Ya estamos de vuelta en Windhoek, la capital de Namibia. Tras la grata experiencia del kayak con las focas, un autobús nos llevó durante varias horas desde la fresca y agradable costa hasta el caluroso interior. Cuando llegamos a Windhoek, hace ya diez días, no habíamos padecido tanto calor. Y estamos en el invierno austral, no me quiero imaginar los veranos en esta parte del mundo.
Vamos a aprovechar uno de los días que nos quedan antes de volver a España para visitar la reserva natural de Daan Viljoen. Se encuentra a pocos kilómetros de Windoek y por ello es muy utilizado por los habitantes de esta ciudad para pasar el día y relajarse viendo animales. Tiene buenos accesos por carretera y un buen restaurante con una bonita piscina para los días de calor, más habituales de lo que pensábamos.
Salimos de Windhoek por la mañana temprano, sin alforjas, lo cual agradecemos. Salir rodando de la capital nos permite ver cómo vive la gente más humilde de Windhoek. Atravesamos varios barrios residenciales corrientes hasta llegar a las verdaderas afueras, donde empezamos a ver auténtica pobreza. No esa pobreza que todos tenemos en la mente cuando pensamos en África, pero pobreza al fin y al cabo. Cientos de chabolas de chapa se extienden por las pequeñas colinas que rodean la capital, brillando relucientes bajo los rayos del intenso sol del día de hoy. Y como podéis imaginar, en esta zona no vemos ningún blanco. En Windhoek puedes ver blancos y negros con buena calidad de vida, pero claro, no verás a ningún blanco en una chabola. Aquí los blancos viven entre bien y muy bien.
No tardamos mucho en llegar a Daan Viljoen. La chica que controla la barrera de entrada nos cobra una pequeña cantidad por pasar (las bicis no pagan) y se entretiene charlando en castellano con nosotros. Lo habla bastante bien. Continuamos por la carretera y llegamos al centro de Daan Viljoen, donde se encuentran el camping, restaurante y un bonito lodge. Nos damos un desayuno de lujo y comenzamos un pequeño trekking que recorre la parte interior de Daan Viljoen. Aunque nosotros, claro, la haremos en bici.
El trekking resulta divertidísimo para hacer en bici, disfrutamos con las continuas subidas y bajadas y apenas nos tenemos que bajar de la bicicleta en las zonas más técnicas. Somos todo ojos, tratamos de ver algún animal. Buscamos sin descanso a las esquivas jirafas, las cuales se han escondido de nosotros durante todo el viaje.
Después de recorrer la parte alta, bajamos a lo que parece ser el cauce seco de un río. El rodar se hace complicado pero el hecho de no llevar alforjas nos permite disfrutar del terreno.
Mucho calor, demasiado, hace que los animales busquen las zonas más frescas, las cuales están alejadas de los turistas. Por más que buscamos, no tenemos la suerte de ver a ninguna. Esto es lo más cerca que hemos estado de una jirafa en este viaje.
El terreno es muy abrasivo y está lleno de pequeños pinchos, lo cual nos hace tener especial cuidado. La roca agarra más que el asfalto, por lo que subimos por casi cualquier pendiente. Solo las fuerzas (la ausencia de ellas) nos obligan a bajarnos de la bici. Y los pinchazos… los vamos salvando por los pelos.
Acabado el trekking, volvemos al restaurante donde comenzamos para relajarnos un poco antes de volver a Windhoek. Solo nos queda empaquetar las bicis, subirlas al avión y volver a casa. La peor parte del viaje, sin duda. La vuelta se hace dura, han sido muchos días de aventura, incertidumbre, de dormir en tienda de campaña, de compañerismo y de apoyo mutuo cuando las cosas se torcían. Ahora hay que volver a la realidad. Toca separarnos, aunque mucha gente que nos quiere nos está esperando y tenemos muchas ganas de verlos. Hay que escribir la crónica y seguir soñando. El futuro será duro, pero, ¿quién sabe si volveremos a vivir una aventura similar… o mejor? Lo que queda claro es que he tenido la mejor de las compañías, sin la que esto no habría sido posible. ¡¡Gracias Nines!!
< Etapa anteriorÚltimo día, última etapa. Tan solo quedan 35 kilómetros por recorrer entre Swakopmund y Walvis Bay, sencillos y llanos, siguiendo rumbo sur por la costa por un terreno similar al de ayer. Podría darnos pena, y nos dará, pero el cansancio acumulado y el clima desapacible nos hacen tener muchas ganas de llegar a destino y descansar de la bici por unos días. Salimos abrigados, la bruma nos envuelve y la humedad cala. El asfalto es bueno y rápidamente dejamos Swakopmund atrás.
El paisaje es muy similar al de ayer. Arena a nuestra izquierda, el océano a nuestra derecha y asfalto al frente. Y mucho, demasiado tráfico, que nos obliga a transitar por el arcén. Y es una pena, porque la ruta es bonita, pero queda claro que no están acostumbrados a encontrarse con ciclistas. Solo los coches de turistas se separan de nosotros al adelantarnos. El resto nos pasa muy cerca, hasta que finalmente un camión casi nos tira y decidimos que era mejor transitar por el arcén, no asfaltado y muy bacheado, pero más seguro que la carretera.
En poco tiempo llegamos a las afueras de Walvis Bay. Hay arena hasta donde alcanza la vista, hemos llegado a las puertas del desierto.
Cruzamos Walvis Bay de norte a sur, hasta llegar al camping en el que pasaremos un par de días, ya que aprovecharemos la mañana siguiente para hacer kayak entre las focas. Rápidamente nos deshacemos de la ropa húmeda y nos abrigamos un poco. Nuevamente, aunque la temperatura no es muy baja, la humedad hace que el día no sea apacible. Aprovechamos la tarde para dar un paseo por la bahía y darnos cuenta de que Walvis Bay parece un pueblo fantasma. Tan solo los flamencos (que se cuentan por millares) y algunos pelícanos salen a nuestro paso.
Por cierto, no imaginaba tan grandes a los pelícanos. Tuvimos la suerte de que se nos acercasen tres, sobrevolando nuestras cabezas , y pudimos comprobar su gran envergadura.
Fue un día tranquilo y entretenido. No obstante nos vamos temprano para la tienda, mañana toca madrugar para acercarnos a ver a las focas a la bahía. En su parte más alejada, una pequeña península llamada Pelican Point, hay unas 10.000.
A la mañana siguiente pasan a buscarnos por el camping. Hoy sin bici, nos damos el gusto de movernos en todoterreno por la bahía. Atravesamos las refinerías salinas, uno de los grandes negocios de Walvis Bay junto con la pesca. Avanzamos por la arena viendo cientos de flamencos y, a lo lejos, algún chacal. Llegamos hasta lo que en su día fue un faro, construido para exportar a Japón pero que, tras diversos problemas económicos, se quedó en la bahía. Hoy día es un lodge de lujo, el Pelican Point Lodge, muy bonito y muy, muy caro. Y no es de extrañar, ya que desde él puedes disfrutar de la mejores vistas de la zona. No obstante, nosotros nos conformamos con verlo desde la arena.
Y hemos llegado. Es increíble, hay focas por todas partes. Unas 10.000 focas viven en esta bahía, con la tranquilidad de que nadie se mete con ellas y tan solo los turistas vienen a visitarlas de vez en cuando. Y la verdad, parecen encantadas.
Nos vestimos de capitán Pescanova y nos subimos a la piragua. Focas, pelícanos y hasta delfines, tan rápidos y escurridizos que no se dejaron fotografiar ni grabar. Le saqué buen partido a la GoPro.
Diría que las focas se lo pasaron mejor que nosotros si no fuese porque nosotros nos lo pasamos muy, muy bien. Fue una de esas experiencias que dibuja una sonrisa en tu cara cada vez que las recuerdas.
Mañana volvemos a a Windhoek, la capital, en autobús. Y si todo va bien, haremos otro día más de bici.
Hoy nos toca etapa llana y con buen firme. Vamos a recorrer la costa desde Henties Bay hasta Swakopmund, poco más de 70 kilómetros fáciles que vamos a agradecer después del día de ayer. El clima cambió totalmente, amaneció mucho más frío que días atrás y sobre todo mucho más húmedo, tanto es así que salimos con el chubasquero. Como en el camping no había cafetería, arrancamos la ruta sin desayunar con la esperanza de encontrar un buen sitio para hacerlo. Y así fue, nada más salir nos encontramos con una bonita cafetería donde pudimos tomar un gran desayuno, uno de los mejores del viaje. Nuevamente Henties Bay nos sorprendía gratamente.
Ya con el estómago lleno nos lanzamos a la pista. Totalmente llana y con buen firme, nos permitió rodar a buen ritmo mientras contemplamos la bonita costa Namibia. El mar no estaba muy movido y aparentaba estar muy frío, por lo que ni se nos pasó por la cabeza meter un pié en el agua.
La pista nos conduce lentamente hacia el sur de Namibia. El cambio de paisaje ha sido radical, ahora pedaleamos con el océano a nuestra derecha y el desierto a nuestra izquierda.
Y no solo ha sido un brusco cambio de paisaje. El clima no tiene nada que ver, la temperatura ha bajado hasta unos frescos 17 grados con mucha humedad. Pedalear con este clima y sin viento ha sido tan confortable que casi sin darnos cuenta llegamos a las afueras de Swakopmund. Tardamos un rato en atravesar los barrios residenciales de esta ciudad hasta llegar al centro y, una vez allí y por primera vez en este viaje, se nos apetece algo caliente. Hay tanta humedad que nos ha calado hasta los huesos y, aunque no se puede decir que haga frío, lo que más nos apetece en estos momentos es meter algo caliente para el cuerpo.
Tras un paseo por la costa entramos en el centro de la ciudad y encontramos un lugar donde tomar algo.
Nada más entrar en la ciudad nos damos cuenta de que realmente es una ciudad alemana en la costa africana. Con sus 35.000 habitantes, esta pequeña ciudad es un pedazo de Alemania en el desierto. Ni sus establecimientos ni sus habitantes nos recuerdan que estemos en África. Vamos, no creo que tengamos problemas si nos apetece cenar chucrut.
Como hemos llegado temprano, montamos la tienda en el que debe ser el camping más cómodo de todo el planeta y nos damos una vuelta por la ciudad. Esa puerta que veis frente a nuestra tienda es nuestro baño privado, al lado de nuestro tendal privado, fregadero, barbacoa… No sabíamos que existiesen sitios así, ¡y nos encantan!
Nada más salir del camping nos encontramos con el pequeño acuario de Swakopmund que bien merece una visita. Y sí, Swakopmund es bonito, pero… no es esto lo que buscamos en África. Aunque no se pueda negar que sea toda una curiosidad.
Una vuelta por la ciudad y poco más, mañana llegaremos a Walvis Bay, el final del camino. Solo 40 kilómetros de bici y habremos llegado al destino.
El día amaneció apacible, soleado y sin viento, lo cual nos animó bastante teniendo en cuenta la etapa que nos esperaba, 120 kilómetros rectos y llanos hasta la costa. Sin tiempo que perder nos lanzamos por la pista rumbo a Henties Bay, con la esperanza de avanzar alegremente sin que el recorrido se hiciese muy pesado. Poco a poco avanzamos y vamos haciendo kilómetros, el firme es bueno en su mayor parte y los pequeños tramos de toulè ondulè y arena no molestan demasiado. Pero poco a poco se va levantando viento y avanzamos cada vez más despacio. El paisaje va cambiando, la poca vegetación que tenemos a nuestro alrededor va siendo engullida por la arena. Cruzamos la señal que nos indica la entrada al parque nacional de Dorob. Su nombre, que significa tierra seca en la lengua local, no nos deja mucha duda sobre cómo será el paisaje que nos espera. Este parque, de 1.600 kilómetros de longitud, se extiende por toda la parte central de la costa de Namibia. Aunque el paisaje y la pista cambian poco, a partir de este punto avanzamos cada vez más despacio. El viento nos frena en seco, y el monótono terreno no ayuda en absoluto.
La monotonía del viaje tan solo es rota por algún coche que nos adelanta de cuando en cuando. Uno de ellos se detiene a nuestro lado, resulta ser el dueño del camping donde pasamos la noche. Nos da unos ánimos que realmente necesitamos, ya que los nuestros están por los suelos. Cuanto más avanzamos, más pesado se hace todo. El viento sopla cada vez con más fuerza y las alforjas parecen pesar más y más. Mis esperanzas de avanzar por una pista descendente con el océano al fondo no se han cumplido, el horizonte es tan solo una linea de arena. Los últimos kilómetros son un suplicio, la ligera pendiente favorable apenas se nota y talmente parece que estemos escalando una montaña. Pero nuestra cabezonería hace efecto y terminamos con la dichosa pista, más de 100 kilómetros en línea recta nos han llevado de Uis a la carretera de la costa, que une Cape Cross con Hentties Bay.
Giramos a la izquierda rumbo a Henties Bay por una carretera en mucho mejor estado que la tortuosa pista anterior. Las ruedas no se hunden y las bicis corren.
En tan solo siete kilómetros llegamos al camping. Realmente ha sido uno de nuestros peores días sobre una bicicleta, y por fin ha terminado. No ha tenido nada interesante, salvo el saber hasta dónde puede aguantar nuestra cabeza, con más de siete horas pedaleando contra el viento sin más aliciente que llegar al destino.
Un cómodo camping y una grandiosa cena en el Fishy Corner nos reponen del esfuerzo. Aquí pruebo por primera (y última) vez un pescado muy común en las costas de Namibia y Sur África llamado kabeljou. Resultó ser un pescado blanco muy sabroso, aunque con el hambre que tenemos es fácil contentarnos.
Para mañana tenemos 70 kilómetros por la costa, aparentemente sencillos. Diferente paisaje, diferente clima y diferentes ciudades. Llegaremos a Swakopmund, una ciudad típicamente alemana en la costa africana.
< Etapa anterior Etapa siguiente >Tras la paliza de ayer, hoy nos levantamos con más bien pocas ganas de juerga. Por fortuna tenemos un día sencillo, al menos sobre el papel, sabemos que las etapas vistas sobre el mapa son una cosa y a los pedales, otra distinta. Los primeros 8 kilómetros son difíciles, sobre una pista parecida a la de ayer, pero tras ellos vendrán otros más sencillos. Pero antes de pedalear toca alimentarse, así que nos vamos al lodge a disfrutar de un buen desayuno. Y ahí nos encontramos a Carlos, una pequeña suricata que se ha convertido la mascota del lodge por méritos propios. Tras intentar robarme (sin éxito) el agua del camelbak, tuvo el amable gesto de posar para una foto.
Hacemos los primeros kilómetros con calma. La ruta es una pista de arena, con lo que nos tenemos que parar a empujar a cada poco, algo a los que nos estamos acostumbrando desde ayer. No obstante, el paisaje es maravilloso y merece la pena empujar la bici con todo el equipaje si eso nos permite descubrir este bonito lugar.
No tardamos mucho en llegar al punto de partida del trekking que nos va a llevar hasta la White Lady, la pintura rupestre más importante de Namibia. Al llegar allí nos encontramos un trekking mucho más organizado de lo que pensábamos. Tras pagar la entrada, un guía nos viene a recoger y nos junta con el resto del grupo, todos alemanes. No se si lo había mencionado, pero el turismo alemán en Namibia destaca sobre cualquier otro. Los años de ocupación alemana se notan, hay muchos viviendo en Namibia y muchos otros de turismo. Ciertamente, no se si hay más alemanes en las costas españolas o en Namibia. Tras juntarnos al resto del grupo, avanzamos sobre lo que parece ser el lecho seco de un río.
Mientras avanzamos, nuestro guía nos va mostrando los árboles y plantas más habituales de la zona. Las acacias, muy preciadas por los elefantes, el tamarix, un árbol casi mágico del que obtiene prácticamente de todo, como por ejemplo una bebida parecida al café, zumos… vamos, casi cualquier cosa.
Finalmente llegamos al punto en cuestión. Nos explica cómo un aventurero alemán las localizó, estas y otras pinturas sobre la roca, en las inmediaciones del monte Brandberg. Unas 600 pinturas rupestres han sido descubiertas en la zona, lo cual es sorprendente no tanto por su cantidad sino por el hecho de que se conserven en buen estado. La más importante de todas es la White Lady, con 2.000 años de antigüedad. Descubierta por el explorador y topógrafo alemán Reinhard Maak, representa a una mujer con las piernas y brazos de color blanco en una escena de caza. Yo no tengo tan claro que sea una mujer o un hombre… juzgad vosotros.
Tras contemplar las pinturas, volvemos sobre nuestros pasos de vuelta al punto de partida. Aprovechamos para fijarnos en ciertos detalles que se nos habían escapado anteriormente, e incluso tenemos la suerte de poder fotografiar a este gecko.
Volvemos a por las bicis y nos lanzamos nuevamente a la pista, sabiendo que en unos 30 kilómetros estaremos en el camping. Lo que no esperábamos es que se hiciesen tan duros. Los pocos kilómetros que nos quedan se hacen interminables, primero por el desnivel y el mal estado de la pista y después por el fuerte, fortísimo viento. Avanzamos muy despacio, deteniéndonos únicamente unos minutos para ver a unos himba que venden artesanías. Himba es el nombre de la etnia de los nativos de Kunene, un pueblo semi-nómada originario de Namibia que conserva su estilo de vida pese al paso de los siglos. Pero concretamente estos, en lugar de dedicarse a la agricultura o ganadería, esperan a que algún turista les compre algo y les haga algún obsequio en forma de comida o ropa. Aunque reconozco su dura vida, la artificialidad con la que se presentan y el descaro con el que te piden cosas me resulta violento. No ha sido la experiencia que esperaba, aunque bien es cierto que no puedes esperar colarte en la vida de otras personas como si un de un parque temático se tratase. Compramos, no obstante, unas pulseras para el recuerdo.
Con dos nuevas pulseras seguimos el tortuoso camino que nos lleva al destino, Uis, un pueblo con unas grandes minas a cielo abierto que le aportan prosperidad y ningún interés turístico.
El camping está muy cuidado, y su amable y tranquilo dueño nos regala 5 litros de agua para el viaje, lo cual agradecemos mucho dado que hemos caído en la cuenta de que es domingo y todo está cerrado. Es curiosa esa sensación de no saber en qué día vives. Lo que sí tenemos claro es que debemos descansar.
Para mañana nos sentimos intranquilos, 120 kilómetros de pista nos separan de la costa de Henties Bay. Si la pista es buena, la etapa no será muy complicada. Estamos a 850 metros de altura mientras que Henties Bay es un pueblo pesquero, con lo que toda la ruta tendrá una ligera pendiente descendente. Pero, ¿y si la pista está mal? ¿Y si hay mucho viento? Mañana lo veremos.
Finalmente el susto que nos dieron con el reguetón se quedó en una anécdota y tuvimos una noche tranquila lo que, unido a la paliza de bici que nos habíamos dado, nos hizo dormir de lo lindo. Aún así nos levantamos temprano, hoy nos esperaba un día duro y había que salir lo antes posible. A las siete de la mañana salimos hacia el monte Brandberg. En este monte (más bien un macizo) se encuentra el punto más alto de Namibia, el Königstein, de 2573 metros. También se pueden encontrar multitud de pinturas rupestres. Vamos a tener la suerte de visitar una de ellas, tal vez la más famosa, la llamada White Lady.
La de hoy será nuestra primera etapa fuera del asfalto, con casi 100 kilómetros de pista de grava y arena para llegar a uno de los lugares más bonitos del viaje, tanto por el espectacular paisaje como por su fauna, encabezada por el gran elefante africano. La primera parte de la etapa nos alberga esperanzas, la pista es buena y avanzamos a buen ritmo. Poco a poco los kilómetros van saliendo y parece que llegaremos a destino a una hora prudencial. Tal vez nos hayamos cargado de agua en exceso.
El paisaje se va haciendo cada vez más árido, la arena se come la vegetación y cada vez que damos una curva nos parece ver un animal… pero nada, no hay rastros de vida. La soledad nos acompaña a lo largo de ésta pista en la que, de vez en cuando, algún coche rompe el suave ruido de nuestras ruedas sobre el terreno recordándonos que no estamos solos en éste país .
Aunque, a decir verdad, algún rastro de vida sí que hay. aunque su visión nos desconcierta bastante. ¿Quién ha puesto ésto aquí? ¿Y con qué fin?
Casi sin darnos cuenta van pasando las horas y empezamos a ver algo en el horizonte. El monte Brandberg se empieza a insinuar y nos hace mucha ilusión, vemos el destino a lo lejos y nos vamos acercando a él. Lo se, parece una tontería, pero tras varios días de horizonte despejado, ésta visión se nos antoja majestuosa.
Avanzamos con alegría hasta el kilómetro 60, a 40 del final. Ahí abandonamos la pista principal, con destino Uis, para tomar la pista que nos llevará a nuestro destino en el monte Brandberg. Nada más desviarnos vemos que la cosa cambia, y mucho. La pista se convierte en un auténtico camino, aunque de momento parece que está en buen estado. Eso sí, nada de tráfico y nada de vida. Soledad total y absoluta. ¡¡Empieza la aventura!!
Rodamos solos, completamente solos, durante horas. Esa soledad horada y ablanda la pista (y nuestros ánimos), convirtiéndola en un toulè ondulè o en una playa, alternativamente. El toulè ondulè es lo peor. La sensación es la misma (me imagino) que rodar sobre una uralita. A veces las estrías están más juntas, otras veces más separadas, pero siempre consiguen el mismo efecto de botes continuos. Y sí, con alforjas es mucho peor.
Por fortuna la gravedad juega a nuestro favor, la pista es ligeramente descendente y podemos avanzar. Aún así, todo se va haciendo cada vez más pesado y nosotros nos vamos cansando más y más… y lo peor está por llegar. A 20 kilómetros del destino cogemos un el desvío que nos ha de llevar a directos al lodge, pero resulta ser una pista de arena que se va ablandando poco a poco hasta que nos obliga a echar pie a tierra.
Con las alforjas cargadas no podemos hacer más que empujar la bici mientras que la pista, lejos de mejorar, sigue empeorando, y no sabemos cuándo mejorará ni si lo va a hacer en algún momento. Decidimos que es imposible seguir y tiramos de mapa para buscar una alternativa a esta pista de arena. Aquí es donde más hemos de agradecer lo bien que han funcionado tanto el GPS como los mapas digitales de Tracks4Africa que compramos para la ocasión. Por fortuna, encontramos dicha alternativa y, aunque dista mucho de ser una autopista, es ciclable. Esta nueva alternativa tiene tan solo un par de kilómetros más.
Poco a poco vamos avanzando. Arena, toulè ondulè, más arena… ¿y qué es ese olor? A 5 kilómetros de destino pasamos por el cauce del río Ugab, total y absolutamente seco. Y nuevamente ese olor…
Cansados, absolutamente destrozados, llegamos al lodge. Nos registramos, bebemos algo y vamos a montar la tienda cuanto antes para poder descansar. Nada más salir de recepción nos encontramos de bruces con un gran elefante. Tal vez no era tan grande, no lo se, pero desde luego nos pareció enorme. Y solo hay algo mejor que ver un animal como este, y es verlo en libertad. Grande, enorme, impasible. Majestuoso. Delante de nosotros, comiendo las plantas que dan la bienvenida al lodge como si fuesen suyas. Aunque, pensándolo bien, suyas son. Nosotros somos los visitantes, los extranjeros que hemos llegado a molestarles. Intentaremos molestarles lo menos posible, no se vayan a cabrear… Bien, hemos descubierto qué era ese olor. Y ya lo siento, pero al elefante no le gustamos y nos fuimos de allí sin sacar fotos.
Sinceramente, es una de esas cosas que hace que un viaje merezca la pena. El camping es precioso, tal vez el mejor lugar al que he llegado en bicicleta en toda mi vida. Nuevamente un lujo en medio de la nada. ¿Quién nos iba a decir que íbamos a acampar en tierra de elefantes?
Nada más montar la tienda, una mujer que venía acompañando a un grupo de turistas alemanes se acercó hasta nosotros al grito de No way! preguntándonos si habíamos llegado hasta aquí en bicicleta y explicándonos posteriormente que era la primera vez en su vida que veía unos ciclistas en esta zona. No podemos ocultar cierto orgullo y empezamos a pensar que hemos logrado una pequeña hazaña.
Por otro lado, ¿qué me decís de este sencillo y efectivo método para calentar el agua?
Por cierto, los baños no tenían techo. Otro punto exótico a añadir a tan magnífico lugar. Aprovechamos el anochecer para sacar unas cuantas fotos del camping antes de pegarnos la gran cena para recuperar la energía gastada.
Quiero uno de estos…
Justo antes de la cena, desde dentro del restaurante, pudimos observar nuevamente a los elefantes pasearse por el bonito jardín del lodge (perdón, por su bonito jardín) picando algo antes de ir a dormir. Nuevamente, no podíamos estar en un lugar mejor. Aunque no puedo evitar pensar en la poca protección que nos proporciona nuestra tienda ante un elefante. Mejor le dejamos comer a gusto.
¡Vaya día tan intenso! Toca descansar un poco, han sido muchos kilómetros y emociones para un solo día. Para mañana tenemos un pequeño trekking y tan solo 45 kilómetros de bici, un día tranquilo para descansar un poco antes de acercarnos a la costa.
Un desayuno de campeonato para empezar el día nos despide del lodge Sophienhof, un apacible lugar al que nos gustaría volver algún día. Cómodo y tranquilo… pero no es lo que toca en este viaje, hemos venido a montar en bicicleta y justamente eso es lo que vamos a hacer. 123 kilómetros de carretera nos separan de nuestro destino en Khorixas.
Nos lanzamos a la carretera con muchas ganas y mucha fuerza, avanzamos deprisa rodando en paralelo y charlando, disfrutando del viaje y de la carretera. Por fortuna, ésta carretera está mucho menos transitada que la de ayer y eso nos permite disfrutar de la bicicleta. Los kilómetros pasan deprisa y el paisaje va cambiando, se va desertificando y poco a poco va desapareciendo la vegetación.
La etapa de hoy nos adentrará en el batustán de Damaraland. Situado en el noroeste del país, con una extensión de casi 48.000 km2, es la patria actual de la etnia damara. Hemos leído que el idioma más hablado de la zona, además del inglés, es el nama. He intentado aprender las palabras básicas que vienen en mi guía, pero creo que la fonética es algo más que complicada. Tengo ganas de oír a alguien hablando nama para ver si es tan complicado como parece.
Pero, además de los damara, también es el territorio habitual del elefante africano. ¿Tendremos la «suerte» de encontrarnos con alguno?
Aunque avanzamos deprisa, los kilómetros se notan, la temperatura y sequedad del ambiente nos deja sin saliva y los litros de agua desaparecen. Las distancias entre pueblos son enormes y entre un pueblo y otro no hay nada más que desierto. Creo que hemos sido demasiado confiados, tendremos que dosificar.
Aunque rodamos rápido, muy rápido, con una media por encima de los 27 km/h, tanto tiempo sentados, sin cambiar de postura, nos va pasando factura ahí donde la espalda pierde su nombre. Por desgracia no hay ningún lugar interesante en el que hacer una parada y tenemos que conformarnos con unas sencillas áreas de descanso que, al menos, tienen una sombra en la que descansar del sol de todo el día. Eso sí, nada de comprar agua o cualquier cosa para comer.
La etapa termina por hacérsenos larga, llegamos tocados y temiendo por la etapa de mañana. 98 kilómetros hasta el White Lady lodge, en el monte Brandberg, 80 de ellos por pista en vete a saber tú qué condiciones. Pero hoy, de momento, buen asfalto.
Por fin llegamos a Khorixas, capital administrativa de Damaraland. Con solamente 11.000 habitantes, es un lugar sin ningún tipo de interés turístico pero con un interés diferente: podemos ver cómo es la vida real en Namibia, lejos de las comodidades del hombre blanco (generalmente de ascendencia alemana) que vive a todo tren en una África, digamos, diferente. Pero Khorixas no, esto sí es África.
No obstante, el camping en el que nos vamos a alojar es bonito y cómodo, y nuevamente tenemos césped donde plantar la tienda. Un lujo en esta zona del planeta. Nos vamos a la ducha y el agua nos purifica, se lleva el polvo y las inseguridades surgidas en la etapa de hoy de cara a nuestra siguiente etapa ya por terreno mucho más salvaje. Nos damos un pequeño lujo, una Savanna Dry Premium Cider, una sidra tipo inglesa hecha en sudáfrica que está realmente buena, mientras vemos algún que otro animalito.
Preparamos la etapa tras una visita al supermercado (¡agua, mucha agua!), ya nos sentimos confiados. Va a ser una gran etapa, lo sabemos. Eso sí, necesitamos dormir… y la fiesta no cesa a nuestro alrededor. Hasta aquí a llegado el regetón, ¡noooooo!
Seis de la mañana, suena el despertador. Si vas con tienda de campaña hay que ir con el sol, y no nos podemos despistar porque en el invierno austral anochece temprano. El día amaneció frío. Tras el proceso de desmontaje de la tienda, más lento de lo habitual debido a la inexperiencia del primer día, nos preparamos un desayuno para quitar el hambre. Hemos buscado alcohol de quemar desde que llegamos, pero hasta ahora nos ha sido imposible localizarlo, lo que nos obliga a conformarnos con un desayuno frío. Afortunadamente, mientras desayunábamos se acercó una persona que se interesó por nuestras bicis y nos indicó la ubicación de una tienda con artículos de camping. Nuestros ánimos suben y estamos convencidos de que la búsqueda de alcohol de quemar se va a terminar. Nos montamos en las bicis, vamos a la tienda y… por abreviar, el alcohol de quemar no existe en Namibia. Con nuestro gozo en un pozo y nuestro estómago frío, nos lanzamos a la carretera rumbo a Outjo. 70km fáciles, donde lo únicamente complicado es sobrevivir al tráfico.
Viajamos por una carretera sencilla y, una vez en Outjo, visitamos su museo. Se trata de una casa colonial, habitada hasta 1980 por un general alemán. En ella podemos ver cómo se vivía a mediados del siglo XX… o más bien cómo vivía el hombre blanco de mediados del siglo XX en Namibia.
Tras comer algo en Outjo ponemos rumbo al lodge. Éste es el nombre que le dan a los alojamientos rurales y no, no son baratos. De hecho la mayoría son prohibitivos. Nosotros, que no tenemos ninguna intención de pagar un dineral para pasar una noche, sólo nos acercamos a los que tienen zona de camping, la cual es muy económica. Una verde hierba nos da la bienvenida y desde el primer momento somos conscientes de que éstas comodidades no se van a repetir.
Una buena cerveza, unos cuantos dik-dik y una gran cena despiden el día, no sin antes darnos una última última sorpresa. ¡¡En el lodge utilizan quemadores de alcohol!! Pero en lugar de alcohol, utilizan una especie de gel (heating gel) que tiene el mismo efecto que el alcohol. A la mañana siguiente pedimos un poco en el lodge y nos lanzamos a la carretera más felices, sabiendo que no estamos cargando con comida y cocina en balde. Esta misma noche lo probaremos.
125km nos separan de Khorixas, nuestro siguiente destino antes de adentrarnos en la solitaria zona de Damaraland. Pero primero, una llamada a casa 😉
Etapa siguiente >Namibia
Namibia
Namibia
Namibia
Namibia
Namibia
Namibia
Namibia
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies
ACEPTAR