Día 17 de agosto, etapa 7. La etapa reina de la carrera.
Hoy amanecemos antes de lo normal y adelantamos la salida a las 7 de la mañana para afrontar la etapa reina. La ocasión lo merece. Los 132km con 2620m de desnivel acumulado y 3 premios de montaña, después de la paliza del día anterior, pueden hacer estragos. Y mañana otro día largo… bueno, no pensemos en ello.
El día amanece frío, muy frío. Desayunamos a las 5 de la mañana, nos vestimos de largo y nos metemos en la carpa hasta el último momento, hace demasiado frío para estar a la intemperie. ¡Un minuto para la salida! Salimos de la carpa y nos ponemos bajo el arco de salida en el último momento, caray qué frío…
7 de la mañana, empieza el espectáculo. Tras una pequeña subida nos tiramos hacia abajo por una pista ancha y empinada. La primera parte parece rápida, bien.
La pista va cambiando a una zona de sube y baja con piedra. Me junto con Dani, un austriaco y un australiano y nos vamos relevando mientras avanzamos cada vez más despacio. Según nos vamos acercando a zonas más húmedas, junto al cauce de un río, van apareciendo zonas de arena muy complicadas de pasar, algunas tan blandas que no dejaban más opción que poner pie a tierra. En el kilómetro 40 llegamos al primer avituallamiento, en el cual aprovecho para ir quitando la ropa de invierno que ya me sobra. De aquí en adelante, cada uno a su ritmo. Llegamos al primer premio de montaña, muy duro. En Mongolia aún no se han inventado las «zetas» para subir a los puertos, así que subimos de frente, «a pincho». Y las bajadas igual, claro. Las velocidades son vértigo y, aunque no tienen ninguna complicación, sí que son bastante peligrosas debido a las altas velocidades que se pueden alcanzar. Poco después subimos el segundo puerto, muy duro también y con una bajada muy pedregosa. El paisaje ha cambiado completamente, es fantástico. Por fin vemos árboles, llevábamos mucho tiempo sin ver uno.
Kilómetro 100, segundo avituallamiento. El simpático masajista italiano que nos acompaña me llena el Camelback de agua y me da ánimos para apretar, llevo dos ciclistas cerca. Le agradezco el gesto, aunque me da igual quién venga por delante y por detrás, lo único que me importa es llegar a la meta sin gastar todas las fuerzas, aún quedan otras tres etapas.
A partir de aquí entramos en zonas de hierba que se pegan bastante y nos dedicamos, fundamentalmente, a vadear ríos. Creo que sobra decir que el agua está helada…
En el kilómetro 120, justo antes del último puerto, tenemos el último avituallamiento, solo líquido, en el que no pensaba parar. Pero al llegar me encuentro a Massimo con un bote de Coca Cola y cambio de opinión. Pego un trago y arranco a por el último puerto. De la cima a meta, todo para abajo. La subida es muy dura y pedregosa, así que echo pie a tierra y me lío a caminar. Poco antes de la cima la pendiente afloja y me subo a la bici. 5 a meta, la bajada es rapidísima (nuevamente) y en un momento llegamos a la meta. Justo delante del arco nos encontramos el último río, para entrar con las zapatillas mojadas. Vaya por dios…
La sensación al cruzar la línea de meta es sensacional. Tras 7 horas y 50 minutos finalizo la etapa reina y me siento más cerca del sueño de finalizar esta dura prueba. 26 en la etapa y 28 en la general.
El rosario de gente que viene por detrás es todo un poema, muchos se acercan peligrosamente al límite de las 12 horas máximas para finalizar la etapa. La temperatura desciende bruscamente y algunos llegan bastante mal, el número de abandonos es elevado… es el precio que hay que pagar para finalizar el Mongolia Bike Challenge.