y siempre me muevo por pequeñas calles donde el tráfico es menos denso. Aunque también es cierto que me paso el día subiendo y bajando, mientras que la vía principal discurre cómodamente por una zona llana. Pero puedo avanzar tranquilo, y eso es lo importante. Hasta un momento, en el cual me desvía mucho de la vía principal por un camino de tierra que encuentro bloqueado en la bajada, lo que me obliga a dar la vuelta. Revisando la ruta, observo que se vuelve un poco loca, así que decido probar suerte por la vía principal. Sí, el tráfico es muy loco y los conductores ven a las bicicletas como algo que no debería estar ahí… pero voy rápido y salgo de una pieza.
Los edificios desaparecen y llego a otra carretera con mucho tráfico, que abandono rápidamente para adentrarme en la primera emboscada del viaje. La ruta se desvía por el monte, donde apenas se aprecia lo que en algún momento debió ser un camino. Ni la pendiente ni el firme permiten pedalear, así que empujo la bici… durante demasiado tiempo. La vegetación es alta y está muy seca (¡y enfadada!) y se agarra a mis piernas desnudas clavándome toda suerte de pinchos largos, cortos, con forma de garfio… que me dejan las piernas como si un gato se hubiese afilado las uñas en ellas. Aunque ahora mismo, lo que más me preocupa es que el líquido sellante de mis ruedas resista, no me gustaría tener que empezar el viaje quitando los tubeless para montar una cámara. ¿He dicho ya que aprieta un sol de justicia? Ni una sombra, por supuesto.
Una vez finalizada ésta subida, el resto no mejora. La vegetación lo tapa todo, y hasta las bajadas las tengo que hacer andando. Después, un sube-baja criminal siguiendo el trazado de de una tubería de gas, con un firme horrible y unas cuestas imposibles. Desde luego esto no es lo que estaba buscando. No me apetece ni sacar una foto, aunque pensándolo bien tampoco hay mucho que fotografiar. Finalmente, en el GPS diviso la carretera principal y huyo hacia allá. Esta carretera tiene un firme aceptable y muy poco tráfico. No entiendo el sinsentido de atravesar el monte empujando la bici. De aquí a destino, seguiré la carretera.
Ya en la carretera, aprovecho para hacer una parada técnica, comprar algo de comida y cargar agua. De aquí a destino, nada digno de mención.
El hotel de Aranisi me sorprende. Modesto por fuera pero con un interior muy cuidado y una WiFi excelente. Una doy una ducha, me lamo mis heridas y me preparo para la etapa de mañana, donde espero ver zonas más bonitas.
Siguiente etapa >Nuevamente salgo al alba para evitar el calor. Voy a salir de la zona de viñedos para entrar de lleno en la zona de apicultura hasta llegar a Ljubliana. Durante el día de ayer me picaron dos abejas, y hoy va a ser complicado que libre otro picotazo.
Atravieso muchos pueblos muy bonitos. Hay mucha vida rural en Eslovenia y eso se nota en lo cuidados que están los pueblos y sus casas. Una muestra de ello es Selsctk, donde a cada casa le correspondía un número y un nombre. A la entrada puedes consultar qué casas hay en el pueblo, con su correspondiente imagen.
Hago unos cuando kilómetros por carretera pasando zonas de abejas. Es algo que nunca había visto, están al lado de la carretera y se me van estrellando contra el cuerpo. Por tanto, muchas se estrellarán contra los coches. Bueno, de momento voy librando las picaduras.
Llega la zona de pistas. Al poco de entrar me encuentro con este cartel. No hablo ni palabra de Esloveno, pero no hay mucha duda de su significado.
No podía haber día sin emboscada. Espero no tener que escapar de un oso. Y yo que me quejaba de las abejas…
Poco más adelante me encuentro nuevamente con estos ¿panales de trashumancia? Están al lado de los caminos y y es vez no consigo evitarlas, una se me cuela en el casco y me vuelven a picar. Tengo suerte que no soy alérgico ni me afectan demasiado, así que la molestia es breve, ¡aunque intensa!
Entro en una zona de bosque donde me encuentro la emboscada del día, para variar. Vuelta a empujar la bici, y nuevamente el camino desaparece y tengo que andar tirando de GPS para buscar la ruta. Caminos cerrados y maleza son la norma. Así que, una vez que vuelvo a la pista principal, sigo por la pista sin abandonarla.
El resto del día es una sucesión de bosques, caminos y pueblos. Paro de vez en cuando a comer o beber algo, tengo tiempo de sobra y el calor vuelve a apretar. Tras 73 kilómetros llego a Ljubliana.
Ha sido una vuelta total de 450 kilómetros y 9.000 metros de desnivel. Unos paisajes excepcionales y unas emboscadas de campeonato han puesto la guinda de este pastel. Ahora, un par de días para descansar en Ljubliana, una perla por descubrir para muchos, que os recomiendo encarecidamente. Bonita, acogedora y con muchas cosas que ver y hacer.
Aún con alguna emboscada de más, un viaje que ha sido todo un acierto. ¿Que si echo de menos los paisajes africanos, los desiertos, y las zonas más inhóspitas? Pues sí, habrá que cargar pilas para el siguiente viaje.
Eslovenia, esto ha sido todo.
< Etapa anteriorMi intención era, al igual que el resto de días, madrugar y salir temprano. Y así lo hice, madrugué. Pero me quedé un buen rato charlando con los dueños del guesthouse. Me recomendaron que hiciese una parada a mitad de ruta para comer en una granja donde servían un buen almuerzo. Aún me duele no haberles hecho caso, pero lo cierto es que ni esa granja estaba a mitad de ruta ni me quedaba cerca, tenía que desviarme unos 10 kilómetros. Bueno, algún sitio encontraré para comer.
Nuevamente, kilómetros y kilómetros de carril bici. No dejan de impresionarme
Hoy ha sido uno de los días donde el calor me está haciendo más daño. Prefiero el calor al frío, pero todo tiene un límite. El recorrido de hoy es un contínuo sube-baja de caminos y carreteras secundarias, con una buena subida al final.
Atravesé un montón de pueblos y pequeñas ciudades, y creo que paré en todos y cada uno de los ríos que encontré para refrescarme un poco. El calor está siendo asfixiante, y las zonas de sombra no abundan en exceso. La parte final transcurre por la zona vinícola de Eslovenia, y atravieso multitud de viñedos.
Estoy llegando al final y parece que hoy no va a haber emboscada. Y no, emboscada no hubo, pero a cinco kilómetros del camping de Postojna se me coló una abeja en el casco, que evidentemente me picó, dándole un poco de emoción al final del día.
Y así, tras casi 90 kilómetros, llego al camping de Postojna. Mañana, día de descanso para visitar las cuevas y el castillo de Postojna y hacer un poco de turismo.
La etapa de hoy va a ser larga y el calor va a apretar, así que intento madrugar y salir al amanecer. La salida de Bovec es por carretera, cuesta abajo, y hasta tengo un poco de frío que agradezco. En menos de 10 kilómetros empiezo a subir por carretera, y poco después me desvío por una pista que debería llevarme hasta la cima del monte Stol. La pista tiene un firme desigual, pero no demasiado rota.
La pendiente no es demasiado pronunciada y, prácticamente, toda la subida la hago a la sombra. Dado que la velocidad es muy baja y no hay absolutamente nada de tráfico, me permito el lujo de subir sin casco. Llegar a la cima me lleva casi dos horas y puedo decir que ha merecido la pena. Las vistas son espectaculares.
Me siento durante un rato a comer algo y me preparo para la bajada. He leído que la bajada del Stol es la mejor bajada de Europa. Bueno, no creo que sea para tanto… aunque sin duda, va a ser divertida. Las alforjas no me van a permitir bajar todo lo rápido que me gustaría, pero vaya, ¡no tendría mucho sentido perder mi equipaje en la bajada!
Una sucesión de zetas me esperan, para perder en poco tiempo los metros que tanto me ha costado ganar.
Desde ahí, mucha carretera y carril bici. Y sobre todo, mucho calor. Se nota que he perdido metros (el resto de la ruta ronda los 200 metros sobre el nivel del mar) y que estoy metido en un valle (el valle del Soca). Poco más adelante, por una carretera poco recomendable para montar en bici (mucho tráfico y sin arcén) me detengo a beber algo en un Grill-Bar de carretera. La intención era simplemente beber algo, con este calor apetece poco comer, y mucho menos meterme un trozo de carne a la parrilla. Eso mismo le digo al camarero, pero me sorprende con una pregunta: ¿qué tal una hamburguesa vegetal, con verduras a la parrilla? Creo que todos conocemos ese momento en el que tu boca empieza a segregar saliva y algo dentro de ti te dice que no puede aguantar un minuto más sin comer. Así que, tranquilamente, le digo al camarero que coja mi dinero y me traiga mi hamburguesa.
Con la panza llena sigo ruta, y el calor aprieta cada vez más. Me desvío en cuanto puedo de esta carretera para volver a otro carril bici. Sigo alucinando con la cantidad, y calidad, de estos carriles. El río está justo a mi lado, así que busco una zona tranquila para darme un chapuzón. Esperaba un agua muy fría, ya que por mucho calor que haga el agua de río suele estar mantener su temperatura. Pero no, lo cierto es que la temperatura es muy agradable.
Finalmente llego a Kanal, no sin antes pasar por la emboscada del día donde nuevamente me toca empujar la bici. Hoy me alojaré en un pequeño guesthouse muy confortable.
90 kilómetros con 1800 metros de desnivel, ¡nada mal! Aprovecho lo que queda de tarde para dar una vuelta por Kanal. Eso sí, ¡por la sombra!
Dormir en un hotel ha sido una buena idea. Aunque el colchón y el saco de dormir son confortables, nada como una buena cama para recuperar fuerzas. Y como no, cargar el depósito. El desayuno del Gasthoh Feichter es fantástico. Lo cierto es que es un alojamiento poco habitual para cuando viajo. Pero vaya, un día es un día.
Lo que no voy a hacer es seguir la ruta original. El día de ayer fue muy duro y me pasó factura, pero no quiero acortar la ruta, así que buscaré algún atajo. Pregunto en la recepción del hotel por la forma más rápida y sencilla de llegar a Bovec, la cual me llevará por Italia hasta Tarvisio antes de volver a Eslovenia.
Al poco de salir del hotel entro en un carril bici. Salgo de Austria y entro en Italia por el Coccau Valico, utilizando aún el carril bici. Hay kilómetros y kilómetros de este tipo de vías, muy alejadas del tráfico y muy cuidadas. Todo un lujo.
Paso por Tarvisio en mi vuelta a Eslovenia y subo el Paso del Predil, un bonito puerto de montaña junto a un lago.
Me paso el día cruzando fronteras (lo que me hace cierta ilusión, no lo voy a negar), y en poco más de tres horas he llegado a destino.
Hoy he pedaleado durante poco más de 55 kilómetros y mil metros de desnivel, todo por carretera. Un día tranquilo y relajado para recuperar fuerzas y disfrutar de la etapa de mañana. Será dura, sobre todo en su primera parte.
Bovec es el centro turístico para actividades deportivas de la zona. Creo que podrías pasar una semana entera, realizando actividades diariamente, sin repetir deporte. He llegado bastante temprano, así que tengo tiempo para conocer el pueblo y hacer algo de turismo.
La noche está muy animada y me quedo un rato a ver a la banda. Parecen ser conocidos en Eslovenia…
Pero lo cierto es que su música no me resulta muy interesante. Aprovecho el mercadillo de la zona para probar la polenta, a la que le doy un notable alto, y me voy para el camping. La música de la banda se oye perfectamente desde la cama, así que leo un rato hasta que se les acaba el repertorio. He de decir que me estoy acostando todos los días bastante temprano.
Ahora sí, estómago lleno y piernas relajadas. Mañana tendré un día intenso.
Después del tute del día anterior me propuse seriamente escapar de cualquier emboscada posible. Sabía que la etapa sería dura,. Me propuse cruzar a Austria y, para ello, tenía que cruzar la cadena montañosa que representa la frontera natural entre Eslovenia y Austria. El desnivel no me lo iba a quitar nadie, pero intentaría evitar en todo lo posible volver a empujar la bici. Y lo conseguí durante los primeros 35 kilómetros, en los que rodé mayoritariamente por un carril bici (sí, había kilómetros y kilómetros de carril bici) ligeramente ascendentes, pero muy sencillos. Todos ellos por un precioso valle, en el que tuve la suerte de ver el entrenamiento de verano de los esquiadores de fondo. Por desgracia, no pude sacarles una foto.
En menos de dos horas llegué a Mojstrana, un pequeño pueblo en la ladera de la montaña, donde aproveché para coger agua y tomar un café. A partir de aquí empieza la subida, que previsiblemente dura, que me llevará a lo alto de las montañas que separan Eslovenia de Austria.
Poco más adelante empieza la subida. Dura, como esperaba. Pero el firme es bueno y voy ganando altura a buen ritmo. Empiezo en 750 metros por una pista ancha con firme irregular. me lo tomo con calma, no tengo ninguna prisa y el calor aprieta de lo lindo. La pendiente es muy pronunciada, me alegro mucho de haber cambiado los desarrollos para este viaje y disponer de un piñón tan grande. No lo quitaré en unas horas.
La pista está cada vez más rota, y la pendiente sigue en aumento. Los kilómetros pasan, y las horas también. Eso sí, la subida es bonita y, de vez en cuando, te encuentras con algo de civilización.
La pista ya se pone imposible, entre la cantidad de piedra y el peso de las alforjas, es imposible subir montado. Paro a comer algo y sigo empujando. Justo lo que no quería hacer, empujar. Pero ya queda poco, esto se tiene que acabar en breves…
Pero no es así. La pista se acaba y empiezo el monte a través. Sigo empujando la bici y esto parece que no termina nunca. Tras dos horas y mil metros de desnivel, me rindo. Este paso es evitable, y una ligera vuelta por la carretera me llevará a destino. Me duele rendirme, pero esto es un sinsentido. La posición del equipaje hace complicado empujar la bicicleta, y pesa demasiado como para hacerlo durante horas. Me duele todo, así que doy la vuelta.
Durante la bajada me encuentro con dos daneses que pretenden hacer la misma ruta que intentaba hacer yo. Ellos van más ligeros de equipaje (y son más jóvenes, que también es importante) pero que también están cansados de empujar la bici. Les informo de lo que queda, al menos de lo que yo he visto, pero de momento deciden seguir.
Yo sigo bajando y llego a la carretera. Avanzo dirección al puerto que me llevará a Austria, y paro en un bar a cargar agua. El calor aprieta muchísimo y no paro de beber, de hecho ya me voy sintiendo encharcado. El alquitrán de la carretera se va haciendo pegajoso, se nota el calor que desprende y apenas se mueve el aire. ¡Comienza puerto!
He de reconocer que no saqué ninguna foto de la subida. Muy dura, con un desnivel constante del 18% y mucho calor. Eso, sumado a la paliza del día, hizo que no me hiciese mucha gracia el puñetero puerto. Pero todo es cuestión de constancia, y finalmente llegué a la cima. Y sí, me hizo ilusión cruzar la frontera en bicicleta.
La bajada hacia Austria tiene un desnivel brutal. En 5 minutos perdí 500 metros que tanto me había costado ganar. Antes de llegar abajo ya había decidido que mañana no iba a subir por aquí. Aún no sabía qué iba a hacer, pero ya tenía claro qué no iba a hacer.
Desde ahí, aún me quedaban unos 15 kilómetros de carretera hasta el camping donde tenía pensado acampar. Pero lo cierto es que me duele todo, y sólo pensar en tener que montar la tienda de campaña y dormir en el suelo se me hace muy duro.
De camino al camping paso por un hotel y no me lo pienso dos veces. Hoy, hotel y cama. Finkenstein será mi final de etapa improvisado. 75 kilómetros con más de 2.000 metros de desnivel han acabado conmigo, especialmente las zonas en las que he tenido que empujar la bici.
Ducha y cena. Mañana será otro día.
Primer día, toma de contacto con mi nuevo viaje en solitario por Eslovenia. El plan para hoy es viajar tranquilo. La distancia es corta y el perfil no parece demasiado abrupto, así que pedalearé con calma hasta el lago. Como llegaré con tiempo. la idea es visitar el entorno del lago para, más tarde, buscar dónde dormir.
Rápidamente cojo un carril bici que, aunque confuso en ciertos momentos, me saca de Ljubliana de forma segura, sin juntarme demasiado con el tráfico. Estos carriles bici se agradecen, puedes moverte por la ciudad siguiendo las calles más directas y rápidas, pero sin mezclarte con el tráfico.
Una vez fuera de la ciudad, el nivel de tráfico desciende al mínimo. Me cruzo con algún coche de cuando en cuando, eso es todo. Eso sí, la carretera se va poniendo dura y empiezan las primeras subidas fuertes. En pocos kilómetros salgo de la carretera y me adentro en pistas forestales, también poco transitadas. Y así, poco a poco, paso el primer puerto. Vuelvo al valle y ya veo los montes al fondo. El paisaje es muy verde y muy, muy bonito. Dado que la etapa no es muy larga, y parece sencilla, no cojo agua en el camelback. Intento apañarme con el bidón.
Después del valle vuelvo a las pistas forestales y empieza la odisea. La vegetación cierra el camino totalmente, es imposible pasar. Me voy desviando por otros caminos por los que sí se puede pasar durante un rato, pero se cierran más adelante. Intento alejarme lo menos posible de la ruta principal, pero no es sencillo. A veces me encuentro a escasos 20 metros de la pista principal, pero es imposible pasar. Y llegar a la pista principal tampoco me garantiza nada, porque la cruzo en algunos tramos y está totalmente bloqueada. Todo esto, unido al peso y al volumen de las alforjas, hace que avance muy despacio.
Sin darme cuenta van pasando las horas, me quedo sin agua y empiezo a pensar que la mejor idea habría sido dar la vuelta.
De repente, se abre un claro en el bosque y llego a una casa. Bien, al menos podré conseguir agua. Allí vive una señora que no habla ni una palabra de inglés, y sobra decir que yo no hablo esloveno, con lo que me explico como puedo y me da agua suficiente para el resto del día. Compruebo que el camino que lleva hasta la casa baja al valle contrario al que yo quiero ir, parece que la mejor opción es seguir adelante. ¡Pues adelante!
Aún me quedaba otra hora de más de lo mismo. Al fin, la vegetación se abre y llego a un camino. Después carretera, coches… y Bled. Sitio turístico donde los haya, el tráfico y el bullicio contrastan con las horas de soledad que he vivido durante el día de hoy. Busco el camping, que está a la orilla del lago, y monto mi tienda. Un baño, una buena cena y a descansar, los 70 kilómetros han hecho mella, especialmente los kilómetros de empujar la bici. Mañana tendré que mirar donde me meto, tal vez la ruta que he descargado no está actualizada. Pero que no se me malinterprete: he disfrutado como un niño.
Siguiente etapa >Despertamos bien temprano tras una tranquila noche acompañada por los sonidos de los animales, sobre todo monos, que correteaban por encima de la tienda. Momentos impagables que somos afortunados de disfrutar.
Salimos temprano rumbo a Arusha. Va a ser un día tranquilo, tenemos una pequeña zona de caminos y después saldremos a la carretera que une Moshi con Arusha. Es una carretera muy transitada, ¡esperemos no tener muchos problemas!
Salimos tranquilamente, ya se van notando los días y los kilómetros, y el terreno está muy, muy roto, y nuestros cuerpos piden descanso. Desandamos lo andado el día anterior, volviendo sobre nuestros pasos hasta la carretera, donde tomamos rumbo Arusha. La carretera es un continuo sube baja, con más tráfico del que nos gustaría. Pero al menos, el firme es muy bueno.
A medio camino hacemos una pequeña parada en un bar de carretera para beber y comer algo. Allí hablamos con un chico que habla inglés bastante bien. Tiene un pie escayolado, se lesionó jugando al fútbol. Nos habla de las ganas que tiene de volver a jugar, cómo sueña con jugar en Europa y labrarse un futuro como futbolista. Nos habla con mucha ilusión, y lo cierto es que ese futuro, aunque improbable, es prácticamente el único futuro prometedor que puede tener. En caso contrario su futuro será feliz, seguro, pero no podrá realizar los sueños que nos ha contado.
Tras mucho tráfico y mucho calor llegamos a Arusha, al mismo hotel del que habíamos salido. Y en el que nos han cuidado muchísimo. Elisante nos ha cuidado bien, y a nuestra vuelta ya teníamos nuestras maletas en la habitación. Lo agradecemos mucho, después de todo han sido 71 kilómetros con perfil ascendente en nuestro último día. Nos hemos ganado la ducha.
No se cómo concluir esta narración. El viaje ha sido alucinante. El paisaje espectacular. Y la gente, como en cualquier país (esto no es ninguna novedad) acogedora y siempre bienintencionada.
Nos quedan unos días de safari, ya en modo turista convencional, para cargar nuestra retina (y nuestro carrete) de fotografías. Pero si la bici acaba aquí, la historia acaba aquí. ¡Hasta la próxima!
< Etapa anterior¡Menuda noche! Hoy sí que hemos descansado, y en uno de los mejores lugares para hacerlo. En medio de la sabana tanzana, muy cerca de Kenia, en una confortable choza de barro y ramas. Y recalco lo de confortable, porque realmente, lo era.
Silencio absoluto, una cama hecha con ramas pero muy cómoda, y un pequeño tragaluz en la pared que permitía ver la salida del sol. En resumen, no se me ocurre un lugar mejor en el que descansar.
Nuevamente, un buen desayuno para arrancar el día y salimos hacia Kikuletwa. Después del tramo infernal de ayer, en obras, donde nos tuvimos que pelear con un montón de camiones, hoy nos apetecía un poco más de tranquilidad. La primera parte de la ruta es tranquila, deshacemos el camino andado hacia Olpopongi y salimos a una pista que nos lleva hacia la carretera que rodea el Kilimanjaro.
Y de repente, la sorpresa del día. Como ciclista, uno está acostumbrado a que los animales se crucen en el camino. No es raro encontrarse, en según qué zonas, con corzos o jabalíes que huyen, o incluso se pasean por delante sin importarles quién venga. Y siempre te arrancan una sonrisa. Pero no hay corzos ni jabalíes en Tanzania. Esta vez fue una jirafa la que se cruzó en nuestro camino.
He de confesar que la imagen no representa para nada lo que sentimos. Esta fue la primera vez que vimos una jirafa en libertad, y nos pareció impresionante. Me temblaba el pulso y era incapaz de sacar mi cámara. No por miedo (aunque un poco de respeto sí que da, es muy grande…) sino por los nervios de ver a tan maravilloso animal, mirándonos fijamente, pensando tal vez que éramos una especie de marcianos, con nuestra piel blanca y nuestra ropa ajustada de colores chillones.
Miramos a nuestra izquierda y vemos un grupo de jirafas, mirándonos fijamente desde la altura. Parecían submarinistas, asomando de forma simpática su cabeza sobre el horizonte. Sus orejas y pequeños cuernos nos hacen sonreír. No sabemos cuántas hay, pero no menos de una treintena.
Vemos también un grupo de cebras. Pero nuestra atención sigue con las jirafas. Nos acercamos poco a poco, y a esa misma velocidad se va a alejando nuestra amiga. A lo lejos, unos niños la asustan y vemos como se aleja corriendo. Sus movimientos parecen ir a cámara lenta, pero desaparece de nuestra vista en muy poco tiempo.
Esta experiencia bien merece un viaje. Tenemos la energía a tope para continuar la ruta.
Seguimos por la pista y, poco más adelante, salimos a una carretera asfaltada, que es bienvenida por nuestros maltrechos traseros. Avanzamos a buena velocidad, atravesando multitud de pueblos. Hacemos alguna parada para hidratarnos (qué buena está la Fanta piña, por cierto).
Poco más adelante atravesamos la transitada carretera que une Arusha con Moshi, y nos salimos nuevamente a una pista bastante rota. Se acabó la comodidad.
Estamos doloridos. No hay duda de que esta pista nos está haciendo daño. Afortunadamente no nos queda demasiado para destino y, aunque la pista no es muy bonita, nos deleita con alguna bonita imagen. Como la de este baobab, imagen inconfundible de África.
Días más tarde íbamos a tener oportunidad de probar su fruto. Aviso, ¡está bastante malo!
Finalmente llegamos a Rundugai. Habíamos quedado con Ndoss, el responsable de Rundugai Cultural Tourism. Al parecer, el gobierno de Tanzania intenta promover el turismo más allá de las grandes agencias organizadoras de safaris, en un intento por dar visibilidad y oportunidades de trabajo a la gente local. Y en Rundugai lo hacen bastante bien.
Ndoss nos explica el programa de dinamización existente en Rundugai, que va desde las visitas guiadas, a alojamiento y comida con la gente de la zona. Pero nosotros hemos venido con otra idea, que es la de pasar una noche de camping en Kikuletwa hot spring. Así que Ndoss llama a un boda boda y nos dirigimos a Kikuletwa. Y sí, casi se nos olvida, ¡por fin el cielo se abrió y vimos el Kilimanjaro!
Kikuletwa hot spring es una pequeña charca de agua termal que brota como un oasis en medio de una zona muy árida. Nos encontramos ante una vegetación casi selvática en medio de un extenso secarral. El lugar es precioso, y tendremos la oportunidad de pasar la noche aquí.
Pero no nos engañemos. Hoy, 10 de septiembre de 2017, es domingo. Y los domingos, estés donde estés, hay mucha gente. Kikuletwa está lleno de gente, mayoritariamente turistas, y el lugar dista mucho de ser el lugar tranquilo y apacible que esperábamos. Tendremos que esperar a que den las siete y cierren las puertas, para quedarnos tranquilos.
Y así fue. Tras un relajante baño, montamos nuestra tienda y nos quedamos solos con el guarda que cuida esta zona. Nos preparamos algo de cena que degustamos alrededor de una improvisada hoguera. Mañana, vuelta a Arusha.
Hoy hemos disfrutado sufrido una noche complicada. Hemos elegido quedarnos a dormir en el centro neurálgico de la marcha nocturna. Hasta altas horas hemos escuchado, a todo volumen, la música de moda en esta zona. Después han venido las juergas nocturnas en las habitaciones contiguas… en resumen, no ha sido sencillo dormirse. Afortunadamente estábamos muy cansados y, aunque no hemos dormido todo lo que nos habría gustado, al final pudimos descansar.
A la mañana siguiente nos prepararon el que posiblemente sea mi desayuno más calórico hasta la fecha, a base de unos pancakes tan gordos que ni siquiera los podíamos enrollar. ¡Había que partirlos por la mitad! Y por si hubiésemos quedado con hambre, nos prepararon alguno más para llevar.
Ahora tocaba pagar: cena para tres, habitación para nosotros y desayuno para tres (nuestro guía se apuntó nuevamente) nos salió por 10€ en total. Y eso a precio para nosotros, los mzungu. O lo que es lo mismo, personas blancas.
He de reconocer que disfruto especialmente de estas experiencias. Nada de lo que allí vivimos se paga con dinero. Todo es fruto de estar en ese momento y ese lugar. Nunca olvidaré a nuestro querido profesor y lo bien que nos trató.
Llegó el momento de dejar Kamwanga. Salimos a la carretera y vemos que acaba justo a la salida del pueblo. De los aproximadamente 70 kilómetros de la etapa de hoy, tan solo haremos 200 metros de asfalto. Lo demás, pista polvorienta.
El cielo está nublado, lo que nos impide ver, nuevamente, el Kilimanjaro. Van pasando los días y seguimos sin verlo. No hay duda de que está ahí pero, ¿se dejará ver?
La pista no tiene tráfico y está muy, muy rota. Avanzamos unas horas hasta que llegamos a un punto donde empezamos a encontrarnos con muchos camiones y maquinaria. Parece que están tratando de convertir esta pista en una carretera. Lo que nos queda hasta que nos desviemos de las obras se convierte en un pequeño infierno. Grandes camiones adelantándonos, pasando muy cerca de nosotros, y levantando una cantidad de polvo tal que prácticamente nos obliga a parar. Una pequeña tortura que no empañará un día genial.
Más adelante nuestro camino se separa, al fin, de esta carretera en obras principal. Nos dirigimos a Olpopongi, una pequeña aldea maasai acondicionada para el turismo, que acepta huéspedes pero que está gestionada por maasai. Una aldea maasai que se reserva en Booking, muy extraño. Ya tenemos muchas, muchas ganas de llegar.
Lo que viene a continuación es maravilloso. Nos salimos de la pista y nos lanzamos, viento favor, por unos caminos estrechos con un firme muy, muy duro que nos permite avanzar muy rápido. El paisaje es maravilloso y la pista, divertidísima. Hacemos dos pequeños altos en el camino. Uno, para curar las heridas que una wait a bit thorn (Acacia mellifera) le causó a Nines en el brazo. Y es que, tanto nos liamos a correr, que ajustamos demasiado las curvas. La segunda parada fue para presentarle al guardia del parque nuestro pase.
Después de 65 kilómetros llegamos a la aldea. Ha sido una etapa corta pero incómoda. Y lo pasamos genial.
En la aldea nos reciben con un baile de bienvenida.
Tenemos polvo por todas partes, así que lo primero de todo es una ducha. Todo un lujo en un lugar como este, que no dispone ni de corriente eléctrica. La ducha, increíble, con preciosas vistas a toda la sabana. Tras la merecida ducha, las experiencias en la aldea se suceden. Primero, una visita al museo etnográfico de la aldea. Después, un maravilloso trekking alrededor de la aldea, donde el jefe nos muestra toda una serie de datos y curiosidades acerca de la cultura maasai.
Historia maasai, cultura, tradiciones, y hasta cómo fabricar un cepillo de dientes con las ramas de una acacia.
Y como no, el motivo por el que la aldea se llama Olpopongi. Coge su nombre del Olpopongi (nombre en suajili), el árbol con el que construyen sus chozas. Al parecer, es tóxico para los insectos, con lo que se ahorran unas buenas capas de barniz.
También tratamos de ascender al rango de maasai, el cual se consigue mostrando tu habilidad con la lanza. Y fracasamos estrepitosamente. Después, un té maasai con la anciana de la aldea, otra gran experiencia. Sin duda, será un día que no olvidaremos jamás.
De vuelta a la aldea, una buena cena con cerveza (¡sí, tenían cerveza!) y a dormir en una confortable choza. ¡Buenas noches!
Hemos pasado una noche magnífica en el lago Chala. Nuestra primera noche de camping sin mosquitos, eso es una buena noticia. Aunque nuestro organismo va cargado de malarone, no tenemos ningún interés en probar su eficacia.
Ha sido una noche maravillosa, el lugar no puede ser más tranquilo y el único sonido que hemos oído ha sido el de algún ave nocturna. Tras desmontar la tienda, nos vamos a por el desayuno. Una tortilla de vegetales nos estaba esperando, frente a las preciosas vistas del lago Chala. Vamos a echar de menos este sitio…
Pero no hemos venido aquí a descansar, sino a montar en bicicleta. Así que cargamos las alforjas y nos lanzamos, camino arriba, hacia la pista que nos llevará a la parte norte del Kilimanjaro, la llamada lower road.
La pista va ganando altura poco a poco, nuestro destino de hoy está bastante alto. El terreno no está muy roto, pero ni de lejos representa el lujo del día anterior. Las rocas asoman entre la tierra y hacen que la marcha sea, por momentos, más incómoda de lo deseado. No nos cruzamos con ningún coche, tan solo motos. Muchas motos. Los famosos boda boda, los taxis más baratos (y más peligrosos) de África. Muchos nos adelantaron a gran velocidad, con sus viejas motos y ruedas lisas… no parecen muy seguros, y todos nos informaron de la cantidad de accidentes que provocaban.
Poco más adelante salimos a carretera asfaltada. Hoy tenemos muchos kilómetros que hacer, así que nos viene muy bien. Pasamos por varios pueblos con mucha vida, los que están en la frontera entre Tanzania y Kenia. El tráfico, sobre todo de camiones, es muy intenso, aunque rápidamente nos alejamos de esta zona y el tráfico disminuye.
La carretera asciende poco a poco, la etapa de hoy nos llevará desde los poco más de 900 metros del lago Chala hasta algo más de 2000. Afortunadamente, la carretera es buena y podemos avanzar con facilidad. La altitud se nota, empieza a hacer algo de frío y hasta nos llueve ligeramente. Estamos en la falda del Kilimanjaro pero seguimos sin verlo, las nubes lo tapan todo.
Tras ocho horas de bici llegamos a Kamwanga. Aquí nos estaba esperando el profesor, un maasai que trabaja como coordinador del Centro Cultural de Kamwanga. Esta sería la experiencia más auténtica del viaje. Y para empezar, una cerveza.
Nos alojamos en un modesto guest house. Tras una ducha, dejamos nuestros trastos por la habitación y nos vamos a conocer el pueblo.
El profesor nos llevó por todo el pueblo, presentándonos a la gente y contándonos cómo, y de qué, se vive en estas zonas. Evidentemente, la agricultura domina la economía de estos pueblos, sobre todo los plátanos. Por otro lado, nos sorprendió ver, en un pueblo tan pequeño, una mezquita, una iglesia católica y una iglesia protestante. Todos juntos, en un pequeño espacio, y en paz.
Tras la visita por el pueblo estamos hambrientos. Invitamos al profesor a cenar con nosotros nos damos un pequeño festín de comida local, muy muy buena. Y de aquí nos vamos para la cama, el día ha sido largo y necesitamos descansar. Lo que no sabíamos es que la noche iba a ser larga también… pero eso lo contaré en la próxima entrada.
Por fin vamos a pedalear por Tanzania. Después de una llegada complicada, al ver que nuestras bicis no habían volado con nosotros y se habían quedado en algún aeropuerto (posiblemente en Nairobi), todo se solucionó. Desde el aeropuerto avisaron Elisante, el encargado del hotel, de la llegada de las bicis a las oficinas que la compañía aérea tiene en Arusha, y éste nos gestionó un transporte para ir a por ellas. Aprovecho para darle las gracias a Elisante por la ayuda prestada, aunque no creo que me lea.
Y una vez solucionado todo, un transporte nos llevó hasta Moshi, lo que nos quitaba de en medio una fea y transitada carretera que no aportaba nada más que peligro y un día más de bici. El viaje comienza, ¡estamos listos!
Desde nuestro punto de salida comenzamos a circular por caminos, entre las humildes casas de las afueras de Moshi. El camino nos sorprendió mucho, esperábamos un terreno seco pero nos encontramos con mucha vegetación y, sobre todo, mucha gente. Se agradece ver vida por los caminos, y no tener que preocuparse por el agua y la comida es todo un lujo. Cada pocos kilómetros nos encontrábamos con algún bar donde poder comprar bebida y algún tipo de alimento. Aunque durante esta primera etapa no nos hico falta ya que, por precaución, salimos bien cargados.
El camino estaba muy pisado y el firme era muy duro, lo que unido a un perfil ligeramente descendente nos permitía ir muy rápido, más incluso que por asfalto.
Kilómetros más adelante nos adentramos en una zona más desértica. La vegetación disminuye, así como la frecuencia de gente. El paisaje es maravillo y nos encontramos con nuestras primeras acacias y nuestro primer baobab. No hay duda, estamos en África.
Salimos durante unos pocos kilómetros a la carretera para volver nuevamente a un camino. Pista dura en continuo ascenso, con mucha piedra y algún que otro camión. Y es que esta pista es la carretera principal que une todos esos pueblos.
Nos desviamos de la pista en un cruce a la derecha, rumbo al Lago Chala por un camino descendente muy rápido. Felices por un lado, la gravedad juega a nuestro favor. Por otro lado… mañana tendremos que subir por aquí!
Antes de llegar al Lago Chala toca pasar por el control de entrada. El entorno de este lago, una caldera volcánica situada entre Tanzania y Kenia, representa una reserva natural con entrada restringida previo pago de una tasa que sólo los turistas se pueden permitir. Pasar la noche en el entorno del lago no es barato para nosotros, con lo que entiendo que para los locales es prohibitivo. Además descubrimos que no muchos turistas deben llegar al lago sin un guía, porque la persona encargada de cobrar la tasa de entrada apenas habla inglés. Después de un rato, conseguimos pasar y llegar al lago. 80 kilómetros de etapa, nos lo hemos ganado.
Y mereció la pena. Un tranquilo lugar con unas bonitas vistas, y un camping confortable donde pasar la noche nos estaba esperando. Una buena cena y a dormir. Mañana nos espera un día largo.
Siguiente etapa >Siete de la mañana. Lo que la noche anterior era un albergue abarrotado de gente se ha convertido en un lugar vacío. Sólo quedo yo. El Camino Francés me sigue impresionando, por fortuna hoy cambio al Camino de San Salvador.
Esta soledad durará poco. Me lanzo a pedalear a la contra del Camino Francés hasta León, y me encuentro con una marea de gente que lo inunda todo. Es tal el volumen de gente que me veo obligado a abandonar el camino y circular por la carretera, no hay espacio para cruzarse con los abundantes grupos de caminantes. Por fortuna, poco más de 30 kilómetros me separan de León, a donde llego en poco más de una hora. Hago una pequeña parada y cojo rumbo norte, ya en el Camino de San Salvador. Vuelvo a estar solo, otra vez.
El camino es un continuo sube-baja de pistas al principio y senderos después, muy divertidos. Atravieso una serie de pueblos que conozco de nombre pero que nunca había visitado, zonas muy bonitas que me recuerdan que Zamora ha quedado atrás y ya miramos a Asturias.
Esta parte de la ruta la estoy disfrutando especialmente, tanto que me paso Pola de Gordón, el lugar donde pensaba comer… y acabo dando la vuelta. Es curioso cómo cambia el terreno según el punto de vista. Habré pasado por aquí, en coche, cientos de veces, y nunca había visto los pueblos que estoy atravesando hoy.
Finalmente llego a Poladura de la Tercia. Un modesto, aunque cómodo, albergue municipal me espera. Y está lleno de caminantes, lo cual me sorprende bastante dado que no he adelantado a nadie en ruta. Apenas hay sitio para todos, y no todos traen comida. Una pareja de italianos acaba cogiendo un taxi hasta Villamanín para comprar comida, porque en Poladura no hay ni bar ni restaurante.
Rápidamente hacemos buenas migas y nos pasamos lo que queda de tarde charlando. Hay gente de Euskadi, Alemania, Italia… y yo, llegando a casa. Aprovecho para revisar la bici, no quiero sustos de última hora. Mañana es la última estapa del Camino de San Salvador, mañana llego a casa.
Hoy retomo la ruta en solitario. David, mi compañero de ruta en el día de ayer, se desvía hacia el oeste dirección Puebla de Sanabria, mientras que yo sigo rumbo norte hacia Hospital de Órbigo. Largas y llanas rectas entre los terrenos de cultivo me acompañarán durante las horas de la mañana. Por fortuna una suave y fresca brisa ayuda a llevar el pedaleo con comodidad. La monotonía de la ruta es rota de golpe por uno de esos lugares con encanto que te arrancan una sonrisa y te obligan a disparar unas cuantas fotos para tratar de inmortalizarlo. Es una pena no ser un buen fotógrafo.
El antiguo puente del ferrocarril sobre el río, ya en desuso, es utilizado hoy en día por los peregrinos que van de camino a Benavente. Eso sí, circular sobre él con la bici cargada es bastante peligroso, hay que hacerlo con mucho cuidado.
Pocos kilómetros más adelante el camino pasa por Benavente, donde aprovecho para descansar un rato. La ruta continúa por caminos y carreteras secundarias, atravesando grandes campos ya mucho más verdes que en la provincia de Zamora. Sin grandes cambios en el paisaje llego a La Bañeza, donde aprovecho para darle una vuelta al famoso circuito de motos y hacer una parada para comer.
Sin mucho más que destacar, llego a Hospital de Órbigo y me uno al Camino Francés. Es impresionante ver la cantidad de gente que mueve este camino, he viaja prácticamente solo desde Bejar hasta aquí y, al llegar a Hospital de Órbigo, me encuentro con un pueblo abarrotado de caminantes. No es que me moleste la compañía, pero lo del Camino Francés en verano es demasiado, en mi opinión. Sólo me queda hacerlo a la contra hasta León para abandonarlo justo ahí dirección a Oviedo, por el camino del Salvador.
La etapa de hoy no parece muy interesante. Más de cien kilómetros absolutamente llanos me separan de Granja de Moreruela, destino programado para la etapa del día. Antes de salir de Salamanca me encuentro con David, un sevillano muy simpático. Viene haciendo la Ruta de la Plata desde Sevilla, con intención de llegar a Granja de Moreruela para ahí desviarse y tomar el camino sanabrés con rumbo a Santiago de Compostela. Dado que tenemos el mismo destino para el día de hoy, decidimos compartir ruta.
La ruta no es muy interesante. Una sucesión de caminos con buen firme nos hacen avanzar rápido y, aunque no salvamos ningún desnivel, el nuevo trazado como vía de servicio de la autopista A-66 es más duro de lo que parece. Vamos paralelos a dicha autopista en una sucesión de tunel – puente – tunel… que se hace interminable. De un tunel que pasa bajo la autopista subimos hacia un puente que pasa sobre ella, para bajar a otro tunel y subir nuevamente a otro puente… mientras que la autopista discurre totalmente llana. Un completo absurdo. No obstante, nos queda el alivio de pensar en qué sería de nosotros si fuésemos caminando. O peor, si fuésemos solos.
Charlando tranquilamente llegamos casi sin darnos cuenta a Zamora, justo a la hora de comer. Tras una pequeña vuelta por la ciudad nos paramos en la plaza mayor a comer algo. Y ese algo se transforma en un menú de dos platos que nos da sueño y nos quita ganas de dar pedales. Pero aún quedan kilómetros, así que no nos podemos dormir.
El calor aprieta. Las enormes rectas se hacen interminables en bici, y cuando adelantamos a algún caminante pensamos en lo dura que tiene que ser esta parte a tan poca velocidad. Algunas rectas deben durar horas. Una de estas rectas interminables nos lleva a Montamarta, un pequeño pueblo donde paramos a beber algo frío y descansar un poco.
Tras pasar Montamarta, el nuevo trazado y el escaso mantenimiento del camino nos juega una mala pasada. Las indicaciones del camino nos llevan por un trazado que ya no existe, el GPS nos indica el mismo camino y tenemos que buscarnos la vida. Tras empujar un poco la bici y aprovecharnos del bajo nivel del embalse, salvamos la dificultad y volvemos al camino. Una sucesión de larguísimas rectas, interrumpidas únicamente con alguna parada y algún refresco, nos llevó hasta Granja de Moreruela, fin de etapa del día de hoy. Una buena cena y el cómodo (y descuidado) albergue municipal era lo que nos quedaba para disfrutar del día.
Siguiendo con esta última serie de rutas del tipo saliendo desde mi casa llegar a nosedonde, o bien llegar a mi casa saliendo desde otro sitio, se me ocurrió realizar la Ruta de la Plata. Cruzar la península de sur a norte se me antojaba interesante y, aunque por número de días libres no podría salir desde Sevilla, tal vez podría realizar un trayecto más corto y dejar el sur para otra ocasión. Un recurso muy interesante para preparar esta ruta es la web Ruta Vía de la Plata. La información proporcionada en esta página, con recursos tanto para ciclistas como para caminantes, me ayudaron a decidirme sobre el trayecto a realizar. Saliendo desde Béjar, poco más de 500 kilómetros me separaban de mi casa. Béjar, ¡allá vamos!
La primera etapa, aunque parezca mentira, empieza en Oviedo. Eso sí, en coche, y muy muy temprano. Nos lanzamos a la carretera de madrugada con intención de llegar a Béjar para estar pedaleando a las nueve de la mañana. Cumplimos el plan y me dejan en la calzada de Béjar a las nueve en punto.
Rumbo norte y sin prisa avanzo por unos caminos con buen firme y prácticamente sin curvas. Con mucha fortuna voy esquivando la tormenta, o la tormenta me esquiva a mi, no lo tengo claro. Lo que sí es evidente es que nos hemos tanteado mucho, paso por caminos muy mojados y veo las nubes y los relámpagos no muy lejos. El camino no parece muy transitado. Por un lado, no me encuentro con ningún peregrino durante toda la mañana, y por otro, veo que los caminos requieren un mantenimiento que no se ha realizado en mucho tiempo. Hay determinadas zonas en las que tengo que abandonar el camino y tomar la carretera tras una cómica escena en la que desaparezco literalmente entre una vegetación más alta que yo. No obstante, la calzada de Béjar se adueña del paisaje. Es ancha y con buen firme, y el paisaje es muy bonito.
Los caminos no son muy complicados y avanzo rápido. Dado que el final de etapa es en Salamanca, el plan es llegar temprano para poder visitar la ciudad. Pero antes hay que subir al Pico de la Dueña, de 1.140 metros de altura. Un bonito sendero, totalmente ciclable, asciende bruscamente hasta el pico.
El silencio sólo se rompe por el sonido de la planta eólica situada en su cumbre, y justo antes de llevar me encuentro con los dos únicos peregrinos del día.
Desde aquí, un bonito descenso y unos caminos muy favorables me llevan rápido hasta San Pedro de Rozados, donde hago un pequeño alto en el camino. Acostumbrado a los pueblos del norte me sigue llamando mucho la atención lo difícil que puede resultar encontrar un bar en un pueblo. Finalmente doy con él y aprovecho para comer algo y, de paso, sellar mi cartilla de peregrino. Aunque mi intención no es ir a Santiago, sí que aprovecho para sellarla y actuar como si fuese un peregrino más.
Pocos kilómetros me separan ya de Salamanca. El paisaje cambia y atravieso grandes tramos de dehesa. Cerca de Salamanca, en Aldeatejada, me detengo a contemplar los lugares donde el duque de Wellington obtuvo la victoria sobre las tropas francesas en la Batalla de los Arapiles.
A mi espalda, Salamanca. Tras unos pocos kilómetros más cruzo el puente de entrada a tan bella ciudad. 70 kilómetros, primera etapa completada.
Tras la gran cena de ayer y un buen descanso, me lanzo al alba dirección a Santiago de Compostela. La idea es llegar lo antes posible, así que pedaleo con ganas y me paro lo justo. Pocos kilómetros me separan ya de mi destino, 55 kilómetros que pasarán volando.
Ahora ya, coincidiendo con el Camino Francés, me encuentro gente a cada poco. El Camino Primitivo es menos transitado, y en esta época del año, menos aún. El frío, la lluvia y la dureza echan para atrás, pero el Francés es otra historia. A cada poco me encuentro con un grupo de peregrinos y ya no tengo esa sensación de soledad del Primitivo.
La mañana es fría pero soleada, pronto el sol empieza a calentar y tan sólo las zonas sombrías de bosque me recuerdan que estamos en invierno.
Los caminos son sencillos y bonitos hasta unos pocos kilómetros de Santiago de Compostela, donde las pequeñas carreteras se hacen constantes. Y así, casi sin darme cuenta, llego a Santiago.
Mi primer camino ha terminado. Sólo queda disfrutarlo con marisco y Ribeiro, que para algo estamos en Galicia. Han sido cuatro días, fríos y duros, pero muy, muy bonitos.
Nuevamente, a las 9 de la mañana salgo puntualmente de Fonsagrada. Y me cuesta arrancar. He pasado muy buena noche en un albergue genial, y la mañana es fría y húmeda. Estamos casi a 1.000m y la densa niebla hace que el simple acto de moverse te haga acabar mojado. Pero la etapa de hoy será larga, quiero hacer una buena tirada para acercarme lo más posible a Santiago. Mañana quiero llegar a Santiago, cuanto antes mejor, así que cuanto más cerca me encuentre menos tardaré en llegar.
Así pues, arranco por la mañana sin dilación, intentando hacer kilómetros. Empiezo por un sube-baja de carretera, esquivando los caminos. El primer camino que he pisado estaba muy embarrado, si continúo por ahí voy a ir muy despacio. Creo que lo mejor será mantenerme por la carretera hasta perder altura y meterme en caminos más firmes.
Finalmente voy perdiendo altura y los caminos son mucho más transitables. Entro en una zona de caminos de piedra con muy buen firme y muy, muy bonitos, por los que es fácil pedalear y disfruto como un niño. Está siendo una de las partes del camino más divertidas para rodar con las alforjas.
Estos caminos me acercan a Lugo, una ciudad que me gusta mucho y tengo ganas de volver a visitar. Además, en el centro de la ciudad hay una quesería especializada, Queixería Praza do Campo, en la que tengo intención de pararme a hacer unas compras. Una vez localizada, hago mis compras y aprovecho para comer algo.
El día es frío y la parada me afecta, se me mete el frío en el cuerpo y, unido a la paliza, me deja un poco tocado. Creo que se me nota en la cara porque allí donde paro a comer un pincho me ceban literalmente, dándome varios pinchos de esos que vienen gratis con la consumición. Se lo agradezco un montón de veces y arranco rápidamente dirección Melide, quedan muchos kilómetros y pocas horas de luz, no puedo pararme demasiado. Pero ya sabemos que la prisas no son buenas consejeras.
Para quien no conozca Lugo le diré que está en lo alto de una colina. Con las prisas, bajo la colina… por donde no es, dirección a Fonsagrada. Con el cabreo en el cuerpo vuelvo a subir la colina para tomar la dirección correcta, y aprieto bien para tratar de entrar en calor.
Y voy entrando en calor, al menos todo lo que me deja la intensa humedad de este día. Me centro en pedalear, si quiero llegar de día no me puedo despistar, así que no paro a sacar fotos y voy comiendo sobre la marcha. Lo que sobre el mapa parecía una ruta fácil se convierte en un sube-baja bastante tortuoso, aunque bonito, con una subida casi al final a una zona de molinos de central eólica. Desde aquí diviso Melide a lo lejos, así que sólo queda bajar por una bonita pista. A las 6 de la tarde llego a un confortable albergue donde por fin puedo quitarme la ropa húmeda y darme una ducha.
Tras salir a comer y comprar algo, vuelvo al albergue donde dos caminantes, un coreano y un suizo, me invitan a cenar. El coreano ha preparado pasta con marisco a su estilo (picante como el infierno) y yo aprovecho para sacar los quesos comprados en Lugo para corresponder con la invitación. Una cena inesperada en un magnífico día.
Puntualmente, a las 9 de la mañana, salgo de Campiello. La mañana es muy fría, así que salgo con toda la ropa. Pero antes de salir paso a despedirme de los dueños del albergue, a los que les suelto una mentira piadosa para que no se queden preocupados.
Tranquilos, voy a bajar a Pola de Allande y subir el puerto del Palo, no voy a subir por Hospitales
Mentira. Me han hablado muy bien de la variante de Hospitales y tengo intención de utilizarla. No hay nieve, no hay niebla… y la subida me vendrá bien para entrar en calor. En Borres me desvío a la derecha y cojo esta preciosa ruta. Esto me evita bajar a Pola de Allande y tener que subir el puerto del Palo, en su lugar me mantengo en altura para coronar desde lo alto. Pero el hecho de mantenerse en altura no lo hace más fácil. Las subidas son duras, de hecho son tan duras que algunas son imposibles de hacer con las alforjas. En una ocasión, ni empujando la bici soy capaz de subir, por lo que tengo que quitar las alforjas, subir la bici sin las alforjas y, una vez arriba, bajar a por ellas. No obstante, la ruta merece la pena. Las vistas son impresionantes.
Una vez coronado el puerto del Palo, empieza la bajada. La niebla es densa, así que me abrigo bien y me dejo caer. Rápidamente llego a Berducedo, donde puedo comer algo. Pido un pincho de jamón y me traen un bocata enorme, creo que me vendrá bien llenar la barriga. Berducedo es un pequeño pueblo situado justo al inicio de la bajada a la presa de Grandas de Salime. Desde aquí hay un camino que baja hasta la presa, pero veo que el tiempo se me echa encima. La variante de Hospitales me ha llevado mucho tiempo y aún tengo que subir hasta Fonsagrada, así que opto por seguir por la carretera. Bajo a la presa y comienzo la subida.
La subida es dura y larga. Parece que termina en Grandas de Salime, pero no. Sigo ganando metros y haciendo kilómetros por carretera y finalmente llego a Fonsagrada. Me he ganado una buena ración de pulpo, ¿no?
< Etapa anteriorParece extraño que, viviendo en una ciudad de paso del Camino de Santiago, nunca me haya animado a hacerlo… pero así es. Aprovechando el invierno tan suave que estamos teniendo, escogí unos días a principios de febrero y me animé a hacerlo. Esta época del año te permite hacer el camino sin agobios en los albergues de peregrinos.
Siendo de Oviedo, lo más lógico parecía empezar desde aquí y realizar el camino primitivo. He planificado cuatro etapas, veremos si es posible cumplirlas. En esta primera etapa mi padre me decidió acompañarme unos kilómetros. Son las 9 de la mañana y sopla un viento bochornoso que presagia agua. El camino que nos lleva a Grado siempre me ha encantado, hace mucho que no lo hago y hoy lo disfruto como un niño. Las nubes se disipan y sale el sol, un sol que calienta con ganas, sobre todo pensando en la época del año en que nos encontramos. Disfrutamos de unos bonitos senderos hasta la primera parada, en Grado, donde quitamos ropa como locos. Nos sobra todo, empiezo a pensar que no habría estado mal traer ropa corta.
Nos despedimos, mi padre se vuelve para Oviedo y yo sigo viaje en solitario. Subo la Cabruñana con un tremendo calor. Me sobran las botas de invierno y el pantalón largo, pero es lo que hay. No puedo cargar con ropa de invierno y de verano si no quiero ir con exceso de equipaje y, a decir verdad, ni me lo había planteado. La subida es dura, por asfalto pero muy empinada. Una vez arriba, bajo rápidamente hasta La Doriga y, en Cornellana, hago otra parada para reponer fuerzas. Hay que subir La Espina y esto ya es serio, es la primera subida dura de verdad y los kilómetros del día se empiezan a notar. Salgo por un precioso camino, duro, roto y húmedo. Tengo que bajarme a empujar un par de veces.
Salgo a la carretera y vuelvo a coger otro camino, embarrado al principio y seco después de unos cientos de metros. Desde ahí, carretera hasta Tineo. Y vaya cómo se pega. Sopla un viento en contra muy fuerte y avanzo muy despacio. Hago una parada en Tineo a comer, el plan es ir a dormir a Campiello. Salgo de Tineo evitando el camino, se desvía por un monte muy empinado y ya voy escaso de fuerzas, sólo me desvío de la carretera cuando el camino es claramente descendente. En uno de estos desvíos me meto en una especie de carril de Bobsleig cubierto de hojas hasta los ejes de las ruedas, tan bonito como peligroso dado que lo desigual del terreno.
Adelanto a un peregrino, el único que he visto en todo el día, y llego a Campiello. El albergue Rodrigo es muy bonito y confortable, y lo tengo todo para mí solo. Un poco frío por la noche tal vez, pero no me impide dormir como un lirón. Mañana, más.
Etapa siguiente >Ya estamos de vuelta en Windhoek, la capital de Namibia. Tras la grata experiencia del kayak con las focas, un autobús nos llevó durante varias horas desde la fresca y agradable costa hasta el caluroso interior. Cuando llegamos a Windhoek, hace ya diez días, no habíamos padecido tanto calor. Y estamos en el invierno austral, no me quiero imaginar los veranos en esta parte del mundo.
Vamos a aprovechar uno de los días que nos quedan antes de volver a España para visitar la reserva natural de Daan Viljoen. Se encuentra a pocos kilómetros de Windoek y por ello es muy utilizado por los habitantes de esta ciudad para pasar el día y relajarse viendo animales. Tiene buenos accesos por carretera y un buen restaurante con una bonita piscina para los días de calor, más habituales de lo que pensábamos.
Salimos de Windhoek por la mañana temprano, sin alforjas, lo cual agradecemos. Salir rodando de la capital nos permite ver cómo vive la gente más humilde de Windhoek. Atravesamos varios barrios residenciales corrientes hasta llegar a las verdaderas afueras, donde empezamos a ver auténtica pobreza. No esa pobreza que todos tenemos en la mente cuando pensamos en África, pero pobreza al fin y al cabo. Cientos de chabolas de chapa se extienden por las pequeñas colinas que rodean la capital, brillando relucientes bajo los rayos del intenso sol del día de hoy. Y como podéis imaginar, en esta zona no vemos ningún blanco. En Windhoek puedes ver blancos y negros con buena calidad de vida, pero claro, no verás a ningún blanco en una chabola. Aquí los blancos viven entre bien y muy bien.
No tardamos mucho en llegar a Daan Viljoen. La chica que controla la barrera de entrada nos cobra una pequeña cantidad por pasar (las bicis no pagan) y se entretiene charlando en castellano con nosotros. Lo habla bastante bien. Continuamos por la carretera y llegamos al centro de Daan Viljoen, donde se encuentran el camping, restaurante y un bonito lodge. Nos damos un desayuno de lujo y comenzamos un pequeño trekking que recorre la parte interior de Daan Viljoen. Aunque nosotros, claro, la haremos en bici.
El trekking resulta divertidísimo para hacer en bici, disfrutamos con las continuas subidas y bajadas y apenas nos tenemos que bajar de la bicicleta en las zonas más técnicas. Somos todo ojos, tratamos de ver algún animal. Buscamos sin descanso a las esquivas jirafas, las cuales se han escondido de nosotros durante todo el viaje.
Después de recorrer la parte alta, bajamos a lo que parece ser el cauce seco de un río. El rodar se hace complicado pero el hecho de no llevar alforjas nos permite disfrutar del terreno.
Mucho calor, demasiado, hace que los animales busquen las zonas más frescas, las cuales están alejadas de los turistas. Por más que buscamos, no tenemos la suerte de ver a ninguna. Esto es lo más cerca que hemos estado de una jirafa en este viaje.
El terreno es muy abrasivo y está lleno de pequeños pinchos, lo cual nos hace tener especial cuidado. La roca agarra más que el asfalto, por lo que subimos por casi cualquier pendiente. Solo las fuerzas (la ausencia de ellas) nos obligan a bajarnos de la bici. Y los pinchazos… los vamos salvando por los pelos.
Acabado el trekking, volvemos al restaurante donde comenzamos para relajarnos un poco antes de volver a Windhoek. Solo nos queda empaquetar las bicis, subirlas al avión y volver a casa. La peor parte del viaje, sin duda. La vuelta se hace dura, han sido muchos días de aventura, incertidumbre, de dormir en tienda de campaña, de compañerismo y de apoyo mutuo cuando las cosas se torcían. Ahora hay que volver a la realidad. Toca separarnos, aunque mucha gente que nos quiere nos está esperando y tenemos muchas ganas de verlos. Hay que escribir la crónica y seguir soñando. El futuro será duro, pero, ¿quién sabe si volveremos a vivir una aventura similar… o mejor? Lo que queda claro es que he tenido la mejor de las compañías, sin la que esto no habría sido posible. ¡¡Gracias Nines!!
< Etapa anteriorÚltimo día, última etapa. Tan solo quedan 35 kilómetros por recorrer entre Swakopmund y Walvis Bay, sencillos y llanos, siguiendo rumbo sur por la costa por un terreno similar al de ayer. Podría darnos pena, y nos dará, pero el cansancio acumulado y el clima desapacible nos hacen tener muchas ganas de llegar a destino y descansar de la bici por unos días. Salimos abrigados, la bruma nos envuelve y la humedad cala. El asfalto es bueno y rápidamente dejamos Swakopmund atrás.
El paisaje es muy similar al de ayer. Arena a nuestra izquierda, el océano a nuestra derecha y asfalto al frente. Y mucho, demasiado tráfico, que nos obliga a transitar por el arcén. Y es una pena, porque la ruta es bonita, pero queda claro que no están acostumbrados a encontrarse con ciclistas. Solo los coches de turistas se separan de nosotros al adelantarnos. El resto nos pasa muy cerca, hasta que finalmente un camión casi nos tira y decidimos que era mejor transitar por el arcén, no asfaltado y muy bacheado, pero más seguro que la carretera.
En poco tiempo llegamos a las afueras de Walvis Bay. Hay arena hasta donde alcanza la vista, hemos llegado a las puertas del desierto.
Cruzamos Walvis Bay de norte a sur, hasta llegar al camping en el que pasaremos un par de días, ya que aprovecharemos la mañana siguiente para hacer kayak entre las focas. Rápidamente nos deshacemos de la ropa húmeda y nos abrigamos un poco. Nuevamente, aunque la temperatura no es muy baja, la humedad hace que el día no sea apacible. Aprovechamos la tarde para dar un paseo por la bahía y darnos cuenta de que Walvis Bay parece un pueblo fantasma. Tan solo los flamencos (que se cuentan por millares) y algunos pelícanos salen a nuestro paso.
Por cierto, no imaginaba tan grandes a los pelícanos. Tuvimos la suerte de que se nos acercasen tres, sobrevolando nuestras cabezas , y pudimos comprobar su gran envergadura.
Fue un día tranquilo y entretenido. No obstante nos vamos temprano para la tienda, mañana toca madrugar para acercarnos a ver a las focas a la bahía. En su parte más alejada, una pequeña península llamada Pelican Point, hay unas 10.000.
A la mañana siguiente pasan a buscarnos por el camping. Hoy sin bici, nos damos el gusto de movernos en todoterreno por la bahía. Atravesamos las refinerías salinas, uno de los grandes negocios de Walvis Bay junto con la pesca. Avanzamos por la arena viendo cientos de flamencos y, a lo lejos, algún chacal. Llegamos hasta lo que en su día fue un faro, construido para exportar a Japón pero que, tras diversos problemas económicos, se quedó en la bahía. Hoy día es un lodge de lujo, el Pelican Point Lodge, muy bonito y muy, muy caro. Y no es de extrañar, ya que desde él puedes disfrutar de la mejores vistas de la zona. No obstante, nosotros nos conformamos con verlo desde la arena.
Y hemos llegado. Es increíble, hay focas por todas partes. Unas 10.000 focas viven en esta bahía, con la tranquilidad de que nadie se mete con ellas y tan solo los turistas vienen a visitarlas de vez en cuando. Y la verdad, parecen encantadas.
Nos vestimos de capitán Pescanova y nos subimos a la piragua. Focas, pelícanos y hasta delfines, tan rápidos y escurridizos que no se dejaron fotografiar ni grabar. Le saqué buen partido a la GoPro.
Diría que las focas se lo pasaron mejor que nosotros si no fuese porque nosotros nos lo pasamos muy, muy bien. Fue una de esas experiencias que dibuja una sonrisa en tu cara cada vez que las recuerdas.
Mañana volvemos a a Windhoek, la capital, en autobús. Y si todo va bien, haremos otro día más de bici.
Hoy nos toca etapa llana y con buen firme. Vamos a recorrer la costa desde Henties Bay hasta Swakopmund, poco más de 70 kilómetros fáciles que vamos a agradecer después del día de ayer. El clima cambió totalmente, amaneció mucho más frío que días atrás y sobre todo mucho más húmedo, tanto es así que salimos con el chubasquero. Como en el camping no había cafetería, arrancamos la ruta sin desayunar con la esperanza de encontrar un buen sitio para hacerlo. Y así fue, nada más salir nos encontramos con una bonita cafetería donde pudimos tomar un gran desayuno, uno de los mejores del viaje. Nuevamente Henties Bay nos sorprendía gratamente.
Ya con el estómago lleno nos lanzamos a la pista. Totalmente llana y con buen firme, nos permitió rodar a buen ritmo mientras contemplamos la bonita costa Namibia. El mar no estaba muy movido y aparentaba estar muy frío, por lo que ni se nos pasó por la cabeza meter un pié en el agua.
La pista nos conduce lentamente hacia el sur de Namibia. El cambio de paisaje ha sido radical, ahora pedaleamos con el océano a nuestra derecha y el desierto a nuestra izquierda.
Y no solo ha sido un brusco cambio de paisaje. El clima no tiene nada que ver, la temperatura ha bajado hasta unos frescos 17 grados con mucha humedad. Pedalear con este clima y sin viento ha sido tan confortable que casi sin darnos cuenta llegamos a las afueras de Swakopmund. Tardamos un rato en atravesar los barrios residenciales de esta ciudad hasta llegar al centro y, una vez allí y por primera vez en este viaje, se nos apetece algo caliente. Hay tanta humedad que nos ha calado hasta los huesos y, aunque no se puede decir que haga frío, lo que más nos apetece en estos momentos es meter algo caliente para el cuerpo.
Tras un paseo por la costa entramos en el centro de la ciudad y encontramos un lugar donde tomar algo.
Nada más entrar en la ciudad nos damos cuenta de que realmente es una ciudad alemana en la costa africana. Con sus 35.000 habitantes, esta pequeña ciudad es un pedazo de Alemania en el desierto. Ni sus establecimientos ni sus habitantes nos recuerdan que estemos en África. Vamos, no creo que tengamos problemas si nos apetece cenar chucrut.
Como hemos llegado temprano, montamos la tienda en el que debe ser el camping más cómodo de todo el planeta y nos damos una vuelta por la ciudad. Esa puerta que veis frente a nuestra tienda es nuestro baño privado, al lado de nuestro tendal privado, fregadero, barbacoa… No sabíamos que existiesen sitios así, ¡y nos encantan!
Nada más salir del camping nos encontramos con el pequeño acuario de Swakopmund que bien merece una visita. Y sí, Swakopmund es bonito, pero… no es esto lo que buscamos en África. Aunque no se pueda negar que sea toda una curiosidad.
Una vuelta por la ciudad y poco más, mañana llegaremos a Walvis Bay, el final del camino. Solo 40 kilómetros de bici y habremos llegado al destino.
El día amaneció apacible, soleado y sin viento, lo cual nos animó bastante teniendo en cuenta la etapa que nos esperaba, 120 kilómetros rectos y llanos hasta la costa. Sin tiempo que perder nos lanzamos por la pista rumbo a Henties Bay, con la esperanza de avanzar alegremente sin que el recorrido se hiciese muy pesado. Poco a poco avanzamos y vamos haciendo kilómetros, el firme es bueno en su mayor parte y los pequeños tramos de toulè ondulè y arena no molestan demasiado. Pero poco a poco se va levantando viento y avanzamos cada vez más despacio. El paisaje va cambiando, la poca vegetación que tenemos a nuestro alrededor va siendo engullida por la arena. Cruzamos la señal que nos indica la entrada al parque nacional de Dorob. Su nombre, que significa tierra seca en la lengua local, no nos deja mucha duda sobre cómo será el paisaje que nos espera. Este parque, de 1.600 kilómetros de longitud, se extiende por toda la parte central de la costa de Namibia. Aunque el paisaje y la pista cambian poco, a partir de este punto avanzamos cada vez más despacio. El viento nos frena en seco, y el monótono terreno no ayuda en absoluto.
La monotonía del viaje tan solo es rota por algún coche que nos adelanta de cuando en cuando. Uno de ellos se detiene a nuestro lado, resulta ser el dueño del camping donde pasamos la noche. Nos da unos ánimos que realmente necesitamos, ya que los nuestros están por los suelos. Cuanto más avanzamos, más pesado se hace todo. El viento sopla cada vez con más fuerza y las alforjas parecen pesar más y más. Mis esperanzas de avanzar por una pista descendente con el océano al fondo no se han cumplido, el horizonte es tan solo una linea de arena. Los últimos kilómetros son un suplicio, la ligera pendiente favorable apenas se nota y talmente parece que estemos escalando una montaña. Pero nuestra cabezonería hace efecto y terminamos con la dichosa pista, más de 100 kilómetros en línea recta nos han llevado de Uis a la carretera de la costa, que une Cape Cross con Hentties Bay.
Giramos a la izquierda rumbo a Henties Bay por una carretera en mucho mejor estado que la tortuosa pista anterior. Las ruedas no se hunden y las bicis corren.
En tan solo siete kilómetros llegamos al camping. Realmente ha sido uno de nuestros peores días sobre una bicicleta, y por fin ha terminado. No ha tenido nada interesante, salvo el saber hasta dónde puede aguantar nuestra cabeza, con más de siete horas pedaleando contra el viento sin más aliciente que llegar al destino.
Un cómodo camping y una grandiosa cena en el Fishy Corner nos reponen del esfuerzo. Aquí pruebo por primera (y última) vez un pescado muy común en las costas de Namibia y Sur África llamado kabeljou. Resultó ser un pescado blanco muy sabroso, aunque con el hambre que tenemos es fácil contentarnos.
Para mañana tenemos 70 kilómetros por la costa, aparentemente sencillos. Diferente paisaje, diferente clima y diferentes ciudades. Llegaremos a Swakopmund, una ciudad típicamente alemana en la costa africana.
< Etapa anterior Etapa siguiente >Tras la paliza de ayer, hoy nos levantamos con más bien pocas ganas de juerga. Por fortuna tenemos un día sencillo, al menos sobre el papel, sabemos que las etapas vistas sobre el mapa son una cosa y a los pedales, otra distinta. Los primeros 8 kilómetros son difíciles, sobre una pista parecida a la de ayer, pero tras ellos vendrán otros más sencillos. Pero antes de pedalear toca alimentarse, así que nos vamos al lodge a disfrutar de un buen desayuno. Y ahí nos encontramos a Carlos, una pequeña suricata que se ha convertido la mascota del lodge por méritos propios. Tras intentar robarme (sin éxito) el agua del camelbak, tuvo el amable gesto de posar para una foto.
Hacemos los primeros kilómetros con calma. La ruta es una pista de arena, con lo que nos tenemos que parar a empujar a cada poco, algo a los que nos estamos acostumbrando desde ayer. No obstante, el paisaje es maravilloso y merece la pena empujar la bici con todo el equipaje si eso nos permite descubrir este bonito lugar.
No tardamos mucho en llegar al punto de partida del trekking que nos va a llevar hasta la White Lady, la pintura rupestre más importante de Namibia. Al llegar allí nos encontramos un trekking mucho más organizado de lo que pensábamos. Tras pagar la entrada, un guía nos viene a recoger y nos junta con el resto del grupo, todos alemanes. No se si lo había mencionado, pero el turismo alemán en Namibia destaca sobre cualquier otro. Los años de ocupación alemana se notan, hay muchos viviendo en Namibia y muchos otros de turismo. Ciertamente, no se si hay más alemanes en las costas españolas o en Namibia. Tras juntarnos al resto del grupo, avanzamos sobre lo que parece ser el lecho seco de un río.
Mientras avanzamos, nuestro guía nos va mostrando los árboles y plantas más habituales de la zona. Las acacias, muy preciadas por los elefantes, el tamarix, un árbol casi mágico del que obtiene prácticamente de todo, como por ejemplo una bebida parecida al café, zumos… vamos, casi cualquier cosa.
Finalmente llegamos al punto en cuestión. Nos explica cómo un aventurero alemán las localizó, estas y otras pinturas sobre la roca, en las inmediaciones del monte Brandberg. Unas 600 pinturas rupestres han sido descubiertas en la zona, lo cual es sorprendente no tanto por su cantidad sino por el hecho de que se conserven en buen estado. La más importante de todas es la White Lady, con 2.000 años de antigüedad. Descubierta por el explorador y topógrafo alemán Reinhard Maak, representa a una mujer con las piernas y brazos de color blanco en una escena de caza. Yo no tengo tan claro que sea una mujer o un hombre… juzgad vosotros.
Tras contemplar las pinturas, volvemos sobre nuestros pasos de vuelta al punto de partida. Aprovechamos para fijarnos en ciertos detalles que se nos habían escapado anteriormente, e incluso tenemos la suerte de poder fotografiar a este gecko.
Volvemos a por las bicis y nos lanzamos nuevamente a la pista, sabiendo que en unos 30 kilómetros estaremos en el camping. Lo que no esperábamos es que se hiciesen tan duros. Los pocos kilómetros que nos quedan se hacen interminables, primero por el desnivel y el mal estado de la pista y después por el fuerte, fortísimo viento. Avanzamos muy despacio, deteniéndonos únicamente unos minutos para ver a unos himba que venden artesanías. Himba es el nombre de la etnia de los nativos de Kunene, un pueblo semi-nómada originario de Namibia que conserva su estilo de vida pese al paso de los siglos. Pero concretamente estos, en lugar de dedicarse a la agricultura o ganadería, esperan a que algún turista les compre algo y les haga algún obsequio en forma de comida o ropa. Aunque reconozco su dura vida, la artificialidad con la que se presentan y el descaro con el que te piden cosas me resulta violento. No ha sido la experiencia que esperaba, aunque bien es cierto que no puedes esperar colarte en la vida de otras personas como si un de un parque temático se tratase. Compramos, no obstante, unas pulseras para el recuerdo.
Con dos nuevas pulseras seguimos el tortuoso camino que nos lleva al destino, Uis, un pueblo con unas grandes minas a cielo abierto que le aportan prosperidad y ningún interés turístico.
El camping está muy cuidado, y su amable y tranquilo dueño nos regala 5 litros de agua para el viaje, lo cual agradecemos mucho dado que hemos caído en la cuenta de que es domingo y todo está cerrado. Es curiosa esa sensación de no saber en qué día vives. Lo que sí tenemos claro es que debemos descansar.
Para mañana nos sentimos intranquilos, 120 kilómetros de pista nos separan de la costa de Henties Bay. Si la pista es buena, la etapa no será muy complicada. Estamos a 850 metros de altura mientras que Henties Bay es un pueblo pesquero, con lo que toda la ruta tendrá una ligera pendiente descendente. Pero, ¿y si la pista está mal? ¿Y si hay mucho viento? Mañana lo veremos.
Finalmente el susto que nos dieron con el reguetón se quedó en una anécdota y tuvimos una noche tranquila lo que, unido a la paliza de bici que nos habíamos dado, nos hizo dormir de lo lindo. Aún así nos levantamos temprano, hoy nos esperaba un día duro y había que salir lo antes posible. A las siete de la mañana salimos hacia el monte Brandberg. En este monte (más bien un macizo) se encuentra el punto más alto de Namibia, el Königstein, de 2573 metros. También se pueden encontrar multitud de pinturas rupestres. Vamos a tener la suerte de visitar una de ellas, tal vez la más famosa, la llamada White Lady.
La de hoy será nuestra primera etapa fuera del asfalto, con casi 100 kilómetros de pista de grava y arena para llegar a uno de los lugares más bonitos del viaje, tanto por el espectacular paisaje como por su fauna, encabezada por el gran elefante africano. La primera parte de la etapa nos alberga esperanzas, la pista es buena y avanzamos a buen ritmo. Poco a poco los kilómetros van saliendo y parece que llegaremos a destino a una hora prudencial. Tal vez nos hayamos cargado de agua en exceso.
El paisaje se va haciendo cada vez más árido, la arena se come la vegetación y cada vez que damos una curva nos parece ver un animal… pero nada, no hay rastros de vida. La soledad nos acompaña a lo largo de ésta pista en la que, de vez en cuando, algún coche rompe el suave ruido de nuestras ruedas sobre el terreno recordándonos que no estamos solos en éste país .
Aunque, a decir verdad, algún rastro de vida sí que hay. aunque su visión nos desconcierta bastante. ¿Quién ha puesto ésto aquí? ¿Y con qué fin?
Casi sin darnos cuenta van pasando las horas y empezamos a ver algo en el horizonte. El monte Brandberg se empieza a insinuar y nos hace mucha ilusión, vemos el destino a lo lejos y nos vamos acercando a él. Lo se, parece una tontería, pero tras varios días de horizonte despejado, ésta visión se nos antoja majestuosa.
Avanzamos con alegría hasta el kilómetro 60, a 40 del final. Ahí abandonamos la pista principal, con destino Uis, para tomar la pista que nos llevará a nuestro destino en el monte Brandberg. Nada más desviarnos vemos que la cosa cambia, y mucho. La pista se convierte en un auténtico camino, aunque de momento parece que está en buen estado. Eso sí, nada de tráfico y nada de vida. Soledad total y absoluta. ¡¡Empieza la aventura!!
Rodamos solos, completamente solos, durante horas. Esa soledad horada y ablanda la pista (y nuestros ánimos), convirtiéndola en un toulè ondulè o en una playa, alternativamente. El toulè ondulè es lo peor. La sensación es la misma (me imagino) que rodar sobre una uralita. A veces las estrías están más juntas, otras veces más separadas, pero siempre consiguen el mismo efecto de botes continuos. Y sí, con alforjas es mucho peor.
Por fortuna la gravedad juega a nuestro favor, la pista es ligeramente descendente y podemos avanzar. Aún así, todo se va haciendo cada vez más pesado y nosotros nos vamos cansando más y más… y lo peor está por llegar. A 20 kilómetros del destino cogemos un el desvío que nos ha de llevar a directos al lodge, pero resulta ser una pista de arena que se va ablandando poco a poco hasta que nos obliga a echar pie a tierra.
Con las alforjas cargadas no podemos hacer más que empujar la bici mientras que la pista, lejos de mejorar, sigue empeorando, y no sabemos cuándo mejorará ni si lo va a hacer en algún momento. Decidimos que es imposible seguir y tiramos de mapa para buscar una alternativa a esta pista de arena. Aquí es donde más hemos de agradecer lo bien que han funcionado tanto el GPS como los mapas digitales de Tracks4Africa que compramos para la ocasión. Por fortuna, encontramos dicha alternativa y, aunque dista mucho de ser una autopista, es ciclable. Esta nueva alternativa tiene tan solo un par de kilómetros más.
Poco a poco vamos avanzando. Arena, toulè ondulè, más arena… ¿y qué es ese olor? A 5 kilómetros de destino pasamos por el cauce del río Ugab, total y absolutamente seco. Y nuevamente ese olor…
Cansados, absolutamente destrozados, llegamos al lodge. Nos registramos, bebemos algo y vamos a montar la tienda cuanto antes para poder descansar. Nada más salir de recepción nos encontramos de bruces con un gran elefante. Tal vez no era tan grande, no lo se, pero desde luego nos pareció enorme. Y solo hay algo mejor que ver un animal como este, y es verlo en libertad. Grande, enorme, impasible. Majestuoso. Delante de nosotros, comiendo las plantas que dan la bienvenida al lodge como si fuesen suyas. Aunque, pensándolo bien, suyas son. Nosotros somos los visitantes, los extranjeros que hemos llegado a molestarles. Intentaremos molestarles lo menos posible, no se vayan a cabrear… Bien, hemos descubierto qué era ese olor. Y ya lo siento, pero al elefante no le gustamos y nos fuimos de allí sin sacar fotos.
Sinceramente, es una de esas cosas que hace que un viaje merezca la pena. El camping es precioso, tal vez el mejor lugar al que he llegado en bicicleta en toda mi vida. Nuevamente un lujo en medio de la nada. ¿Quién nos iba a decir que íbamos a acampar en tierra de elefantes?
Nada más montar la tienda, una mujer que venía acompañando a un grupo de turistas alemanes se acercó hasta nosotros al grito de No way! preguntándonos si habíamos llegado hasta aquí en bicicleta y explicándonos posteriormente que era la primera vez en su vida que veía unos ciclistas en esta zona. No podemos ocultar cierto orgullo y empezamos a pensar que hemos logrado una pequeña hazaña.
Por otro lado, ¿qué me decís de este sencillo y efectivo método para calentar el agua?
Por cierto, los baños no tenían techo. Otro punto exótico a añadir a tan magnífico lugar. Aprovechamos el anochecer para sacar unas cuantas fotos del camping antes de pegarnos la gran cena para recuperar la energía gastada.
Quiero uno de estos…
Justo antes de la cena, desde dentro del restaurante, pudimos observar nuevamente a los elefantes pasearse por el bonito jardín del lodge (perdón, por su bonito jardín) picando algo antes de ir a dormir. Nuevamente, no podíamos estar en un lugar mejor. Aunque no puedo evitar pensar en la poca protección que nos proporciona nuestra tienda ante un elefante. Mejor le dejamos comer a gusto.
¡Vaya día tan intenso! Toca descansar un poco, han sido muchos kilómetros y emociones para un solo día. Para mañana tenemos un pequeño trekking y tan solo 45 kilómetros de bici, un día tranquilo para descansar un poco antes de acercarnos a la costa.
Un desayuno de campeonato para empezar el día nos despide del lodge Sophienhof, un apacible lugar al que nos gustaría volver algún día. Cómodo y tranquilo… pero no es lo que toca en este viaje, hemos venido a montar en bicicleta y justamente eso es lo que vamos a hacer. 123 kilómetros de carretera nos separan de nuestro destino en Khorixas.
Nos lanzamos a la carretera con muchas ganas y mucha fuerza, avanzamos deprisa rodando en paralelo y charlando, disfrutando del viaje y de la carretera. Por fortuna, ésta carretera está mucho menos transitada que la de ayer y eso nos permite disfrutar de la bicicleta. Los kilómetros pasan deprisa y el paisaje va cambiando, se va desertificando y poco a poco va desapareciendo la vegetación.
La etapa de hoy nos adentrará en el batustán de Damaraland. Situado en el noroeste del país, con una extensión de casi 48.000 km2, es la patria actual de la etnia damara. Hemos leído que el idioma más hablado de la zona, además del inglés, es el nama. He intentado aprender las palabras básicas que vienen en mi guía, pero creo que la fonética es algo más que complicada. Tengo ganas de oír a alguien hablando nama para ver si es tan complicado como parece.
Pero, además de los damara, también es el territorio habitual del elefante africano. ¿Tendremos la «suerte» de encontrarnos con alguno?
Aunque avanzamos deprisa, los kilómetros se notan, la temperatura y sequedad del ambiente nos deja sin saliva y los litros de agua desaparecen. Las distancias entre pueblos son enormes y entre un pueblo y otro no hay nada más que desierto. Creo que hemos sido demasiado confiados, tendremos que dosificar.
Aunque rodamos rápido, muy rápido, con una media por encima de los 27 km/h, tanto tiempo sentados, sin cambiar de postura, nos va pasando factura ahí donde la espalda pierde su nombre. Por desgracia no hay ningún lugar interesante en el que hacer una parada y tenemos que conformarnos con unas sencillas áreas de descanso que, al menos, tienen una sombra en la que descansar del sol de todo el día. Eso sí, nada de comprar agua o cualquier cosa para comer.
La etapa termina por hacérsenos larga, llegamos tocados y temiendo por la etapa de mañana. 98 kilómetros hasta el White Lady lodge, en el monte Brandberg, 80 de ellos por pista en vete a saber tú qué condiciones. Pero hoy, de momento, buen asfalto.
Por fin llegamos a Khorixas, capital administrativa de Damaraland. Con solamente 11.000 habitantes, es un lugar sin ningún tipo de interés turístico pero con un interés diferente: podemos ver cómo es la vida real en Namibia, lejos de las comodidades del hombre blanco (generalmente de ascendencia alemana) que vive a todo tren en una África, digamos, diferente. Pero Khorixas no, esto sí es África.
No obstante, el camping en el que nos vamos a alojar es bonito y cómodo, y nuevamente tenemos césped donde plantar la tienda. Un lujo en esta zona del planeta. Nos vamos a la ducha y el agua nos purifica, se lleva el polvo y las inseguridades surgidas en la etapa de hoy de cara a nuestra siguiente etapa ya por terreno mucho más salvaje. Nos damos un pequeño lujo, una Savanna Dry Premium Cider, una sidra tipo inglesa hecha en sudáfrica que está realmente buena, mientras vemos algún que otro animalito.
Preparamos la etapa tras una visita al supermercado (¡agua, mucha agua!), ya nos sentimos confiados. Va a ser una gran etapa, lo sabemos. Eso sí, necesitamos dormir… y la fiesta no cesa a nuestro alrededor. Hasta aquí a llegado el regetón, ¡noooooo!
Seis de la mañana, suena el despertador. Si vas con tienda de campaña hay que ir con el sol, y no nos podemos despistar porque en el invierno austral anochece temprano. El día amaneció frío. Tras el proceso de desmontaje de la tienda, más lento de lo habitual debido a la inexperiencia del primer día, nos preparamos un desayuno para quitar el hambre. Hemos buscado alcohol de quemar desde que llegamos, pero hasta ahora nos ha sido imposible localizarlo, lo que nos obliga a conformarnos con un desayuno frío. Afortunadamente, mientras desayunábamos se acercó una persona que se interesó por nuestras bicis y nos indicó la ubicación de una tienda con artículos de camping. Nuestros ánimos suben y estamos convencidos de que la búsqueda de alcohol de quemar se va a terminar. Nos montamos en las bicis, vamos a la tienda y… por abreviar, el alcohol de quemar no existe en Namibia. Con nuestro gozo en un pozo y nuestro estómago frío, nos lanzamos a la carretera rumbo a Outjo. 70km fáciles, donde lo únicamente complicado es sobrevivir al tráfico.
Viajamos por una carretera sencilla y, una vez en Outjo, visitamos su museo. Se trata de una casa colonial, habitada hasta 1980 por un general alemán. En ella podemos ver cómo se vivía a mediados del siglo XX… o más bien cómo vivía el hombre blanco de mediados del siglo XX en Namibia.
Tras comer algo en Outjo ponemos rumbo al lodge. Éste es el nombre que le dan a los alojamientos rurales y no, no son baratos. De hecho la mayoría son prohibitivos. Nosotros, que no tenemos ninguna intención de pagar un dineral para pasar una noche, sólo nos acercamos a los que tienen zona de camping, la cual es muy económica. Una verde hierba nos da la bienvenida y desde el primer momento somos conscientes de que éstas comodidades no se van a repetir.
Una buena cerveza, unos cuantos dik-dik y una gran cena despiden el día, no sin antes darnos una última última sorpresa. ¡¡En el lodge utilizan quemadores de alcohol!! Pero en lugar de alcohol, utilizan una especie de gel (heating gel) que tiene el mismo efecto que el alcohol. A la mañana siguiente pedimos un poco en el lodge y nos lanzamos a la carretera más felices, sabiendo que no estamos cargando con comida y cocina en balde. Esta misma noche lo probaremos.
125km nos separan de Khorixas, nuestro siguiente destino antes de adentrarnos en la solitaria zona de Damaraland. Pero primero, una llamada a casa 😉
Etapa siguiente >No me quiero extender en esta entrada. Nunca había salido en televisión, ni me habían entrevistado para una revista. Pero una llamada de mi gran amiga Ruth Moll me llevó de un día para otro a la grabación de un programa de televisión con Chus Castellanos, que paralelamente a su proyecto PlanetMTB se embarcó en otro llamado Planeta Bike. Fueron dos fríos grandes días de rodaje por el Camino de Santiago con Chus y su equipo, y éste fue el resultado.
Último desayuno. Desmontamos el campamento por última vez y nos lanzamos a por la última etapa, sencilla, que nos llevará a Lalibela. Hay ganas de llegar, y a la vez tristeza porque tan bonito viaje llegue a su fin. Han sido nueve días pedaleando, desde Addis Abbeba hasta Lalibela, donde hemos visto paisajes y gentes increíbles. Y aún nos quedan varios días de disfrute en Lalibela, visitando sus magníficas iglesias y disfrutando del día grande, la festividad de San Jorge. Pero estos días no habrá bici, así que habrá que dejarlo, tal vez, para otro blog.
Os dejo un vídeo de producción propia, para que veáis el ambiente de Lalibela.
< Etapa anteriorLa mañana amanece nuevamente calurosa y apetece dar pedales, aunque el cuerpo empieza a estar cansado. El perfil de la etapa es similar al que hemos visto estoy últimos días, un continuo ascenso a la salida para volver a bajar al cauce del río al final. El paisaje, aunque bonito, ya no tiene la majestuosidad de etapas anteriores y los pueblos que atravesamos comienzan a estar más maleados. Los niños ya no salen a saludarnos como antes, sino que ahora se divierten jugando al tiro al blanco, nunca mejor dicho. Creo que nuestras ropas de colores ayudan a que no fallen ni un tiro, la cosa se pone bastante fea y decidimos mantenernos juntos, al menos durante el paso por los pueblos.
Durante un periodo de tranquilidad antes del almuerzo aprovecho para charlar con uno de los italianos del grupo, que a sus 70 años continúa dando pedales a muy buen ritmo. Y no me refiero a buen ritmo para tener 70 años, no. A buen ritmo. Durante la charla descubro que fue ciclista profesional. Y es que dicen que el que tuvo, retuvo. Y además de todo esto, es un gran tipo.
Llegamos al pueblo de Gashena, lugar elegido para tomar el almuerzo. Es un pueblo feo, pero lleno de vida. Lo atraviesa una de las pocas carreteras asfaltadas de Etiopía, y la primera que vemos en varios días.
Aprovechamos nuestra visita al pueblo para recargar energías y seguimos rumbo norte. El paisaje es cada vez más verde y menos pobre, por decirlo de alguna forma. Al menos la gente dispone de una tierra más o menos fértil en la que cultivar sus alimentos.
El camino está siendo largo, pero estamos muy cerca del destino. El río Lalibela nos espera para proporcionarnos un bonito lugar donde colocar nuestro campamento. El último campamento de este viaje.
Un amanecer caluroso, presagio de un día de calor infernal. Y así iba a ser. Nada más salir la pista asciende desde los 1.650 metros a los que nos encontramos hasta los casi 3.000 metros. La pista, con buen firme y sin demasiado desnivel, nos eleva, durante los 23 kilómetros de subida, hasta un paisaje nuevamente idílico. En este caso, además del bonito paisaje, la fauna local sale a nuestro paso. Aún no tengo claro si a saludarnos a a ver si encontraban algo de comer, los monos gelada, característicos por su triángulo rojo en el pecho, se mantienen en la distancia, salvo algún macho que se acerca para, creemos, vigilar el territorio.
El calor vuelve a apretar de lo lindo y aprovechamos para hacer una parada en Wegel Tena para comer y tomar algo fresquito servido por las lindas camareras del poblado.
El resto de la etapa discurre por pistas rocosas con bonitos paisajes, hasta que vuelve el rápido descenso hasta la cuenca del río, esta vez más caudaloso que el anterior y con un puente en mejor estado de conservación. Parece un buen lugar para montar el campamento.
¡Qué frio! Hoy hemos dormido en altura y realmente ha hecho frío, ese saco que ha sobrado durante los días de calor ha sido mi salvación esta noche. Dentro de la tienda de campaña la temperatura ha bajado hasta casi los cero grados, lo que no está nada mal comparado con las anteriores noches a 25 grados.
Hoy nos espera una etapa fácil, 77 kilómetros de descenso desde los 3.250 metros hasta los 1.650 metros del destino, en la encrucijada con el río Bechelo. Esta sencilla etapa nos iba a desvelar unos de los paisajes más bellos de Etiopía, tanto por sus paisajes como sus gentes.
Al poco de salir, otro soleado día nos permite ver con claridad, desde los más de 3.000 metros del altiplano por el que circulamos, lo más hondo del valle, a menos de 1.300 metros de altura. Nuevamente Etiopía deleita nuestra vista con otro magnífico regalo.
La vista es increíble, nuevamente le hace patente que el viaje ha merecido la pena. Pero aún quedan más cosas interesantes.
Mas adelante nos encontramos con el poblado de Tenta. He de reconocer que siento debilidad por los poblados bulliciosos, llenos de vida y gente, y Tenta tiene ambas cosas. La plaza del pueblo nos saluda y nuestra visita no genera el revuelo de pueblos anteriores, lo que nos indica que esta encrucijada recibe visitantes de muchos lugares. Nos adentramos en el mercado, y lo que vemos nos apasiona. La zona de carga y descarga, con los burros como único medio de transporte. La zona de las verduras, de la sal, de la electrónica, de la ropa… incluso hay un molino en el que conseguimos entrar, algo que al capataz no le hizo mucha gracia y nos sacó de ahí a escobazos.
Nos vamos acercando a Lalibela y los poblados se van haciendo cada vez más habituales. Hasta que llegamos a destino, una zona verde a la orilla de un río más caudaloso de lo habitual, que nos permite darnos un baño en toda regla y reponer fuerzas para la etapa de mañana.
Ha sido una noche confortable… hasta las 5 de la mañana, hora a la que el imán del pueblo ha considerado que ya habíamos dormido suficiente y se ha puesto a rezar. Sinceramente, parecía que estaba rezando en la habitación. Supongo que con el tiempo uno se acostumbra…
Nos da pena dejar este bonito pueblo, pero estamos ansiosos por ver el recorrido de la etapa de hoy. 77 kilómetros en (casi) contínuo ascenso, tocando techo a 3.700 metros de altura, sobre un majestuoso altiplano a 3.500 metros de altura. Hoy sí que se nota al altura, pero el paisaje da alas y queremos tocar techo. Lentamente ascendemos por los preciosos paisajes etíopes.
Este increíble paisaje nos revela otro secreto de Etiopía. Y es que hicimos bien trayendo ropa de abrigo, en Etiopía también hace frio!
La bajada es rápida, aunque no es muy pronunciada y ciertamente se empieza a hacer pesada. Sopla un fuerte viento en contra que hace que avanzar sea una tarea difícil, aunque finalmente llegamos a destino, en el pueblo de Ginchiro. Nos informan que por detrás la gente viene muy rota, así que tendremos que esperar un poco. Nuevamente la, en principio, pesada espera en el pueblo se convierte en otra gran experiencia. Aunque mi compañero de viaje no parece muy convencido por la, digamos, falta de higiene del lugar, paramos en una pequeña cafetería etíope donde una una agradable chica nos prepara un café, nuevamente, sin prisa. Vemos como nos tuesta los granos (de café), los muele, los vierte en la cafetera con agua y la hierve lo justo y necesario para que ese agua coja todo el aroma y sabor de tan fantástica materia prima. Nos sirve el café en las típicas tazas chinas que, por extraño que parezca, se hicieron tradición en Etiopía durante la etapa comunista.
Cae la noche y la temperatura baja. Tal vez le saque partido a mi saco de dormir, después de todo.
Hoy hemos dormido a más altura, por lo que la noche no ha sido tan calurosa y hemos podido descasar mucho mejor. La cama del Hotel Africa era conformable, la he aprovechado para dormir como un bebé.
Salimos de Midda en dirección a Wereliu. La etapa será larga, pero bastante llana. Las pistas son cansinas, con mucha piedra, pero el paisaje es muy bonito. Atravesamos varios pequeños poblados de casas de adobe y paja, mientras los restos de la guerra nos recuerdan que este bonito lugar también tuvo su oscuro pasado.
Paramos a comer en Degolo, un pequeño pueblo en el que aprovechamos para tirarnos a la sombra y reponernos del intenso calor que aprieta nuevamente. Y qué mejor forma que tomando un auténtico café etíope.
El camino acaba en el bonito pueblo de Wereliu, donde un pequeño hotel nos espera. Wereliu es un lugar interesante. No es muy grande, y tiene una iglesia y una mezquita. Aprovechamos la noche para acercarnos al bar del pueblo, y lo que en principio parece una simple visita a un bar para tomar una cerveza fresquita se convierte en una noche muy interesante. El jefe del bar no deja que la cosa se desmadre y la verdad es que se está muy a gusto, en cuanto uno se pasa con la bebida lo larga fuera. La gente se acerca a hablar con nosotros, se interesan por nuestro viaje y se sacan fotos. Queda patente que no hay mucho turismo por la zona… Uno de los que se acerca a hablar con nosotros es el policía del pueblo, que con su kalashnikov en mano nos da la bienvenida y nos informa de que él está ahí y podemos estar tranquilos. La verdad es que no estábamos nerviosos. Agradecemos el gesto invitándole a una cerveza que rechaza en un primer momento sin mucha insistencia, y que finalmente accede a beber. Incluso nos acompaña de vuelta al hotel. Una vez más lo mejor del día ha sido la convivencia con los locales del pueblo.
La mañana nos recibe con un calor asfixiante. La etapa será corta, pero el calor y la orografía la harán muy dura. Y parece que lo de los cocodrilos no iba en broma, allí donde nos bañamos el día anterior había un par de cocodrilos tomando el sol. Espero que ya hayan desayunado…
Volvemos a subir hacia arriba, el calor aprieta y la subida no da un respiro. No es muy empinada, pero sube, y sube… hasta un pueblo donde decidimos parar a tomar un refrigerio. La etapa va a ser corta, así que decidimos dejar la comida para el destino. La decoración del lugar donde paramos a comer es… digamos que las noches deben de ser interesantes.
La estancia en el pueblo se alarga bastante. Yo peco de inocente aireando el dinero y dejándolo descuidado. Cuando me quiero dar cuenta, el dinero ha volado. Eran un buen fajo de billetes que al cambio no sumaban más de tres euros. Viene la policía y ocurre algo muy curioso. Le van pidiendo a la gente sus billetes, y los huelen. Asombrado, pregunto qué hacen, y me dicen que nosotros, los blancos, olemos diferente, y que pueden oler si hemos tocado los billetes. Me parece increíble, es cierto que olemos diferente pero el hecho de identificar un sucio y manoseado billete por el simple hecho de que yo lo haya tocado y metido en mi bolsillo me parece tan increíble como los programas de los hackers de las películas de Hollywood. Adios, dinero.
En fin, tras el revuelo continuamos la ascensión y nuevamente un montón de niños salen con nosotros, y ganamos altura hasta llegar al poblado de Midda, donde el Hotel Africa nos espera.
Aprovechamos la tarde para hacer turismo. La gente sale a nuestro encuentro y nos acompañan de paseo por las calles del pueblo, nos enseñan orgullosos su iglesia y su escuela. De repente, a las seis de la tarde el pueblo cobra vida: ya hay corriente eléctrica. Al parecer tienen unos generadores con los que proporcionan corriente eléctrica desde las seis de la tarde hasta… bueno, hasta que dure. El barbero arranca las maquinillas, se oye ruido de taladros en el mecánico y hasta una pequeña tienda de música anima el ambiente. Pero si hay algo que nos llama poderosamente la atención es que, en la plaza del pueblo, hay un pobre pidiendo limosna. A nosotros, acostumbrados a las bondades y crueldades de las ciudades, nos cuesta diferencia los diferentes niveles de pobreza. Pero los hay, es algo que nos encoge el corazón y nos da una lección de humildad. No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita.
La noche ha sido muy calurosa, creo que este saco no es el más apropiado para Etiopía. De hecho, ningún saco es apropiado para Etiopía. Desayunamos fuerte, un largo ascenso nos espera nada más salir para remontar desde los 1.300 metros de altura a que nos encontramos hasta los 2.150 metros. Me junto con José María, un gran ciclista tarraconense y vamos ganando altura poco a poco. El sol aprieta de lo lindo y es difícil mantenerse hidratado.
Finalmente llegamos a la cima, donde se encuentra el pueblo de Fetra. Sus animadas calles nos esperan, aunque lo que más nos apetece es beber algo fresquito. Ni que decir tiene que nuestra visita revoluciona el pueblo, y todos quieren ver qué hacen esos marcianos que han llegado a su pueblo.
Hacemos una interesante visita al mercado del pueblo. Opino que los mercados son el lugar que mejor te enseñan cómo vive la gente. Qué compra, o mejor dicho, de qué dispone.
Todos los niños del pueblo (sí, todos) nos acompañan, mientras los más espabilados nos hacen de guía. Se muestran muy orgullosos de su iglesia. En Etiopía hay cristianos y musulmanes, los cuales conviven sin problemas, muchas veces en el mismo pueblo puedes encontrar una iglesia y una mezquita. Curioso, ¿verdad?
Después del refrigerio y la visita al pueblo continuamos viaje. La combinación de altura y calor me está doblegando, la cabeza me duele (nuevamente) como si me fuese a estallar. Volvemos a perder altura hasta el cauce de un río, lugar elegido para acampar. El río apenas tiene agua y nos avisan de que hay cocodrilos (cierto, es el Nilo) pero necesitamos refrescarnos y nos vamos al agua. Apenas cubre y el fondo es fanganoso, pero apreciamos ese baño como si estuviésemos en el mejor hotel del mundo. De hecho, no se me ocurre un lugar mejor para pasar la noche.
Tenía muchas ganas de visitar África. Había estado en el norte, pero nunca había visitado la auténtica África, ese África negra con el que sueña cualquier viajero. Pobre, seca, virgen e indómita. Pero ahí estábamos, un grupo de ciclistas con ganas de descubrir un nuevo mundo para nosotros, de mezclarnos con la gente y, como no, de dar pedales.
Salimos a las 6:30 de la mañana, en autobus, con rumbo norte para alejarnos lo suficiente de la capital, Addis Abeba, situada en un altiplano a 2.500m de altura. Una vez nos hemos alejado lo suficiente bajamos de los vehículos, montamos nuestras bicis y comenzamos a pedalear por una pista ancha y pedregosa. Aunque parezca mentira, este es el camino a Lalibela. El paisaje cambia rápidamente, y pronto nos damos cuenta de la pobreza del pais en el que nos vemos inmersos. Las casas de adobe y paja se adueñan del paisaje.
A mitad de ruta nos detenemos a comer, y por primera vez somos conscientes del maravilloso paisaje que nos rodea. Nosotros, a 2.500m de altura. Y allí abajo, a unos 1.200m, el cauce del Nilo. El paisaje es sencillamente espectacular, nos deja a todos sin palabras…
Ahora que lo pienso, no tendremos que bajar allí abajo verdad? Pues sí, las contínuas subidas y bajadas nos acompañarán a lo largo de toda la ruta. El descenso es rapidísimo, perdemos altura a mucha velocidad y vamos notando cómo sube la temperatura, parece que descendemos a los infiernos… Ya abajo, a 1.200m, montamos el campamento y aprovechamos la cuenca del río para asearnos. Una buena cena, y cómo no, un estupendo café, y a dormir. Mañana hay que recuperar altura!
Etapa siguiente >Última etapa, solo nos quedaba avanzar desde lo más profundo del desierto del Wadi Rum hasta la turística ciudad de Áqaba. Nos despertamos temprano, ya que teníamos que avanzar por una zona con mucha arena y lo íbamos a hacer en todo terreno.
Una vez pasada esta zona de arena llegaríamos a una pista utilizada por los todo terreno, con firme más duro y ciclable. El terreno era muy, muy bonito, con arena y hierba de camello. A los lados, las montañas, y al frente arena. Siempre me llamaron la atención este tipo de terrenos cuando los veía en el París-Dakar, cuando se disputaba en África, y ahora estaba pedaleando por uno muy similar.
Tras avanzar varios kilómetros por estas pistas, y tras mis insistencias de que me dejase pedalear un rato a mi aire, me dice: tu tira y nos esperas en el árbol. Que curioso, con estas indicaciones, en Asturias nos perdemos fijo. Pero curiosamente, según avanzas por el Wadi Rum, puedes ver a lo lejos el árbol. Es el único árbol que hay, tan especial que incluso es sencillo localizarlo con el Google Earth o cualquier otro programa con ortofotos. Un lugar especial en medio del desierto.
De ahí hasta el final, nada especial. Se acabó el Wadi Rum y pasamos a una carretera, para poco más adelante entrar en la autopista (sí, en Jordania se puede circular por las autopistas en bicicleta, aunque sigue siendo una mala idea). De uno de los lugares más bonitos para pedalear, a uno de los más feos (y peligrosos). Avanzaríamos unos cuantos kilómetros por esta odiosa autopista hasta la ciudad de Áqaba. Es una de las pocas ciudades costeras de Jordania, con salida al golfo de Áqaba, en el Mar Rojo. No se qué decir de esta ciudad, creo que un ciclista que conocí hace poco, llamado Oriol, la llamaría guirilandia. Ciudad turística, playas privadas, cerveza a un metro del agua… muy bonito, sí, pero no es mi estilo.
Y este fue el final del viaje, corto pero intenso y muy bonito. Me gustan los países árabes. Mucho.
< Etapa anterior
Después del día de descanso (por llamarlo de alguna manera, ya que la visita a Petra no fue lo que se dice un descanso) nos tocaba la etapa reina. 92 kilómetros nos separaban de nuestro destino en el Wadi Rum, un precioso desierto que ha salido en multitud de películas y que íbamos a tener el lujo de disfrutar, incluso íbamos a dormir en sus arenas dentro de unas confortables jaimas.
Por fin íbamos a tener una etapa completa sin asfalto, todo iban a ser piedres y arena. No hay que decir que yo estaba encantado… Salimos por una pista ancha, con mucha piedra, a más de 1.600 metros de altura. Rápidamente entraríamos en el desierto. Largas pistas, cielo azul y, a lo lejos, la arena. Estaba entusiasmado.
Dentro de un rato íbamos a llegar a un pequeño poblado, donde íbamos a tener la oportunidad de pasar un rato con unos nómadas y disfrutar de un té y una buena conversación en una de sus tiendas. Otra vez nos iban a demostrar que siempre hay tiempo para atender a una visita.
Tras el té con los nómadas nos íbamos a adentrar en el desierto. El viento empezó a soplar muy fuerte y empecé a echar de menos, una vez más, disponer de unas gafas de ventisca. Pero no las tenía, así que no quedaba más remedio que echarse un pañuelo a la cara y taparse todo lo posible.
Ahora entiendo lo de los pañuelos en la cabeza, no es un capricho. La arena se colaba por todas partes, y avanzar se hacía complicado.
La etapa reina se estaba haciendo dura. Pero todo ese terreno que tanto nos estaba costando avanzar nos iba a devolver el favor. Poco después entraríamos en el terreno más liso, compacto y, a la postre, rápido por el que había rodado en toda mi vida. El fondo de un lago, seco desde hace años, nos iba a proporcionar este terreno. Y además, el fuerte viento soplaba ahora a favor. No hacía falta pedalear para avanzar, de hecho se hacía necesario frenar.
Y para que veáis de qué hablo, echadle un vistazo al vídeo que grabó uno de mis compañeros.
Finalmente llegamos al Wadi Rum. El paisaje era espectacular, estaba deseando que llegase la siguiente etapa para pedalear entre les piedres y la arena. Pero antes íbamos a disfrutar de una magnífica cena, preparada al estilo más tradicional. Un recipiente metálico, con ascuas en su base y una serie de bandejas en vertical servían de parrilla. Este recipiente, bien cerrado y enterrado en la arena, le daban el toque exótico. Ya entrada la noche fuimos a desenterrar nuestra cena, compuesta de carne y verduras. Y la verdad es que estaba sensacional, aunque reconozco que el toque exótico le da un punto a su favor.
Y mañana, Wadi Rum y fin de ruta.
Hoy va a ser un gran día. Por fin vamos a llegar a Petra, y no hay duda que todos estábamos ansiosos por llegar y poder visitar esa maravillosa ciudad. 75 kilómetros separan de Dana, inicio de la etapa, de Petra.
Tras las altas temperaturas de días atrás, de hasta 50º, resulta que hoy no hacía nada de calor. El cielo azul y despejado parecía indicar que las temperaturas iban a ser altas, pero el aire era frío y había que abrigarse. Al parecer, esta zona es fría y son habituales estas temperaturas. Comenzamos la etapa por la King Highway, por un sube y baja muy bonito. Al poco nos salimos de la carretera para coger una pista pedregosa y polvorienta que nos llevaría hasta el castillo de Shobak.
Este castillo se encuentra en lo alto de una montaña que en esta ocasión no íbamos a escalar en bicicleta, sino que íbamos a encontrar una forma más original. Algo nos imaginábamos cuando nos habían pedido llevar con nosotros calzado cómodo y un frontal, y es que existe un camino por dentro de la montaña que nos lleva desde la base hasta lo alto del castillo. En apenas media hora alcanzamos nuestro destino de una forma muy divertida. Estoy seguro de que si hubiese algo similar en Europa (que lo habrá) habría que poner casco, cuerdas, botas de seguridad… pero en Jordania no hay problema, cada uno es libre y dueño de sus actos.
Tras la visita al castillo, recogimos nuestras bicis y continuamos camino a Petra. Íbamos a abandonar definitivamente la carretera para coger una zona de pista que no nos abandonaría hasta el final de la etapa, y nos llevaría por una zona montañosa, dura y con unas maravillosas vista al Wadi Musa, el valle donde se encuentra la ciudad de Petra.
El día seguía frío, lo cual se agradecía tras el calor de días pasados, y tras unos kilómetros por pista saldríamos a la carretera para llegar definitivamente a nuestro destino.
Teníamos ganas de llegar, por un lado para visitar la ciudad y, por el otro, para disfrutar de la jornada de descanso que nos esperaba. Nada más llegar nos acercamos al hamman (demasiado turístico para mi gusto, pero muy bonito) y temprano para la cama. Al día siguiente teníamos visita a Petra y había que madrugar para poder disfrutar el mayor tiempo posible de tan maravillosa ciudad.
No hay nada como un buen sueño reparador para recuperar la energía perdida el día anterior. El hotel de Al Karak era confortable, y la fatiga acumulada tras la agónica ascensión nos hizo dormir como bebés. A la mañana siguiente nos esperaba un buen desayuno, la mejor forma de empezar una larga etapa de 86 kilómetros.
El paisaje era bonita pero lo cierto es que la etapa se hizo un poco pesada. Carretera y pista se alternaban para llevarnos al inicio del Wadi Musa, el valle donde se encuentra la famosa ciudad de Petra. Pero eso sería al día siguiente.
Hoy íbamos a llegar al Wadi Musa, el valle donde se encuentra situada la bonita ciudad de Petra. Y dando la bienvenida a tan hermoso valle se encuentra Dana. Desconocía la existencia de esta ciudad, y fue una de las mejores sorpresas del viaje. Esta pequeña ciudad, colgada sobre el Wadi Musa, es un antiguo asentamiento de más de 500 años de antigüedad convertido en una villa turística. Pero por fortuna, se ha cuidado la forma en la que el turismo ha llegado a la villa y lo ha hecho de una forma respetuosa y un poco hippie. Hay varios guest-house distribuidos por la villa, todos construidos respetando el estilo clásico del lugar. Desde lo alto de nuestro guest-house pudimos disfrutar de una fascinante puesta de sol en el desierto, una opípara cena y una agradable noche con música tradicional en directo. Eché de menos poder tomar una cerveza, aunque hay que reconocer que el té estaba muy bueno y fue más apropiado para el lugar en el que nos encontrábamos. Tal vez alargamos la noche un poco más de la cuenta, dado que había que madrugar al día siguiente, pero la noche estaba siendo muy animada.
Después de dormir al raso en Mukawer, tras una confortable y bonita noche estrellada, nos sentimos con fuerzas para comenzar la segunda etapa. El principio no parece complicado, tan solo un tan solo un descenso que nos llevará hasta el mar muerto para recuperar altura nuevamente al final de la etapa. Pero como siempre, llegaría un invitado que nos iba a endurecer la etapa.
Como comentaba, el principio de la etapa discurrió por una carretera sin nada más interesante que una bonita vista sobre el mar Muerto, incluso entre la tenue neblina podíamos vislumbrar la costa israelita de este peculiar mar, situada a 18 kilómetros de la costa jordana. Peculiar por su alta salinidad, en el cual nadar se convierte en una tarea sencilla, y por su ubicación, a 417 metros bajo el nivel del mar. Nunca había pedaleado a tan poco altura, y nunca mejoraré esta cifra dado que me encontraba en el punto más bajo de la Tierra en tierra firme.
Evidentemente había que darse un baño, y aproveché para descubrir dos cosas. Uno, mi inglés no es tan bueno como pensaba y me perdí la parte en la que el guía nos decía no metáis la cara en el agua si no queréis que os pique a rabiar (o algo así) y que el grado de flotabilidad del mar Muerto es mayor del que pensaba. Nadar en sus aguas es como intentar nadar en mermelada. Muy complicado, dado que prácticamente estas posado sobre el agua, y sobre todo muy divertido. Nunca me había sentado en el agua, es una experiencia muy extraña.
Después de un buen baño y una buena comida iba a comenzar la subida a Al Karak, situado a 1.000 metros sobre el nivel del mar. Es decir, nos quedaban 1.400 metros de ascensión. La subida no parecía demasiado complicada, dado que era una carretera larga y tendida, pero no contábamos con la temperatura. 45º al comenzar la subida, que llegarían a 50º en momentos puntuales. Por fortuna los guías nos iban a cuidar bien y no íbamos tener falta de agua. Bebí todo lo que me aceptó el cuerpo, y poco a poco fui alcanzando la cima en Al Karak, comandada por las majestuosas ruinas de su castillo. Tan solo Duncan, mi compañero de habitación, y yo alcanzamos la cima. El resto del grupo se tuvo que subir al coche de apoyo, que por fortuna estaba presente en esta etapa de carretera.
Después de la subida visitamos el castillo. Me gustaría explicaros lo bonito que es, pero por desgracia apenas disfruté de la visita y no me enteré de muchas cosas. Duncan se volvió para el hotel, mientras que yo aguanté con un terrible dolor de cabeza a causa del intenso calor y la evidente deshidratación. Tuve la cabeza dolorida hasta el día siguiente.
Después de cenar en un bonito restaurante al lado del castillo fuimos a comprar víveres para la siguiente etapa. Me fui intranquilo, ya que el guía insistió en que podíamos dejar las bicis en la calle, frente al hotel, que estaba en medio de la ciudad. Ante mis continuas preguntas de no sería mejor guardarlas? o no hay peligro de que alguien las robe? siempre me respondía con un simple estás en Jordania. Reconozco que, pese a mi confianza ante la profesionalidad del guía, me fui intranquilo.
Me encantan los mercados locales, intento pararme y tocarlo todo. Era de noche y no íbamos a ir a un mercado tradicional, era más como un Mercadona pequeño. Aun así, me encantó la experiencia. Mientras comprábamos, el dueño del supermercado nos invitó a café, algo que no me pasará en ningún supermercado de España, y aproveché para comprar unos maravilloso (y baratos) dátiles jordanos.
Y ya de vuelta en el hotel, descubrí a un chico que estaba paseando con mi bici. Me bajé nervioso del coche y le dije, intentando parecer tranquilo: oye, esa es mi bici. El chico sonrió y se acercó a mi para explicarme lo mucho que le gustaba, el color, la suspensión… realmente no había ni una pizca de maldad en él, la había cogido porque le gustaba y quería probarla. La colocó delicadamente junto al resto y siguió hablando con sus amigos. Otra lección aprendida: podía dejar mi desconfianza en la cuneta, estaba en Jordania.
Tenía muchas ganas de volver a un país árabe y, aunque mi primera idea era Egipto, finalmente me decidí por Jordania. No iba a ver las pirámides, pero por contra iba a visitar la magnífica ciudad de Petra.
Me junté con el grupo en Madaba, muy cerca de Aman, capital de Jordania. Llegamos a Jordania bastante tarde y arrancábamos la primera etapa muy temprano, así que todo pasó muy rápido. Montamos las bicis y nos pusimos a pedalear, saliendo desde la misma puerta del hotel. La primera parte de la etapa fue aburrida, mucha carretera sin nada interesante, hasta que llegamos al monte Nebo. Desde lo alto de este monte, Moisés divisó la tierra prometida. El paisaje era bonito, aunque supongo que para un creyente la imagen tendría un significado especial.
El resto de la etapa no tuvo mucho interés, pero lo mejor estaba por llegar. Al final de la etapa íbamos a visitar las ruinas de la fortaleza de Mukawer. Un pequeño trekking nos llevó hasta lo alto de estas ruinas. La fortaleza de Mukawer fue construida durante la primera centuria antes de Cristo. Herodes el Grande construyó un palacio en su interior, y finalmente fue destruida en el 70 después de Cristo. Y lo mejor, la vista del mar muerto desde la cima.
La noche iba a ser aún mejor. Una familia bereber nos iba a acoger en su casa, y nos iba a ofrecer lo mejor. Literalmente nos agasajaron con su hospitalidad. Primero, una buena conversación donde aprovechamos para tocar los temas sensibles, como la poligamia. No queríamos ser impertinentes, pero hay que aprovechar estos momentos para tocar temas interesantes. Después de la conversación, nos deleitaron con un magnífico café bereber. Tiene una preparación muy parecida al café turco, pese a su insistencia en subrayar que no tenía nada que ver. Eso sí, con mucho cardamomo. Además, la ceremonia del café es muy interesante. No aceptar un café bereber es casi una ofensa y, por muchos problemas que haya entre dos familias, si se acepta una invitación a un café indica que todos los problemas han sido zanjados. Es como la pipa de la paz de las películas de vaqueros de nuestra infancia.
Tras el café, una fantástica cena al aire libre. Dos enormes bandejas de arroz con pollo con diferentes preparaciones y muchas especias. Y lo mejor de todo, nada de cubiertos, a comer con las manos. Esta bienvenida a Jordania había sido espectacular, todo un lujo que nos prepararía para la fantástica experiencia del viaje por Jordania. Pasar la noche bajo el cielo estrellado puso la guinda al pastel de este primer día.
Siguiente etapa >Décima y última etapa. Esto se acaba, solo 100 kilómetros nos separan de la última línea de meta del Mongolia Bike Challenge 2010. La verdad es que siento, además de la lógica alegría, un cierto alivio al saber que se acaban las etapas. Lo cierto es que ya estamos castigaditos…
La décima etapa arranca con un frío idéntico al de la etapa novena, ha caído una pelona de escándalo. Me armo de valor y salgo de corto, total, seguro que calienta dentro de poco… caray, las que no calientan ni a tiros son mis piernas, me he pasado de listo. Hasta el kilómetro 10 lo paso bastante mal. Cruzamos un puente que no estaba en el itinerario inicial y nos lanzamos valle abajo, justo a la orilla del río. La bajada es muy, muy rápida, con piedras pero ancha y recta. Alcanzo una velocidad máxima de 76km/h, lo cual no está nada mal para una pista pedregosa.
Hemos tenido que cambiar el itinerario sobre la marcha, el río lleva más agua de lo previsto y tenemos que evitar el vadeo programado. Lo cierto es que esta parte inicial del recorrido es impresionante.
Aunque siempre he dicho que mi único objetivo era terminar la carrera, la noche anterior he revisado las clasificaciones y estoy a menos de 30 segundos de un italiano. Y he salido por detrás de él, mecaguen…
Hacia el kilómetro 20 me junto con Stephan, un alemán muy majete que había roto su bici el día anterior. Le había partido una de las vainas, pero el nuevo MacGiver germano se hizo un invento con los radios de repuesto y unas bridas y consiguió llegar a la meta. Un fenómeno el tío. Por suerte para él, para afrontar la última etapa la organización le cedió la Nevi que había utilizado Heras, totalmente rígida y con ruedas de 29′. El tío iba como un tiro…
Más adelante cogemos al italiano que me sacaba 30 segundos en la general. Aguantó poco a nuestro ritmo (jeje). Vamos cogiendo a más gente, un austriaco y un mongol (gentilicio, no adjetivo). La etapa tiene poca chicha, seguimos a fuerte ritmo hasta el primer avituallamiento. Me quito algo de ropa, meto algo pal cuerpo y tiro con mis compañeros de ruta. El mongol se nos queda…
A pocos kilómetros del final pincha Stephan. El austriaco no mira y sigue viaje, un gesto un poco feo después de tantos kilómetros. Paro con Stephan y, a duras penas, me voy entendiendo con él. Creo que no os había dicho que es gangoso…
Total, que me dice que no tiene cámara, ni bomba, ni desmontables… vamos, un desastre. Y claro, yo llevo cámara de 26′ y él lleva 29′. En fin, le dejo todos los trastos y sigo viaje mientras pienso que el bueno de Stephan va a tener que acabar la última etapa en el coche escoba.
Kilómetro 98, quedan 2 para el final. A lo lejos, en un alto, veo la última línea de meta del Mongolia Bike Challenge 2010. No me puedo creer que, lo que en noviembre de 2009 era una locura y en marzo de 2010 se convirtió en sueño, en este mismo instante se esté convirtiendo en realidad. Ya no me duelen las piernas, todo lo contrario. Avanzo con soltura, me siento enérgico. La mano de Gengis Kan me empuja hacia la línea de meta. En el repecho previo al final, el simpático periodista de Sky, cámara en mano, me pregunta qué siento. No recuerdo qué le dije, pero sí que recuerdo que le contesté en español, no me acordé de hablarle en inglés. Todo el staff de Proguetto Aventura, con el gran Willy Moulonia a la cabeza, nos esperan tras el arco de meta, grande, brillante, que anuncia el fin de tan largo viaje. No puedo describir la sensación de cruzar bajo el arco de meta tras tantos días de carrera.
Siento alegría y tristeza. Alegría, había cumplido mi sueño. Tristeza, la felicidad la había encontrado en la búsqueda de mi sueño. El final no era más que eso, un final. Feliz, si, pero final al fin y al cabo.
Después de abrazarme con un montón de gente veo a lo lejos a Stephan. Llega a meta y me da un gran abrazo mientras me agradece, una y otra vez, que le dejase herramienta. Me cuenta como, a base de tirar como un bestia, consiguió meter la cámara de 26′ en la rueda de 29′.
Y eso es todo. Tan solo nos queda dejarnos bajar hasta Karkorum para hacer una entrada protocolaria y fuera de carrera, y visitar el monasterio de Erdene Zuu, el monasterio budista más antiguo de Mongolia.
Y nada más. Al día siguiente volvemos a Mongolia para la entrega de premios y camisetas de finisher y 25º en la general. Han sido 865km, 2.715 minutos sobre la bicicleta, 195.480 pedaladas, 407.250 latidos, 8.939 metros de ascenso… una aventura y un montón de amigos.
Es el fin de la aventura, me he ganado un descanso.
Os dejo este vídeo que resume esta gran aventura. Podéis verme, brevemente, en el 3:40!!
< Etapa anteriorSuena el despertador. Pensaba que ayer hacía frío, pero lo de hoy lo supera con creces. Ha caído una helada como nunca había visto en mi vida, es realmente complicado recoger la tienda de campaña, la tela se encuentra totalmente congelada y parece que se va a partir en pedazos. Tomo el desayuno con los guantes de la bici, aunque están llenos de… roña. Nada, no hay manera de entrar en calor. Bien temprano nos acercamos a la salida de la novena etapa, la más larga de todas, con 144 kilómetros y 2100 metros de desnivel.
Salida rápida por un precioso valle. Nos dedicamos a vadear ríos de agua helada, alguno hasta aprovecha para darse un baño.
Afortunadamente empieza la subida. Digo afortunadamente porque no hay manera de entrar en calor, aunque brilla el sol y no hay ni una nube en el cielo. Las primeras subidas nos llevan a una zona de sube-baja muy, muy bonita, con terreno rápido que permite rodar con facilidad. ¡Por fin podemos dar pedales!
Me junto con Daniel Becerril, los kilómetros pasan con rapidez. Estoy disfrutando realmente de esta etapa, es preciosa. Poco más adelante alcanzamos a Luis y a Paolo Angaroni, un italiano muy simpático. Poco a poco vamos haciendo kilómetros y vadeando ríos, hasta que en uno de estos ríos vemos… a la maglia rosa! ¿Qué pasa aquí, cómo podemos haber cogido al líder en el kilómetro 80 de la etapa?
Cruzamos el río, parece que Marzio, el líder, interpretó mal la señal de «río profundo» y se dio una vuelta de varios kilómetros. Dani, al otro lado del río, intenta convencerle para cruzar. Mientras tanto, Paolo, desde el río, nos dice que el agua está muy fría (o algo así), yo (18) le digo que le mande al cuerno mientras que Luis no entiende nada.
Al final le convencemos, nos da las gracias, arranca la moto y desaparece en el horizonte. Cómo anda este tío…
En la siguiente subida perdemos a Paolo, que se queda descolgado. Más adelante nos arrimamos a unos Ger, cabañas típicas mongolas, para recortar un trozo del camino. Un par de perros salen tras nosotros con las peores intenciones. Nos damos un calentón de escándalo y conseguimos salir vivos, creo que los perros son perros en cualquier parte del mundo…
El ritmo de Dani y Luis es demasiado para mi, me descuelgo a 30 kilómetros de la meta, me están empezando a doler demasiado las piernas y aún queda otra etapa. Atravesamos una pequeña ciudad, con sus calles asfaltadas. Parece que volamos sobre el asfalto, cuánto tiempo sin rodar sobre suelo uniforme! La fantástica sensación desaparece tras un escaso kilómetro, volvemos a la pista. En fin, ya volveré a rodar sobre asfalto en España.
En el ultimo tramo lo paso un poco mal, me empieza a molestar el estómago y cualquier cosa que intento comer me provoca malestar. Pues nada, tampoco queda tanto para la meta, a muerte.
Finalmente llego a la meta tras 6 horas 33 minutos, 26 en la etapa y 26 en la general… a medio minuto del italiano majete, parece que va a haber guerra hasta el final. Mañana, última etapa!!
Esta noche dormí como un niño. La etapa anterior había sido durísima y por la tarde la temperatura cayó en picado. Bien temprano, como de costumbre, sonó el despertador. Salgo poco a poco del saco, madre mía que frío!!! En fin, ya calentará. Me voy poniendo los trastos, cinta del pulsómetro, coulotte, etc, abro la puerta de la tienda y esto es lo que veo
Bueno, ¿dónde voy con estas pintas? Briefing, no parece muy sensato que se de la salida en esta etapa, sobre todo teniendo en cuenta que salimos para arriba. Aparte de que el terreno está impracticable, creo que alguien podría perderse (el uso de GPS no es obligatorio). Al final se impone el sentido común y se suspende la etapa. Bien, jornada de descanso!! Si es que se puede llamar jornada de descanso a 8 horas de todo terreno, incluso algo de trekking
No había narices a bajar en el todo terreno, jeje. Bueno, no se puede negar que disfrutamos de unos paisajes maravillosos, aunque en algunos momentos nos preguntásemos qué diablos hacíamos metidos en ese lío. Creo que Carlos Abellán, ex corredor del Liberty, estará de acuerdo conmigo.
Por fin llegamos al campamento. Una buena noticia nos espera… ¡hoy es la última noche en tienda de campaña! Y mañana, novena etapa, la más larga de todas con 144km. ¡A por ella!
Día 17 de agosto, etapa 7. La etapa reina de la carrera.
Hoy amanecemos antes de lo normal y adelantamos la salida a las 7 de la mañana para afrontar la etapa reina. La ocasión lo merece. Los 132km con 2620m de desnivel acumulado y 3 premios de montaña, después de la paliza del día anterior, pueden hacer estragos. Y mañana otro día largo… bueno, no pensemos en ello.
El día amanece frío, muy frío. Desayunamos a las 5 de la mañana, nos vestimos de largo y nos metemos en la carpa hasta el último momento, hace demasiado frío para estar a la intemperie. ¡Un minuto para la salida! Salimos de la carpa y nos ponemos bajo el arco de salida en el último momento, caray qué frío…
7 de la mañana, empieza el espectáculo. Tras una pequeña subida nos tiramos hacia abajo por una pista ancha y empinada. La primera parte parece rápida, bien.
La pista va cambiando a una zona de sube y baja con piedra. Me junto con Dani, un austriaco y un australiano y nos vamos relevando mientras avanzamos cada vez más despacio. Según nos vamos acercando a zonas más húmedas, junto al cauce de un río, van apareciendo zonas de arena muy complicadas de pasar, algunas tan blandas que no dejaban más opción que poner pie a tierra. En el kilómetro 40 llegamos al primer avituallamiento, en el cual aprovecho para ir quitando la ropa de invierno que ya me sobra. De aquí en adelante, cada uno a su ritmo. Llegamos al primer premio de montaña, muy duro. En Mongolia aún no se han inventado las «zetas» para subir a los puertos, así que subimos de frente, «a pincho». Y las bajadas igual, claro. Las velocidades son vértigo y, aunque no tienen ninguna complicación, sí que son bastante peligrosas debido a las altas velocidades que se pueden alcanzar. Poco después subimos el segundo puerto, muy duro también y con una bajada muy pedregosa. El paisaje ha cambiado completamente, es fantástico. Por fin vemos árboles, llevábamos mucho tiempo sin ver uno.
Kilómetro 100, segundo avituallamiento. El simpático masajista italiano que nos acompaña me llena el Camelback de agua y me da ánimos para apretar, llevo dos ciclistas cerca. Le agradezco el gesto, aunque me da igual quién venga por delante y por detrás, lo único que me importa es llegar a la meta sin gastar todas las fuerzas, aún quedan otras tres etapas.
A partir de aquí entramos en zonas de hierba que se pegan bastante y nos dedicamos, fundamentalmente, a vadear ríos. Creo que sobra decir que el agua está helada…
En el kilómetro 120, justo antes del último puerto, tenemos el último avituallamiento, solo líquido, en el que no pensaba parar. Pero al llegar me encuentro a Massimo con un bote de Coca Cola y cambio de opinión. Pego un trago y arranco a por el último puerto. De la cima a meta, todo para abajo. La subida es muy dura y pedregosa, así que echo pie a tierra y me lío a caminar. Poco antes de la cima la pendiente afloja y me subo a la bici. 5 a meta, la bajada es rapidísima (nuevamente) y en un momento llegamos a la meta. Justo delante del arco nos encontramos el último río, para entrar con las zapatillas mojadas. Vaya por dios…
La sensación al cruzar la línea de meta es sensacional. Tras 7 horas y 50 minutos finalizo la etapa reina y me siento más cerca del sueño de finalizar esta dura prueba. 26 en la etapa y 28 en la general.
El rosario de gente que viene por detrás es todo un poema, muchos se acercan peligrosamente al límite de las 12 horas máximas para finalizar la etapa. La temperatura desciende bruscamente y algunos llegan bastante mal, el número de abandonos es elevado… es el precio que hay que pagar para finalizar el Mongolia Bike Challenge.
Día16, etapa 6. Ya hemos pasado el ecuador de la prueba, tras un día de 7 horas de furgoneta que se empeñan en llamar «día de descanso». Tal vez descanso para la familia, ya que pude utilizar mi teléfono móvil después de muchos días de desconexión.
Tras una cálida noche, a las 7:30 nos dirigimos a la línea de salida de una etapa con perfil en contínuo ascenso. Un inoportuno pinchazo de nuestra fémina Nines, líder en su categoría, nos pone los nervios de punta. Nos damos prisa para reparar a tiempo el pinchazo, y acabamos de apretar el cierre justo cuando se da la salida. Finalmente salgo el último.
Salgo como puedo, ajustándome el Camelback hasta que alcanzo a Nines antes del primer avituallamiento, cuando rodaba segunda entre las féminas. Le digo «vamos para adelante» y me pongo a tirar sin miramientos. Poco después vendría una caída que se saldaría con una fisura en una costilla.
No obstante yo sigo tirando con Nines, y vamos adelantando a mucha gente. El recorrido va cambiando de un feo paisaje «monegril» a un bonito valle en la montaña. La última parte es preciosa. La primera manada de Yak nos sorprende, esas vacas hippies con sus melenas al viento nos indican que estamos cada vez más altos. Los niños nos saludan mientras pasamos al lado de sus Ger, algunos nos obsequian con flores y se estiran para darnos la mano. Seguimos subiendo y recogiendo gente, la pendiente es cada vez más pronunciada y nuestro grupo se va haciendo cada vez más grande. Se nota que mañana es la etapa reina de la prueba, nadie quiere gastar más de la cuenta. 5 horas y 116 kilómetros más tarde nos encontramos en la línea de meta. Destacar la primera victoria del que fuera corredor del Liberty, Carlos Abellán, cedida por el líder indiscutible de la prueba, el italiano Marzio Deho.
Día 14, quinta etapa. El día amanece frío y lluvioso, estoy como en casa. Afortunadamente no hace viento, así que a pesar de la lluvia me siento animado. Además mañana es día de descanso y esta noche dormimos en un campamento de Ger (no hay que montar tienda, yuju!!) y hasta tendremos agua caliente. 125 kilómetros nos separan de las magníficas dunas del Gobi, las siguientes etapas nos llevarán hacia el norte, por zonas más montañosas. A las 7:30 de la mañana nos dan la salida, todo hacia arriba. Salgo muy animado y me junto con un grupito comandado por dos mongoles y un austriaco. Tiramos muy rápido por un terreno compacto de sube-baja, y llegamos al avituallamiento del kilómetro 40. Ahí me doy cuenta de que voy bastante adelante, porque estos tíos paran lo justo. Total, cojo mi bidón de sales, me meto un trago de Coca Cola y para adelante. A los pocos kilómetros nos metemos en el cauce seco de un río, una zona pedregosa muy complicada que rompe totalmente el grupo. Algunos se van para adelante y otros se quedan detrás, mientras yo cojo la rueda de un italiano muy simpático con el aguantaría varios kilómetros. Al cauce seco sigue una zona de sube-baja en la cual llegamos a ver el inmenso valle que nos lleva hasta las arenas del Gobi. Esta es una de esas imágenes que se me quedarán grabadas en la mente para siempre por la inmensa belleza del paisaje, tanto al italiano como a mi se nos escapa hasta la risa. Después nos volvemos a meter en otro cauce seco, este mucho más ancho que el anterior. Es increíble ver un cauce de 30 metros de ancho, ahora seco, que en época de deshielo debe llevar gran cantidad de agua a juzgar por el estado de las piedras, trituradas hasta convertirse en arena. El italiano se queda, así que tiro solo. Salgo del cauce y paro en el último avituallamiento, quito algo de ropa y me lanzo a por la última parte de la etapa, una pista pedregosa ligeramente descendiente. A la izquierda, el cordón de arenas del Gobi. A la derecha, las montañas. Y por todos lados, camellos. De muestra, una foto que me sacaron los periodistas de la organización.
Hoy me encuentro muy bien, y la MMR Koans Carbon de doble suspensión que estreno para la ocasión se comporta a la perfección. Adelanto a un montón de gente con bicis rígidas, se les nota que ya no soportan el trasero sobre el sillín. Yo voy sentado y dando pedales con fuerza. 5 km a meta, veo a un mongol a lo lejos y aprieto un poco, a ver si lo cazo. A 4 de meta le alcanzo, el pobre va hecho un trapo. Finalmente, tras 5 horas y 45 minutos llego a la meta, situada en un campamento de Ger llamado Gobi Discovery Ger Camp. 20º en la etapa y 31º en la general. Aunque contemplando el paisaje y la inmensidad del Gobi, la posición es un poco lo de menos, ¿no?
Por la tarde nos acercan hasta las dunas. El cordón de dunas no parece tener fin, y es altísimo. En su día, las dunas de Marruecos me parecieron inmensas. Ahora no son más que una playa al lado de este espectáculo. Allí sentado, viendo las montañas, los camellos y el precioso cielo azul, soy consciente de que no podía estar en un lugar mejor y que todas las dificultades estaban valiendo la pena.
Día 12, tercera etapa.
La noche ha sido muy movida, al parecer. Yo dormí como un lirón, gracias a los sabios consejos de Javi nunca viajo sin tapones para los oídos. Cuando me despierto por la mañana compruebo que la tienda se mueve muchísimo y está llena de arena, tengo arena en la ropa, en el saco… salgo de la tienda tapado hasta los ojos y compruebo como los efectivos de la organización se afanan en sujetar las carpas. Estamos viviendo una tormenta de arena impresionante, nunca había visto nada igual. Parece claro que la etapa no se va a poder realizar, al menos en su totalidad, y comprobamos como, con buen criterio, la organización decide suspender la etapa. Jornada de descanso.
Día 13, cuarta etapa.
La tormenta sigue igual, el viento no da un respiro. La organización decide acortar la etapa de hoy, quitando la primera parte llana y disputando nada más que la parte final, ya en las montañas. Hacemos un traslado en furgoneta y arrancamos para hacer los últimos 55 kilómetros de la etapa.
El perfil es completamente ascendente, aumentando la pendiente según nos acercamos a la meta. La etapa es odiosa, una fea pista ascendente con un fortísimo viento en contra. Ruedo con Nines, un austriaco, un alemán y dos italianos y, salvo Nines, los demás no dan ni un relevo. La verdad es que estoy hasta las narices de pedalear contra el viento, el paisaje es feísimo y acabo echando una bronca a mis compañeros de viaje, pegamos un arreón y nos vamos para adelante. Seguimos tirando con fuerza pero me estoy rayando, veo una rueda buena y paso de tirar, me pongo a chupar rueda para variar.
Después de un rato de preguntarme qué coño hago aquí y por qué no me subo a una furgoneta, el paisaje empieza a cambiar radicalmente. Comenzamos a ver montaña, una preciosa subida nos eleva sobre el desierto y el viento parece amainar un poco. Me vengo arriba y empiezo a tirar con ganas, llego a la altura de Nines y nos vamos los dos para arriba. Tras 3 horas y 44 minutos llegamos a la meta, ya en las montañas. 39º posición en la etapa, 37º en la general. El paisaje es precioso y la etapa de mañana promete, aunque se empieza a dejar sentir el frío.
Día 11 de agosto, segunda etapa.
Nos espera una etapa de 115 km. Por fortuna parece que no sopla el viento y el perfil es sencillo, así que cuento con recuperar las fuerzas perdidas en la primera etapa. Desayuno a las 6 de la mañana, a las 8 nos dan la salida.
Arrancamos por un terreno rápido que permite alcanzar grandes velocidades. Me meto en un grupo con más españoles y avanzamos con rapidez. En el kilómetro 2 adelantamos al líder, que está pinchado. Cuando nos vuelve a adelantar entiendo por qué va el primero en la general, y de paso también entiendo qué sentía el zorro cuando veía alejarse en el horizonte al correcaminos…
Bueno, la alegría dura poco. El toulé ondulé se adueña del camino salvo en las zonas de arena. La velocidad baja y el terreno se hace completamente llano y monótono. Llegamos al avituallamiento del kilómetro 40, Nines (la española que va tercera en féminas) se detiene lo justo, ya que llega otra fémina que no para, y yo tiro para adelante con ella. El grupo se hace más pequeño, aún así todavía puedo chupar alguna rueda, como la del tándem, que hay que ver como se mueve por las zonas llanas. Me encuentro muy bien, así que tiro de Nines con alegría, hasta que me empiezan a doler las piernas. Además el terreno empieza a cansarme, estoy harto de ver siempre lo mismo en el horizonte, el terreno es incómodo y mentalmente se me está haciendo duro. Llegamos al segundo avituallamiento, en el kilómetro 80, y las piernas me duelen mucho. El culete también me duele, llevo 4 horas sin cambiar la postura y se me hace duro… le digo a Nines que vaya tirando, que tengo que parar cinco minutos porque no me encuentro bien. Espero a que arranque un grupo y me pongo a rueda. Según van pasando los kilómetros me voy encontrando mejor (creo que había bebido demasiado) y veo que la gente se va encontrando cada vez peor. El tremendo calor aprieta y ahoga, voy encontrando gente tirada como trapos, muchos lo están pasando muy mal. Compruebo con alegría cómo va cambiando el terreno, hay subidas y bajadas, incluso hay curvas!! A ver si gira el manillar… ah, pues sí, y la bici incluso frena. 200 kilómetros para encontrar una bajada y una curva, no está mal.
Veo a lo lejos el arco de meta, sobre un precioso cañón que nos da una maravillosa vista del desierto. Nada, ya estamos en meta. Aprieto un poco, paso a otros dos, y cruzo la línea de meta tras 5 horas y 45 minutos, no puedo dar un paso más… y me informan que el campamento está a tres kilómetros, por lo visto estamos en un lugar sagrado y no nos dejan acampar. En fin, hago de tripas corazón para pedalear tres duros kilómetros de toulé y arena. Prueba superada!! 33 en la etapa, 38 en la general.
Ya en el campamento pido hora para el masajista, porque las piernas me duelen mucho, muchísimo. Revisando la bici veo que el sillín se me había bajado, puede que tenga algo que ver.
Tengo el placer de comer con Roberto Heras, comemos juntos mientras me comenta que vivió varios años en Luanco. Se queja de una tendinitis en la muñeca que posteriormente le llevaría al abandono, una pena. Mientras comemos, vemos entrar a gente dando tumbos, incluso el médico sale a buscar a algún corredor. Creo que la unión de las etapas 1 y 2 ha hecho estragos, veremos si la etapa 3 deja a alguien con vida!!
Bien, hoy no sopla el viento, montar la tienda va a ser coser y cantar. Jeje, no es tan fácil como pensaba, menos mal que viene un Mongol al rescate, porque estoy a punto de mandar la tienda al cuerno y dormir al raso. En fin, mañana será otro día…
Día 10 de agosto, algún lugar de Mongolia. Nos encontramos a 50 km al norte de Mandalgobi, una de las ciudades que anuncian la entrada del temido desierto del Gobi. 6 de la mañana, diana oficial del campamento. Nos lanzamos a las 6:30 como hienas a por el desayuno, nos quedan 101km por delante. Bueno, no parece gran cosa, toma de contacto. A las 8:30 se da la salida oficial a la primera etapa de la primera edición del Mongolia Bike Challenge 2010. 10 metros más tarde ya hay un ciclista en el suelo sangrando por la boca, premio al más idiota. Quedan 1400 km por delante, hay que tomarlo con calma… en fin, esquivo la bici y tiro para adelante. Una dura subida de piedras para abrir boca y luego un terreno favorable hasta meta, nada, esto es pan comido.
Intento coger un grupo grande que me lleve pero la gente sale a mil por hora. El de la caída me adelante como un tiro, parece que encima es bueno y todo. En fin, yo a lo mío, poco a poco y sin calentar el motor que quedan muchos kilómetros por delante. Vamos pasando zonas de arena y toulé ondulé (o calamina, o uralita… terreno ondulado, vaya) hasta el avituallamiento en el kilómetro 50. Poco más de dos horas y con el escape frío. Esto va bien. Pasamos Mandalgobi, con 2 km de asfalto que se agradecen. Hecho de menos el cartel de GOBI de los tebeos de Mortadelo y Filemón, tal vez estaba en otra pista…
Me junto con un grupo de españoles que ya conozco de otras aventuras, mejor vamos todos juntos que se hará el camino más fácil. 10 kilómetros más adelante arranca un terrible viento en contra y la media se resiente… muchísimo. Vamos dando relevos pero ya no avanzamos. La pista tiene mal firme, el toulé ondulé y la arena frenan las bicis, y el viento hace el resto. En las zonas más favorables alcanzamos los 15km por hora, en las menos, no pasamos de 10. El paisaje es monótono, feo, la arena nos golpea con fuerza y se nos mete por todo el cuerpo. Nos quedamos sin agua y no quedan más avituallamientos, algunos lo empiezan a pasar mal. Uno de mis compañeros de fatigas dice que ya no ve por un ojo y por el otro ve poco. Al final decidimos romper el grupo, yo me voy para adelante con la chica, que tiene opciones en féminas, mientras que los demás se quedan atrás para guiar a nuestro biker medio ciego. La chica y yo tiramos con fuerza (la que nos queda) para intentar recortar diferencias con la primera fémina tras las paradas, tiramos a tope durante los últimos 15 kilómetros. Tras 6 horas y 6 minutos llegamos a la linea de meta de la etapa de toma de contacto. Yo ya no puedo ni hablar, 48 en la general y una paliza en el cuerpo que no podré resistir muchos días. Nuestro compañero llega 20 minutos más tarde casi ciego, y el rosario de gente que entra por detrás es para escribir un poema.
Después de comer algo y ducharme (con agua fría) gasto las pocas fuerzas que me quedaban en montar (con ayuda) la tienda de campaña, no veas lo difícil que es montar una tienda con este viento. Solo quiero cenar y dormir, por fortuna la noche es cálida. Como sean así todos los días… esto va a ser muy duro.
Siguiente etapa >
Toda historia tiene un principio, y éste fue el principio de mi afición por los viajes. Por unos y otros motivos no había tenido oportunidad de viajar hasta entonces, o al menos viajar como a mi me apetecía. Todas mis experiencias se reducían a sencillos viajes peninsulares y algunas aventuras como un viaje de estudios en Tenerife. Pero por fin había llegado el momento, iba a realizar mi primer viaje en bicicleta. Y el país elegido, Marruecos.
Desde el primer momento me sentí abrumado por la aventura. Tenía que empaquetar mi bicicleta y facturarla, algo nuevo para mi, y todos los aeropuertos que pisaba se me hacían lugares increíbles. Recuerdo perfectamente el aeropuerto de Casablanca. Todo me emocionaba, desde el control de pasaportes hasta la decoración de las salas de espera para el embarque al vuelo de Marrakech. Realmente es algo que añoro, con el tiempo uno se va acostumbrando y pierde la capacidad de impresionarse. Supongo que el primer viaje, igual que la primera novia, dejan huella.
En Marrakech nos juntamos con el resto de la expedición. Íbamos a madrugar mucho, había unas cuantas horas de todo terreno hasta alcanzar el inicio de la primera etapa. Además las lluvias de los días anteriores habían dejado la zona embarrada y había peligro de desprendimientos. Perfecto para iniciar el viaje.
El largo transfer en todo terreno hasta la salida se convirtió en eterno, y salimos realmente tarde. La etapa discurrió por un cañón, sobre una pista al lado de un río, que nos llevaría hasta un bonito pueblo en las montañas. Pero no había tiempo que perder, era realmente tarde y la noche estaba al caer. Yo no llevaba luces, así que no había más remedio que apretar e intentar llegar de día al final de la etapa. Y así lo hice, finalmente tres ciclistas llegamos antes de que la noche se cerrase por completo. Detrás, mucha gente llegó de noche y muy, muy cansada.
El pueblo donde pasamos la noche tenía un pequeño albergue. Y evidentemente no tenía ducha, sino que en su lugar, tenía un pequeño pero muy confortable hammam. He de reconocer que cuando llegué, lo que me apetecía realmente era una ducha. Pero la experiencia del hammam, la primera para mi, mereció la pena. Era un pequeño cuarto, con paredes de barro, iluminado con la tenue luz de una vela. Dentro, un barreño con agua muy caliente y un grifo de agua helada. Para mezclar a gusto del consumidor. Y como no, mucha humedad y mucho calor, casi como una sauna. Me equivocaba, me apetecía una ducha porque no conocía de la existencia de un baño tan relajante.
La noche fue fría, y no paró de llover ni un solo momento. Al día siguiente teníamos que cruzar un puerto de más de 2.000 metros de altura, y la climatología nos preocupaba. A la mañana siguiente, la cosa pintaba fea. El camino de ascenso estaba embarrado y, aunque no hacía mucho frío, era probable que en lo alto de la montaña la cosa se pusiese peor.
Comenzamos la subida por una pista embarrada, y era un tipo de barro arcilloso que no dejaba avanzar la bicicleta. Era tan pegajoso que ni empujando podíamos subir nuestras bicicletas, y la única opción era echarlas al hombro y caminar. Mucho, demasiado. La ascensión se hizo eterna.
Pero lo peor estaba por llegar. En lo alto de la montaña la temperatura se desplomó, el viento soplaba con fuerza, la lluvia se volvió nieve y el terreno seguía impracticable. La bicicleta dejó de ser un medio de transporte para convertirse en un estorbo, y mucha gente optó por abandonarla en la pista para poder avanzar más rápido y buscar un lugar donde cobijarse. Después de un buen rato de pelear con el barro, llegamos a una cabaña de unos pastores. No era una vivienda, sino una de esas cabañas donde guardan el ganado. Estaba llena de paja y parecía confortable, al menos los muros nos protegerían del viento. Los pastores nos invitaron a entrar, lo cual agradecimos enormemente. La paja nos sirvió de manta, para quitarnos el frío, y de toalla para sacarnos la humedad. Nos dieron la vida. Después de un buen rato, el tiempo cambió. El viento paró, el cielo se abrió y salió el sol. La calma tras la tempestad.
Ya se había hecho muy tarde y llegar al destino planeado se hacía imposible, por lo que decidimos buscar un lugar alternativo para pasar la noche. Y como suele pasar en estas ocasiones, las situaciones improvisadas son las más interesantes. Para mi era la primera vez en un país árabe, e iba a experimentar por primera vez su hospitalidad. Mientras bajábamos de la montaña, nuevamente empujando la bici entre el barro, desde una cabaña nos invitaron a pasar. No nos lo pensamos y entramos. Era una pequeña cabaña, con dos estancias y una estufa. La mujer nos preparó un té de hierbabuena, con mucho azúcar. Suponemos que era un azúcar sin tratar, menos dulce que el que consumimos habitualmente, porque no estaba tan dulce como cabría esperar tras ver cómo echaba dos enormes piedras en el té. Eran un matrimonio de campesinos, con un hijo, y poco que ofrecer. Pero nos lo ofrecieron todo. Ese té caliente al lado de la chimenea fue un lujo tras un día tan duro. Esa familia me enseñó muchas cosas y, lo más importante, me quitó prejuicios. Ese día dejé de comportarme como un ciclista y comencé a comportarme como un viajero. O al menos eso quiero creer.
Seguimos descendiendo la montaña y llegamos a un pueblo más grande, muy bonito, y encontramos un sitio para dormir. Aunque el día amaneció soleado, la crecida del río no recomendaba pedalear, así que buscamos un medio de transporte alternativo. La suerte estaba de nuestro lado y el camión del pueblo estaba disponible. Pues nada, al camión.
Avanzamos en camión unos kilómetros, hasta que salimos del cauce del río. Cuando la cosa mejoró volvimos a subirnos a la bici, y tuvimos finalmente una bonita etapa. Un poco larga, ya que hubo que hacer lo que nos quedaba de la etapa del día anterior sumado a la etapa de hoy. A última hora llegamos a Imilchil, un pueblo con un bonito lago, un hotel y un hammam. ¿Qué más se puede pedir? El hotel era confortable aunque muy frío y las habitaciones estaban bien surtidas de mantas, aunque había que echarle narices para quitarse la ropa y meterse en la cama.
El día volvió a amanecer frío. No contaba con este clima en Marruecos. Además teníamos que cruzar el atlas, por un puerto que según nos decían estaba bastante nevado, y no nos mentían. La subida fue tremenda, muy larga y con mucha nieve. Por fortuna las rodadas de los todoterreno que habían pasado antes nos permitieron atravesar el puerto sin problemas.
Este día llegábamos a la garganta del Todra, y tenía muchas ganas de atravesarla en bicicleta. Por desgracia, una avería me obligó a ir en el camión escoba, y pasé por esa zona ya bien entrada la noche. Habrá que volver otra vez para verlo con más calma.
Esa noche dormimos en un pueblo sin ningún interés, se nota que estábamos en una zona turística. Pero aún quedaban dos bonitas etapas, ahora por zonas más desérticas. Al día siguiente nos adentramos en pistas rocosas, camino de Zagora, acercándonos al desierto por un paisaje era cada vez más bonito. El viento soplaba con con fuerza y la etapa se hizo dura, atravesamos varios pueblos hasta Nkob, lugar donde hicimos noche en una bonitas y confortables jaimas. Ya solo quedaba una etapa, estábamos muy cerca del final y de alcanzar, por fin, el bonito desierto del Sáhara.
La última etapa se hizo pesada. Un fuerte viento en contra nos acompañó durante toda la etapa por las duras pistas pedregosas. El paisaje era cada vez más árido y rocoso. Poco a poco nos fuimos acercando a Zagora, la puerta del Sáhara, las dunas y la arena nos esperaban aunque solo fuese de manera testimonial para darnos la bienvenida. Mi primer desierto ya era historia. El viaje había merecido la pena. Algo había cambiado en mi interior, había perdido prejuicios y ganado sabiduría. Había encontrado mi camino.
Bélgica
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Georgia
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Eslovenia
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Tanzania
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Ruta de la Plata
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Camino de Santiago
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Namibia
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Etiopía Wild Bike
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Jordania Madaba a Áqaba
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Mongolia Bike Challenge
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